or fin. Una buena alegría. A nivel matemático, el punto es lo que es. Poca cosa. A nivel anímico, sin embargo, este empate vale su peso en oro. Anoche en Vila-real, la Real comprobó que el trabajo y la insistencia tienen premio. A ver si ahora vienen más buenos resultados detrás, todos en cascada. Es posible que así resulte, porque el fútbol tiene estas cosas. El buen juego, ese que podemos decir sin temor a equivocarnos que practica el equipo, no supone una herramienta estética para enamorar al espectador. Simplemente significa el vehículo más eficiente para alcanzar el éxito. Pero se dan en este deporte situaciones, bastante frecuentes además, en las que hacerlo casi todo bien sobre el campo no se traduce en nada. Semana no y semana tampoco. Soy un firme convencido de que el orden de los factores atiende a la lógica más aplastante: primero el trabajo, después la cosecha. Aunque también soy plenamente consciente de que la grandeza de este juego reside en su carácter caprichoso. El equipo no merecía perder ayer en el minuto 93: siendo fiel a sí mismo, había dispuesto de más ocasiones que el adversario. Después, sobre la bocina, cuando el reloj apremiaba, Aritz se saltó la libreta para colgar un balón que bajó con nieve a la cabeza de Carlos y que terminó dentro de la portería de Asenjo.

El grito, al unísono, se escuchó en miles de hogares guipuzcoanos. No fue solo un gol. Fue una liberación. Fue, esperamos todos, un punto de inflexión. No necesitaba ni necesita esta Real muchos cambios en lo que a su fútbol respecta. Sí pedía, sin embargo, que el viento dejara de soplarle en contra. Como ayer en Vila-real durante una hora y media. Desde el principio. Y eso que los dos minutos previos al 1-0 implicaron una prometedora puesta en escena por parte txuri-urdin. Ritmo alto, presión elevada y asfixiante, chispa e intención en los pases... No le preocupó mucho el asunto a Parejo, que la clavó en la escuadra y añadió una dificultad más al encuentro. Si de antemano el aire ya frenaba a la Real, el gol le puso el camino cuesta arriba. Lo cierto es que la reacción de los de Imanol resultó digna de elogio. Siguieron a lo suyo, jugando como en el arranque, y haciendo muchísimo daño a un Villarreal que no sabía cómo contrarrestar la salida de tres txuri-urdin. Esta vez no era el pivote (Guevara) quien se incrustaba entre los centrales. Esta vez Illarra caía a falso lateral izquierdo, proyectando a Monreal. Y desde la ubicación del mutrikuarra fueron superiores los txuri-urdin, enganchando dentro con Merino y Oyarzabal.

Lamentamos durante largos y desesperantes minutos que se repitiera la historia de las últimas semanas e incluso de los últimos meses. Una vez más, el marcador no reflejaba lo que estaba haciendo la Real sobre el verde, todo lo que estaba generando. Y el paso de los minutos fue complicándolo todo, porque el rival ajustó su primera línea de presión (en primera instancia) y cedió metros (después). El partido, durante la primera hora, nos recordó a muchos recientes. Durante los 30 minutos finales, mientras, nos vinieron a la memoria ejercicios de impotencia del pasado que rara vez tenían final feliz. Por eso suma tanto el punto conseguido. En cierto modo, corta la corriente negativa que, en cuanto a resultados, venía arrastrando al equipo, y hace borrón y cuenta nueva en este sentido. Ahora viene una semana limpia, sin partidos, con tiempo para descansar, recuperar gente y entrenar bien. Cuando el domingo que viene arranque en Anoeta el partido contra el Cádiz, la racha ya no será mala. El gol de Isak depura cuerpos y, sobre todo, mentes.

Seguro que hoy a las cuatro y cuarto Imanol se sienta ante el televisor, cuaderno en mano, para analizar al próximo rival, que recibe al Atlético de Madrid. Cuando ese balón suelto cayó ayer en el área a la pierna diestra del sueco, muchos empujamos desde la distancia por nuestra Real y también por nuestro entrenador. Él sabe perfectamente dónde está y que su cargo conlleva que todos sus movimientos se cuestionen. Cuando diriges un equipo de fútbol, durante una temporada debes tomar miles de decisiones, y no ha nacido aún el técnico que haya acertado en todas. El míster se equivoca, por supuesto que sí. Pero últimamente no lo hace tanto como pensamos. Igual que en octubre y noviembre seguro que metía la pata sin que nos diéramos cuenta. Como ganábamos... Él no es ningún satélite. Sabe lo que se comenta, lo que se habla, lo que se le critica. Pero, como hombre de fútbol, vendría aplicándose esa frase hecha y recurrente: "Ni ahora somos tan malos, ni antes éramos tan buenos".