e lo preguntaba todo el mundo. "¿A este tío que le pasa?". El fútbol sin público acababa de entrar en nuestras vidas. Dejábamos atrás semanas de estricto confinamiento. Y la memoria, selectiva para lo bueno, nos hacía conservar en la retina las exhibiciones como txuri-urdin de Martin Odegaard. El noruego, lastrado por problemas físicos, no estuvo bien en junio ni en julio. Pero tampoco lo había estado en febrero ni en marzo, por mucho que la Real viviera entonces días de felicidad absoluta. El equipo tocó el cielo con la victoria del Bernabéu, con aquel derbi de Anoeta que ganó Isak casi él solito o con las celebraciones de Miranda. La plenitud de Martintxo como blanquiazul, sin embargo, había tenido lugar justo antes de Navidades, comenzando por el roto que le hizo al Eibar en Anoeta.

Sucedió el 30 de noviembre de 2019, en un partido que la Real ganó con holgura (4-1) y que, paradójicamente, tuvo muchas similitudes con el de ayer. Se adelantaron los de Imanol a balón parado. Siguió apretando el Eibar arriba. Y empataron los armeros al aprovechar Diop un error local al sacar el esférico jugado. No fue así como llegó esta vez el gol de Sergi Enrich, pero la presión visitante ha generado en ambos encuentros minutos de seria zozobra en la escuadra txuri-urdin. La diferencia reside en que ayer una Real cansada logró asentarse gracias a las ayudas laterales de Zubimendi y Guevara, quienes mediada la segunda parte pasaron a defender en paralelo. Hace un año, mientras, la solución resultó más vistosa: conexión interior con un futbolista rubio que lucía el 21 a la espalda y que rajó en canal toda la estructura azulgrana.

Lo recuerdo perfectamente. Odegaard se lo pasó pipa. No creo, en cambio, que ningún futbolista de la Real disfrutara así ayer sobre el terreno de juego. Es lo que tiene jugar contra este Eibar y sus características, una especie de arma de doble filo. Si te las arreglas para superar su primera línea, cosa que sí consiguieron los de Imanol en la primera mitad de ayer a través de sus laterales, libres a menudo, puedes convertir el partido en un festival. Si se te atraganta la presión armera, mientras, tienes muchos boletos para pasar las de Caín. Los dos últimos derbis guipuzcoanos de Anoeta nos ofrecen fases y momentos que sirven como perfectos ejemplos de ambas situaciones. ¿Qué matices han decantado uno y otro encuentro de formas tan distintas? El sobresaliente papel de Odegaard hace un año ayudaría a explicarlo. Pero solo en parte, claro.

La madre del cordero pudo estar ayer en la capacidad de la Real para desarrollar su habitual propuesta e imprimir ritmo al partido. Una capacidad que fue nítidamente de más a menos, dentro de un contexto físico de desgaste que se hace imposible disociar de lo vivido el jueves en Nápoles. Ni 72 horas después de un partido como el de Italia, pocos adversarios puede haber más latosos que el armero. Porque juega valiente, rápido, directo, sin apenas pausa. Genera un panorama que los de Imanol, en plenitud de condiciones, agradecen una barbaridad. Mermados como se encontraban esta vez, sin embargo, no lo ven con tan buenos ojos. Y tiene bemoles la cosa. El equipo txuri-urdin, interesado en el 95% de sus partidos en hacer sonar el rock and roll, pidiendo calma porque le duele la cabeza.

Resulta hasta chocante ver sufrir a la Real como lo hizo ayer durante los 25 primeros minutos de la segunda parte. Fue el tiempo que tardó en darse cuenta de que la noche de fiesta había sido larga, de que los excesos se pagan y de que la resaca estaba ahí, firme y notoria. Al menos, tuvo el equipo la entereza de levantarse del sofá y tomarse un paracetamol, cosa que le permitió terminar de pasar la tarde de forma más o menos placentera. Lo dicho. Con Guevara y Zubimendi juntos y Silva por delante, las ayudas a Zaldua y Aihen con Bryan Gil e Inui resultaron mucho más rápidas y fructíferas. El partido se igualó. Y lo pudieron ganar incluso los blanquiazules. Habría sido como culminar una remontada post farra abriendo una cervecita. Una cervecita que no se merecieron. Justo empate. Infusión y a la cama.