No era normal. Lo veníamos repitiendo en las últimas semanas. Por muy mal que estuviera, por muchos errores que cometiera, por muy flojos que se sintieran varios de sus mejores jugadores, alguna vez tenía que cambiar la suerte de los blanquiazules. Once encuentros son demasiados como para pensar y creer que una plantilla como la de los donostiarras, que a pesar de sumar una cantidad ínfima de puntos en nueve partidos de la reanudación, no iba a volver a aparecer el nivel que le ha permitido mantenerse con vida y dependiendo de sí misma a falta de dos jornadas.

Han sido muchos los que dudaban del triunfo del Athletic en Levante, pero lo que hay que hacer a estas alturas es presentarse ante un rival que supuestamente se juega menos y derrotarle. Como hicieron los vecinos para sentirse séptimos y en puestos europeos. Se olvidaban de una cosa. Un pequeño detalle. La Real siempre vuelve. Tarde o temprano, saca la casta, el orgullo y la energía que proporciona esa camiseta para hacer de tripas corazón y recuperar lo que le corresponde. Ante las injusticias, confianza y convicción. Y una victoria de altura ante un adversario que ha estado soñando con la Champions hasta ayer y que se había convertido en uno de los mejores de este fútbol distinto y de mentira para muchos en la vuelta a la competición. Dos goles de estrategia, en sendos saques de esquina cabeceados por Willian y Llorente, dieron tres puntos de oro a una Real que completó una solvente actuación en Vila-real. Ya era hora de que le sonriera la suerte. Y que conste que fue un éxito buscado y encontrado, ningún regalo de por medio, como se han decidido muchos de sus fracasos hasta entonces.

Con la lista de bajas, con los contratiempos con los que se presentaba la Real en Vila-real, todo quedó bastante compensado cuando se confirmó la alineación del conjunto txuri-urdin. Curioso, porque sin saber realmente el estado físico de los jugadores, que se lleva en secreto en Zubieta, el once presentado por Imanol sonaba mucho más convincente que el que presentó ante el Granada. A pesar del evidente desgaste, que entren en el equipo jugadores como Monreal, Odegaard o Isak tranquiliza e ilusiona. Aunque sea inevitable que el Villarreal, también con bajas después de la guerra de Getafe, hubiese descansado dos días más a estas alturas de la temporada y del final exprés inventado por las televisiones. Esto no lo vamos a olvidar jamás. Y si el equipo se clasifica para Europa, tampoco. Ha sido demasiado. Se han pasado. Si nos van a tomar por el pito del sereno, que nos lo digan al principio y así no nos creemos que la competición es justa y compensada. Nos preparamos para lo peor y luego ya que pase lo que tenga que pasar.

Con todo lo que ha pasado, los dramas que hemos vivido y los errores garrafales de los nuestros, la Real se presentó en El Madrigal con la carta de depender de sí misma y con el privilegio de que si sumaba, volvía a quedarse en séptima posición en solitario y descartaba a su oponente para la carrera de la Champions. El efecto dominó provocaba que sus rivales en las dos últimas jornadas, Sevilla y Atlético de Madrid, no se jugarían nada al haber sellado su clasificación para la Liga de Campeones. Lo dicho, a pesar de los pesares, los resultados seguían siendo su único fiel cómplice. Pero tenía que aprovecharlo, claro. No como contra el Granada.

Dicho todo esto sin olvidar que, una semana más, Imanol le dio las llaves de la dirección del juego a un Zubimendi que, cuando menos se esperaba, ha derribado la puerta del primer equipo con vehemencia. Da gusto verle y, sin querer comparar para evitar las críticas de los más susceptibles, es quien más se parece a Illarramendi. El mutrikuarra estaba destinado a guiar el proyecto de esta campaña. Imanol lo tenía tan claro que, para no perder las prestaciones de un Zubeldia que ha sido, de largo, el mejor mediocentro de la campaña, le recolocó en la zaga. Y Oyarzabal, una vez más, cambiado de posición para situarse en la derecha, un puesto en el que le cuesta desplegar sus mejores cualidades a pesar de ser un chico todopoderoso que vale para lo que le pidas. Un superdotado. Pero no puede estar siempre al mismo nivel, obvio.

