a última vez en la que el Elche había subido a Primera, en 2013, también se estrenó en casa contra la Real. Se plantaron los nuestros en el Martínez Valero solo cuatro días después de arrasar al Lyon en Gérland (0-2). Y manejando una resaca de las buenas. Al menos reaccionaron a tiempo y sumaron un puntito, en un partido que en nada se pareció al de ayer. Porque el adversario mostró entonces un nivel más que digno. Y porque ayer el equipo de Imanol salió muy enchufado, a diferencia de lo visto hace siete años. Bien por el míster, que demostró haber estudiado cómo adaptar la presión al dibujo del rival y a los riesgos que corrían los locales en el inicio de las jugadas. Y bien por los futbolistas, concentrados, agresivos en las disputas y concienciados de recuperar el balón cuanto antes tras perder la posesión. La primera parte pudo haber terminado 0-3. O también 1-0, si Remiro no llega a arreglar la única pifia blanquiazul, de Aihen.

Tras el descanso, el entrenador realista supo dar continuidad a lo que funcionaba y retocar cositas que incluso lo mejoraran. Insistió su equipo a la hora de buscar la profundidad en cuanto se presentaba la ocasión, porque la mejor manera de inquietar a una poblada zaga de cinco es obligarla a correr hacia atrás. Y buscó nuevos movimientos desde los que desconcertar un poco más al entramado local. Silva pasó de bajar a la base de las jugadas a ubicarse en el tercer escalón de la medular, a la espalda del par de Merino. Portu y Oyarzabal intercambiaron sus posiciones. Y el resto de la escuadra acompañó con actitud y fútbol. Cayó el partido hacia donde tenía que caer, gracias a la lógica y gracias también a nuestro portero.

Gustó el equipo. Pero calma. Llevamos semanas ya destacando que tampoco merece esta Real que extraigamos conclusiones demasiado nítidas, ni para lo bueno ni para lo malo. Primero, y principalmente, porque necesita más trabajo y más entrenamientos. Apenas ha tenido tiempo. Y segundo, porque el mercado permanece abierto y la plantilla resulta aún susceptible de sufrir cambios. Hasta la fecha hemos asistido a dos, regresos de cedidos al margen. Se ha marchado Odegaard y ha venido Silva, un movimiento interesante que va a obligar a Imanol a mover piezas del puzle para que todo siga encajando. Y se ha ido también Diego Llorente, un buen central cuyo paso por el club deja para el recuerdo situaciones extremas, vividas en solo tres años.

Cuando se le fichó, el arriba firmante acogió la contratación de forma más bien fría, en comparación con la algarabía general. Parecía que llegaba una mezcla de Piqué, Cannavaro y Beckenbauer. Y ahora resulta que el madrileño era en realidad un cero a la izquierda de quien había que deshacerse más pronto que tarde. Lo curioso del caso reside en que quienes ensalzaron de inicio a Llorente son los mismos que últimamente le criticaban sin piedad y ven estos días en Mario Hermoso una solución a todos los problemas defensivos de la Real. En fin.

Hablamos de dos buenos zagueros, con perfiles más o menos similares. Ninguno es un adalid de la contundencia. Tienen una notable salida de balón, sobre todo si juegan en su perfil natural. Y se las arreglan más que correctamente actuando a campo abierto, con metros y metros a sus espaldas. Debemos ser todos conscientes de que, si Llorente salía en la foto de muchos goles recibidos, es porque era víctima de los riesgos propios de la idea de juego txuri-urdin. Una idea que también comprometerá en un futuro a Hermoso. O a quien venga. Sé que muchos aficionados anhelan la presencia en el equipo de centrales de pierna fuerte, duros en las disputas, pegajosos en la marca y más sufridores con el esférico en los pies. Pero traer a uno de esos sería como poner ruedas de todoterreno a un veloz deportivo. Asumamos desde ya mismo que el futuro refuerzo para el eje de la defensa cometerá errores. Y comprendamos que esto sucederá, principalmente, porque será la propuesta de la Real, esa que tantas alegrías nos da, la que le expondrá a equivocarse.