- Atiende la llamada en pleno mediodía uruguayo. "Grabamos ahora la entrevista. Me viene bien. Iba a hacer unos recados", explica a través del manos libres de su teléfono, mientras conduce. No se trata de la situación ideal para tirar de recuerdos. Pero Carlos Bueno (Artigas, 1980) se muestra locuaz en sus respuestas y predispuesto a la conversación. "Llevo Donostia y la Real muy dentro de mí", repite. Antes de colgar, aparenta enojarse cuando escucha los agradecimientos del periodista. "No, por favor. Gracias a vosotros por acordaros".

La primera pregunta es obligada, en tiempos de pandemia. ¿Qué tal se encuentra?

-Bien. Hemos tomado todas las precauciones debidas y, gracias a Dios, apenas hay problemas en la ciudad donde vivo, Artigas, en el norte de Uruguay. La población ha colaborado muchísimo y esto ha permitido que ahora miremos con otros ojos a todo lo malo que ha sucedido. Ya está terminando.

Acaba de cumplir 40 años, pero tiene la intención de seguir jugando.

-Sí, eso es. Hemos iniciado un proyecto aquí en Artigas, de la mano de unos amigos. Quieren que continúe en activo, así que voy a seguir vistiéndome de corto.

Le llamaba porque se cumple una década desde aquella histórica tarde en Cádiz...

-De cada equipo en el que he jugado puedo rescatar alguna gran anécdota. Por suerte, creo que he dejado algo como ser humano en todos mis clubes, cosa que a mí me vale incluso más que la faceta deportiva. De la Real me vienen a la cabeza aquellos tres goles de Cádiz, y siento mucha alegría cuando veo que ustedes recuerdan que fui un factor importante en el ascenso. Teníamos que ganar el partido. Y lo conseguimos.

Ahora que habla de anécdotas... ¿Es real la suya en el autobús de camino al Carranza?

-Sí, sí, es totalmente cierta. De inicio resultó una broma. Pero luego se cumplió lo que dije y aquello se convirtió en una anécdota maravillosa.

¿Me la cuenta?

-Estábamos en el autocar muy apagados, como tristes. ¡Y todavía no habíamos arrancado! Seguíamos en la puerta del hotel. Me miró Martín (Lasarte) y me hizo un gesto, como preguntando que qué pasaba, que por qué había semejante silencio. Me levanté y les dije a los compañeros: "Tranquilos que aquí está Charly. Dénmela a mí, que voy a marcar tres goles y vamos a ascender". Dicho y hecho. Hice esos tres goles, ganamos 1-3 y certificamos el 80% del billete a Primera.

La historia es conocida por estos lares. Pero se ha hablado poco del motivo por el que había tanto silencio en el autobús.

-No teníamos música. De camino a los estadios solíamos poner música. Pero aquel día se le olvidó llevarla al encargado, creo que Mikel González. No sé si es que estábamos apagados, asustados o qué. Pero algo teníamos y se dio una situación rara en el autobús.

¿Recuerda el partido? Más allá de sus tres goles.

-Por supuesto. Era un encuentro muy difícil. El rival se estaba jugando la permanencia. Hacía muchísimo calor. Y jugábamos en un estadio en obras al que le faltaba una grada entera. Todo resultaba complicado, pero vivimos luego la tarde soñada, acompañados por toda esa afición que hizo muchísimos kilómetros para apoyarnos.

El ascenso se certificó una semana después, en Anoeta contra el Celta. ¿Guarda el mismo cariño a aquel partido?

-Comentaba hace un rato que en Cádiz logramos el 80% del ascenso, pero creo que me quedo corto. Diría que fue incluso el ascenso virtual. Concretarlo luego en casa, con Anoeta repleto, fue maravilloso, lo que queríamos. Más aún al asegurarnos la primera plaza. Pero, para mí, el partido fundamental fue el del Carranza.

Cuando marcaba goles como txuri-urdin, emulaba con su festejo los de su hijo Nicolás.

-Sí, él tenía siete años y celebraba así los goles cuando jugaba conmigo, abriendo los brazos. Ahora tiene 17, está grande y parece que no se va a dedicar a esto del fútbol, aunque siempre está muy pendiente de las noticias y me las muestra. También suele enseñarme cosas de la Real: artículos, recuerdos, fotografías... Presume de padre con los amigos que trae a casa y eso a mí me llena de orgullo.

¿Usted sigue a la Real?

-Si te soy sincero, vivo bastante aislado del mundo en general, de la televisión, del fútbol... Miro solo al día a día, a mi entorno, a mis amigos. Y, cuando escucho algo que de veras me interesa, trato de informarme para conocer qué ha sucedido. Nada más. Me da para saber que al equipo le va muy bien esta temporada.

¿Y para haber visto imágenes del nuevo Anoeta?

-Sí, para eso también. Ha quedado precioso y espero conocerlo algún día. Me imagino que ahora los rivales sentirán mucha más presión, con la gente apretadita en la grada.

Dejó Donostia menos de una semana después del ascenso, e incluso antes de que se jugara aquella última jornada en Elche. ¿Ha regresado durante estos diez años?

-No. No he podido porque siempre he trabajado, siempre he jugado a fútbol. Cuando deje de hacerlo, ojalá se presente la oportunidad de viajar y reencontrarme con toda la gente hermosa que conocí allí.

Su nombre llegó a sonar para seguir en el club una temporada más, tras subir a Primera. ¿Hubo alguna opción al respecto?

-No. Lo de volver no estuvo ni cerca ni lejos. Terminó mi contrato. Llegaban al club nuevos jugadores. Empezaba una nueva etapa y yo supe entenderlo. Me tocó ascender e irme. Pero pude entrar en la historia de la Real y eso ya me hace sentir conforme.

¿Mantiene el contacto con los integrantes de la famosa ONU?

-¡Claro! (risas) Te refieres a Antoine (Griezmann), a Nsue, a De la Bella y a Jonathan Estrada. Todos llegamos al equipo a la vez. Éramos cada uno de un sitio distinto. Y entablamos una gran amistad, como también la tuve con todos mis compañeros. Al hilo de la anterior pregunta, claro que me habría gustado seguir un año más y jugar en Primera. Pero el fútbol es así. Te cierra una puerta y te abre otra. Ocurre con el deporte y con la vida en general.

¿Se deja algo en el tintero?

-Sí. Enviar un abrazo grande a toda Donostia y a toda Gipuzkoa. Me encantaría ir a visitarles próximamente. Hasta entonces, reitero mi agradecimiento por aquel año maravilloso que me hicieron vivir. Estoy orgullosísimo de haber podido vestir la camiseta de la Real.

"Sí, la anécdota es cierta. Todos iban callados y les dije que me la pasaran, porque iba a hacer tres goles"

"El partido era difícil: el rival se jugaba la permanencia, hacía muchísimo calor y al campo le faltaba una grada"

"No he vuelto a Donostia desde la semana del ascenso; me gustaría regresar cuando pueda"