Las cuentas estaban claras. La Real tenia que puntuar y el Villarreal estaba obligado a ganar pese a no tener demasiadas opciones de soñar con una Champions a la que llegaba tarde. Muchos esperaban un submarino amarillo valiente y descarado, pero cuando tiene un adversario como la Real, al que le gusta dominar la posesión, prefiere esperarle agazapado para matarle en alguna contra. Este quizá sea el mayor pecado que haya condenado a la Real en su vuelta al colegio. Que con la forma en la que competía, llevando el peso del partido tratando de imponer su supuesto mayor talento, era mucho más complicado ir ganando partidos.

La mejor demostración fue en la primera parte. Los de Imanol dominaron con holgura la posesión, pero les costó demasiado pisar el área con peligro. Una vez más. Su propuesta siempre resulta atractiva sobre todo para el espectador imparcial, pero sin imponerse acaba tan improductiva como estéril. En 45 minutos que se pueden considerar bastante buenos de la Real, teniendo en cuenta el escenario y el adversario, los blanquiazules solo lograron producir dos oportunidades. Ambas a balón parado en sendos remates de Isak que detuvo un inspirado Asenjo.

En frente, el futbolista amarillo más peligroso, al que siempre buscaban para tratar de hacer sangre con Gorosabel, fue Ontiveros. El andaluz lo intentó sin demasiado éxito antes de que, cómo no, Cazorla rozara el gol con una rosca que rozó el palo. Al final, tablas, mucha igualdad y las espadas por todo lo alto para una segunda parte en la que se iba a decidir la contienda por detalles.

En el entreacto llegaron dos malas noticias para la Real. Isak tuvo que dejar su plaza a Willian, se supone que lesionado porque estaba siendo el mejor, y el Villarreal sacó a Chukwueze, un futbolista determinante que podía hacer sangre ante la desgastada zaga txuri-urdin. El duelo se mantuvo igualado hasta que en el minuto 60, en un córner botado por Odegaard, Willian cabeceó a la red en un balón que se tragó Asenjo. El brasileño estaba donde debía, en el sitio que tantas veces le reclamamos. Porque pivota muy bien, pero lo que queremos que haga es finalizar como ha acreditado que puede hacer. El tanto lo cambió todo. El Villarreal intentó reaccionar sin mucha suerte ni contundencia y los realistas pudieron sentenciar en una contra en la que Willian eligió fatal cuando Zubeldia estaba solo para encarar la meta desde el centro del campo y su tiro posterior, incómodo tras una asistencia forzada de Portu, lo salvó con el pie el meta amarillo.

A falta de quince minutos, en otro córner, Oyarzabal, quién si no, sirvió un centro al segundo palo que Llorente cabeceó a las mallas. Ya era hora de que el madrileño empezara a compensar con goles sus errores defensivos. Ayer estuvo bien.

Willian no atinó en una gran jugada de Gorosabel y, en una acción muy mal defendida por el portero y la zaga, Cazorla acortó distancias. No hubo tiempo para sufrir en exceso. Tres puntos de oro, como el color de la camiseta del Villarreal.

Y como tanta gente repitió ayer, merecidos. No es normal tanto sufrimiento. No nos merecíamos tanto dolor y ellos, los protagonistas, tampoco. Esta Real está viva. A pesar de los pesares. Se ha mantenido en pie. Y en parte es gracias a su calidad y en otra a su pundonor y casta. Como la que contagia su entrenador. En el nombre de Imanol. Siempre merece la pena esperar a la Real.

La Real dominó la posesión en la primera parte pero le costó mucho generar ocasiones de gol ante un defensivo Villarreal

Dos cabezazos, en sendos saques de esquina, de Willian José y Llorente decidieron el duelo a pesar de sufrir al final con el gol de Cazorla