Desde luego que estas fiestas lo que no me traen, pero ni un gramo, es glamour. Mientras Isabel Preysler recibe a las visitas de punta en blanco, con un vestido que cuesta como mi hipoteca y con una bandeja de bombones ordenados en forma de pirámide, otras abrimos la puerta a la persona que viene a consultar el consumo del agua con el delantal lleno de harina, porque nos ha tocado también hacer pirámides, pero de croquetas. ¡Qué diferencia! Algunas y algunos, que somos hijas e hijos de quienes vivieron la posguerra y el hambre, nos hemos acostumbrado a aprovechar. Que si un poco de pollo aquí, algo de carne por allá. Y lo que no va a las croquetas , pues va al arroz. Con glamour o con harina, la verdad es que lo bueno de estas fechas es reunirte con las personas que quieres, siempre que no haya un “cuñau” de esos que “to lo saben”. No es mi caso, así que bien. Pero cierto es que nos deberíamos de plantear, y muy mucho, el despilfarro. No está el mundo para despilfarrar: ni comida, ni dinero, ni energía con quienes no lo merecen. Pero, a lo que vamos, con las sobras ya reutilizadas y el delantal en la lavadora, me pongo a pensar cómo darme a mí misma un toque de glamour. Y me he puesto a hacer una pirámide, esta vez con albóndigas. Es que no aprendo.