iempre que aparece Elche en el horizonte se suceden en orden varios argumentos con los que he convivido. Los religiosos, los culturales, los gastronómicos y los deportivos. La primera vez que choqué de bruces con la famosa dama fue en el Museo del Prado (ahora está en el Arqueológico). Pensé entonces y sigo pensando que debía ser una señora con dineros, porque va cargada de abalorios, enjoyada hasta las cejas y con dos roscas, en plan ensaimada, tapándole las orejas. Pertenece a la cultura íbera y es una obra de arte única.

Lo mismo que la Palmera Imperial sita en el Huerto del Cura. Resulta que una vez fue por allí Isabel de Baviera, Sissí. Así se explica que en la cara norte de la citada palmera, que recibe su nombre en honor de la emperatriz que un día visitó el palmeral, exista un busto de la reina consorte de Hungría, que residía en Budapest y solía tomar el té en la pastelería Ruszwurm con una ración de la Dobos Torta, que tanto le gustaba. Si algún día vas a esa población no dejes de visitar el lugar, al lado de la iglesia de Matías en la parte alta de la ciudad (Buda).

No soy la duquesa de Baviera pero también puedo contar mis caprichos. Fue en Elche donde tomé el primer helado de turrón de mi vida. Hasta entonces, de crío, gastaba las pesetas en la irunesa pastelería Aguirre. Solía ponerme hecho un cristo cada vez que daba cuenta de un estupendo helado de corte, de nata, con dos barquillos. Luego, cuando llevaron una máquina innovadora prefería el cucurucho con dos torreones de vainilla y chocolate. El tiempo se convirtió en aliado de la avellana hasta que en aquel céntrico restaurante, cercano al citado huerto, un amable camarero sugirió que probara el helado que hacían en casa. Le hice caso. ¡Qué solemnidad, por favor! Aquellos pedazos de turrón de almendra, del blando, con la crema fría, en maravillosa amalgama, sabían a gloria bendita y estoy seguro que si la emperatriz llega a probar ese helado manda la tarta a hacer puñetas.

Confieso que una de las penas que tengo es no haber podido transmitir un partido desde el viejo campo de Altabix. Allí en donde los aficionados soplaban en el cogote al linier de una banda, como en el viejo Larzabal, el entrañable campo del Touring, o en Molinao, la casa del Pasaia. De aquellos estadios casi ya no quedan. Ahora todos sentados, a distancia, con mascarilla, allí donde se puede entrar. Ayer en el Martínez Valero no había un alma. ¡Qué tristura! El fútbol sin espectadores es como una tortilla sin huevos, un gin tonic sin ginebra, o un helado de turrón sin turrón.

Os hablaba al principio de los eventos religiosos. El más famoso, sin duda, es El Misterio de Elche. Se trata de una obra teatral, sacra, que se representa los días 14 y 15 de agosto, desde tiempo inmemorial. Se relaciona con la asunción y la coronación de la virgen y tanto la letra, como la música y la puesta en escena son atrayentes.

Con su misterio particular a vueltas, la Real llegó con la clara intención de ganar el partido. Cuando te toca en suerte un equipo recién ascendido, en construcción y sin terminar de completar la plantilla, pueden pasar dos cosas: que le ganes bien o que te amargue la existencia. Felizmente para las huestes de Imanol sucedió lo primero, pero pudo ocurrir lo contrario en dos jugadas aisladas que Remiro desbarató de maravilla. Aún me pregunto cómo paró la segunda.

Otro misterio acompaña a Roberto López. He preguntado por él. Todos coinciden en lo mismo, buen chaval y muy humilde. Si es zurdo y pega semejante derechazo en la jugada del tercero, cuando menos es también valiente. Da tanta alegría ver a los jóvenes disfrutar de las oportunidades y sumar en el colectivo que, cuando transmiten felicidad, contagian.

Tuve la sensación de que Mikel Merino se llevaba un balón de recuerdo. ¡Qué menos! No me extraña. Parece que no está, pero manda y gobierna con todas las de la ley. El pase a Portu en el primero (qué estupendo remate) y a Roberto, en el tercero, constituyen dos pinceladas de arte y creatividad. Como el ángel que desciende del cielo en el misterio referido, sujeto a una palmera de oropeles. Más o menos parecido (con perdón) al pelo de Januzaj, cuyo remate en el penalti es de crack.

Es obvio que siguen faltando cosas y personas, que el margen de mejora es considerable y que en las palabras pospartido del portero de Cascante se escuchan algunas claves. Volver a ser, a coger el ritmo, a no perder las señas de identidad del buen fútbol. Los minutos de Silva van en esa dirección, la misma por la que circularán jugadores ausentes, futbolistas que han sufrido lesiones, pandemias y confinamientos.

En una semana de tres partidos, no es malo convivir con cinco puntos, con dos porterías a cero, con protagonistas que están a disposición y dispuestos para lo que se les exige. Lo difícil es elegir bien. ¿Con qué os quedáis? ¿Con la parte eclesiástica, con el helado de turrón, con Sissí emperatriz o con el partido de ayer?