iempre ha habido distintas teorías sobre el destino. Los hay realistas defensores de que es él quien baraja las cartas y nosotros los que jugamos la partida. O los que piensan que cada uno es dueño de su camino. Los que creen que no es casualidad, sino una cuestión de elección. No es algo que se espera, es algo que se debe lograr. Imagino que, para hacernos una idea, estos últimos serán los actuales negacionistas (muy fan de la palabra). Nunca sabes cuándo va a llegar tu momento en el fútbol. No me refiero a técnicos, jugadores o directivos, más bien al que vas a vivir tú, como aficionado. Todos los que sentimos pasión por este deporte y amamos unos colores soñamos con que una mañana llegue el Día D y vivamos la alegría más importante de nuestra existencia. La mayor. Que nuestro equipo logre un título o algo similar. Porque unos pueden pensar que es muy bonito cuando el momento sucede por casualidad o coincidencia, sin fecha designada, pero a nosotros nos seduce mucho más cuando ocurre como consecuencia del trabajo y la planificación. Y en esas estamos, a eso nos dedicamos.

Lo digo porque es muy importante ser conscientes del optimista y soñador "algún día llegará", sobre todo a la hora de superar una frustración. El pasado jueves recordaba las lágrimas que me provocó la injusta eliminación a manos del Sttutgart en la UEFA de 1989. Recuerdo que aquel día mi disgusto era tal que pensaba que nunca iba a estar tan cerca de lograr un gran éxito. Jamás. Pero el fútbol siempre te da una segunda oportunidad. Te sirve en bandeja la revancha, aunque te lo traten de explicar justo cuando Savio falló el penalti que nos condenó al descenso, y se puede ir a tomar viento fresco. El camino al éxito más fácil es hacer bien las cosas.

Pocos clubes están más marcados por los caprichos del destino que la Real. Se nos olvida rápido, sobre todo a los que no vivieron aquella época. Me hace gracia los que ahora impulsan el concepto de Realada, ese odioso término que se utiliza para explicar una desgracia o pifia del equipo txuri-urdin cuando menos se lo espera. No soy capaz de evocar una decepción mayor que la sucedida en 1980, cuando nuestra Generación de Oro perdió su primer título de Liga con aquella incomprensible derrota, en la penúltima jornada en la que se presentaba invicta, y frente a un Sevilla que estaba compitiendo con nueve jugadores al sufrir dos expulsiones.

Quizá fuese el destino, o la justicia divina, la que quiso que la campaña siguiente la Real lograra el título gracias al gol de Zamora en el último minuto. Ese sí que es el Gran Momento de una Vida de pasión futbolística para las promociones justo anteriores a la mía. Quien más o quien menos tenía un familiar o un amigo ese día en El Molinón, lo que sin duda se convirtió en la mejor manera de predicar y expandir para siempre la religión txuri-urdin. Más tarde, y fiel a su historia, la Real levantó por fin su Copa del Rey derrotando al Atlético cuando pocos lo esperaban y, al año siguiente, se quedó con la miel en los labios a pesar de que partía como claro favorito ante el Barça y después de haber eliminado al Atlético y al Madrid. Somos así. "No olvides tu historia ni tu destino", cantaba Bob Marley.

Después de la mudanza a Anoeta, nos hicieron creer que probablemente ya no sería factible optar a ganar otra vez la Liga. Según los agoreros, la Ley Bosman iba a convertir en una quimera que clubes de cantera como la Real aspiraran al Santo Grial. Y una vez más, los blanquiazules demostraron que nada es imposible y se presentaron en Balaídos líderes en la penúltima jornada de 2003, con un punto de ventaja sobre el Madrid de Ronaldo. Ese sí era mi momento. Mi Liga. La de mi generación y alguna nueva más posterior que heredaron una Real mucho menos acostumbrada a vencer de la que yo apenas disfruté cuando era un niño. Por cierto, por mucho que algunos quieran pasar de puntillas por encima del dato, con seis canteranos intocables y con un papel protagonista y fundamental en su alineación de gala (Rekarte, Jauregi, Aranzabal, Aranburu, Xabi Alonso y De Pedro). El conjunto de Denoueix sí fue hasta la esquina de la calle persiguiendo su destino, pero al doblarla se encontró con la mala fortuna de que su rival, el Celta, era probablemente el equipo más en forma de aquel epílogo del campeonato y que además se jugaba clasificarse para la Champions por primera vez en su historia. Algo que logró al imponerse por 3-2 en la derrota más dolorosa del siglo para la Real. Sí, soy consciente de que luego, víctima de no haber sido capaz de adaptarse a los buenos tiempos y de haber vivido por encima de sus posibilidades, el club cayó a la maldita Segunda División 40 años después. Yo las diferencio. Lo de Valencia fue una tristeza feroz y lo de Balaídos, un dolor insufrible en lo más profundo de nuestros corazones. Todavía me escuecen las lágrimas que caían en mi teclado mientras escribía la crónica del encuentro en el estadio de la ciudad olívica. Con toda la grada abarrotada de aficionados realistas hundidos, la mayoría de ellos con la mirada perdida, inconsolables en el lamento. Abandonaron el campo como zombis.

Llevaba unos 20 años seguidos yendo a Vigo, donde vive mi mejor amigo con su familia. No hay ninguna visita que no recuerde dónde estaba sentado aquella noche, con un periodista francés al lado que no sabía dónde meterse en el mar de lágrimas en el que se convirtió la cabina reservada para la prensa visitante. Algunos no aguantaban e incluso optaban por salir a tomar el aire. Era un drama absoluto. Pero son estas decepciones y su recuerdo las que forjan la personalidad de un club ganador. El destino es carácter. Y así es como tenemos que tomarlo. Ya estamos a las puertas de lograr un título 32 años después en la final de Copa más larga del mundo y lo mejor de todo es que la dirección deportiva realista lleva muchos meses haciendo un trabajo tan minucioso y competente que está dejando muy poco margen al azar. Ya lo saben, si no controlas tu destino, alguien lo hará por ti. Nunca está de más recordar a los héroes sin corona de 2003 cada vez que se visita su tumba deportiva. Porque nos hicieron disfrutar como pocos y porque compartir su dolor y sus lágrimas les convirtieron en tan terrenales y vulnerables como cualquier aficionado txuri-urdin de los que pululaba desorientado en la marea realista destrozada que abandonaba Balaídos. Y eso también te garantiza la inmortalidad en el Olimpo. Al menos en el nuestro. ¡A por ellos!