n los programas de fiestas de muchos de nuestros pueblos suele convocarse un concurso de balcones floridos. Viene de lejos. Quienes aspiran a ganarlo se apuntan en las oficinas municipales para competir con el resto de vecinos que aspiran a lo mismo. Un jurado recorre las calles, puntúa el mérito de quienes cuidan las macetas, y se conceden los premios. Mi amona Pilar formó parte algunos años del grupo de señoras irundarras que durante una jornada iban de aquí para allá con un papel, un bolígrafo y una opinión que anotaban, valorando entre 5 y 10 puntos. Casi siempre ganaba el mismo balcón, alargado, amplio, con decenas de macetas plagadas, preferentemente, de geranios rojos. Entre ellos se mezclaban alegrías, petunias, claveles, rosas y yedras. La sospecha de quienes dictaminaban era que entre tanta flor se colaba alguna de plástico para que el impacto fuera mayor. Los premios no pasaban de 1.000 pesetas (6 euros) y de ahí para abajo, incluido algún accésit. A día de hoy el balcón sigue, pero sin nadie que le dé el sabor de antaño.

También se acostumbraba en algunas ciudades a celebrar los Juegos Florales, concursos de poesía en los que, durante una gala, distintos autores y recitadores narraban en público con la gente luciendo sus mejores abalorios. Olía mucho a una colonia penetrante que estaba de moda, cuya marca respondía al nombre de Perla Negra. No era barata precisamente. En esos juegos de verso y rima se establecían categorías: poesía amorosa, paisajista, patriótica, religiosa, etc. Esos Juegos Florales servían para descubrir talentos en el arte de rimar. Cayeron en desuso e ignoro si a esta hora quedan restos perdidos por el mundo.

No veo a nuestro entrenador ni podando rododendros, ni plantando esquejes, ni recitando a Garcilaso, pero que últimamente está de exaltación no cabe duda. Cuando se refirió a Paco López (Levante), Gaizka Garitano (Athletic) y en las últimas horas a Jagoba Arrasate, se destapó en elogios de valor hacia el trabajo de sus colegas, a las señas de identidad con las que ellos han dotado a sus equipos y a lo que cuesta derrotarles por la forma de comportarse en el terreno. Es decir, que el oriotarra huye de la patulea de modo admirable. Luego, él lleva la procesión por dentro, le da vueltas a las cosas y no deja nada a la improvisación, ni siquiera su reciente renovación. Forma parte de una generación que triunfa en los banquillos del mundo. Basta repasar la nómina de exrealistas que son responsables de primer orden en distintas ligas de aquí, de allá y de más allá, bien como primeros entrenadores o como ayudantes.

Se mueven, año arriba o año abajo, en torno a los 50. Además de Olabe e Imanol, hablamos, por ejemplo, de Unai Emery, Javi Gracia, Julen Lopetegi, los propios Gaizka Garitano (hasta que le destituyeron ayer) y Jagoba Arrasate, Juanma Lillo, Iñigo Idiakez, Tayfun, Sa Pinto, Kühbauer, Karpin, Jankauskas, Mutiu, Kovacevic, Bittor Alkiza, Mikel Antía, Khokhlov... Podríamos confeccionar una lista interminable de otros ex cuya presencia se sitúa en despachos de distintas secretarías técnicas o en conjuntos que militan en Segunda B o Tercera. Entre unos y otros, seguro que se me escapa más de uno. Sucedería lo mismo con especialistas en porteros o preparadores físicos que también determinan una amplia nómina que va desde Inglaterra a India, pasando por otros muchos lugares de la geografía. A día de hoy, esa es otra realidad que conviene no perder de vista.

Como tampoco el duelo de ayer en Anoeta. Hace unos meses el partido entre ambos fue el primero que devolvió el fútbol a la actividad. Tras el parón de marzo, no hubo balón en movimiento hasta junio. Los dos equipos se midieron en el mismo escenario, también sin público, aunque con bastante más calor. ¡Rasquita linda! Aquel encuentro terminó con empate a uno y la sensación de que ambas formaciones estaban entre aturdidas y atolondradas. Por momentos, sobre todo en el primer tiempo, el partido de anoche parecía una copia exacta de aquel.

Aunque hay cosas que no han cambiado desde entonces, otras sí y se relacionan con las plantillas, el nivel de juego, los recursos y los resultados que determinan la clasificación. La Real echó un cohete en San Mamés y pretendía repetirlo frente a los rojillos. Los rojillos no están para juegos florales y diseñaron un partido idóneo a sus características con el claro objetivo de neutralizar al rival por el centro. Se encontraron con un gol impensable, regalo anticipado de Reyes, con el que los realistas debieron convivir muy a su pesar. La primera mitad se mostró como un conjunto espeso, desconocido, con poca flora y nada de poesía. Se fue al descanso rumiando el desorden, tanto en las posiciones de varios jugadores como en el poco nivel de juego, acompañado de flojos centros y nulos remates. ¡Atascazo!

Como solo era posible mejorar, al minuto de juego tras el descanso, Barrenetxea acertó con el portal navarro después de una jugada encadenada que tanto se echó en falta en el primer round del duelo. Había tiempo suficiente como para la conquista del encuentro. Sin embargo, faltaron fluidez y recursos para romper el entramado defensivo de los navarros. No sé cómo está el equipo de fuerzas, ni tampoco cómo se recuperaron del partido de San Mamés, ni por qué elige unos futbolistas, ni por qué sustituye a otros cuando no se espera. No es crítica al técnico sino falta de información para entender muchas de las cosas que suceden. La lista de ausentes es colosal. Basta comprobar con qué futbolistas terminó el partido. A veces es mejor dedicarse a las flores y a los pájaros y de cuando en vez recitar un poema que nos saque de la tristeza. No es fácil entender las cosas que pasan y los porqués. Dominio sí, pero falta cerrar los encuentros. A día de hoy, más puntos fuera que en casa y solo tres triunfos ante las gradas vacías del estadio.