La escena hubiese pasado inadvertida para la gran mayoría, imagino. A mí me sigue cautivando como si fuera una atracción incontrolable encontrarme una camiseta txuri-urdin en la calle. En esta ocasión la vestía un niño, de unos 5-6 años, acompañado de su abuelo. En una de esas relaciones que se forjan en el amor más puro y que perduran para siempre. Era viernes, en las horas previas del encuentro ante el Valladolid, lucía el sol en Donostia y yo volvía de agigantar la leyenda del gordito después de correr por el río. En el puente de Riberas, el entrañable aitona lanzaba migas de pan a unos patos que se habían despistado desde el parque Cristina Enea. Cuál fue mi sorpresa cuando escuché que le decía a su nieto, "este para que marque un gol hoy Oyarzabal; este para que anote Isak". Al encontrarme casi a la par, con la piel de gallina, casi me derrumbo en lágrimas cuando el niño, insisto con la txuri-urdin, se dio la vuelta y le corrigió con un notable tono de reproche: "Pero no podemos marcar todos hoy, hay que guardar para ganar la Copa". Todavía me cuesta creer cómo no intenté fundirme con ellos en un abrazo de gol más sentido que la piña que formaron los realistas tras el tanto de Januzaj a los pucelanos.

La escena resume a la perfección lo que se está viviendo en las calles guipuzcoanas desde hace tres semanas, cuando abandonamos Anoeta como si saliésemos de un funeral después de vencer en la ida por 2-1. Reitero, porque merece la pena recalcarlo, en una de las peores noches de los nuestros esta temporada nos acostamos con una mínima ventaja en toda una semifinal. Qué pronto nos acostumbramos a lo bueno. Y si no que se lo pregunten a los dos equipos de Toshack que alcanzaron la final en 1987 y 1988, que salieron vencedores en la vuelta de San Mamés y el Bernabéu a donde acudieron respectivamente con un 0-0 y un tacaño 1-0, sin que contara el valor doble de los goles a domicilio.

Llegados a este punto, a solo un paso de la final, y mientras velamos armas antes de una batalla a cara de perro en la que vamos a sufrir hasta sentir dolor, creo que ha llegado el momento de reivindicar la grandeza de la Real y su gente. Sí, lo sé, todavía no se ha hecho nada y siento que este equipo, con su nivel y su supuesta superioridad, está obligado a clasificarse. Las cosas por su nombre. Pero me gustaría darle la enhorabuena a todos los aficionados blanquiazules por mantener viva la llama de su sentimiento. Por dignificar la pasión por unos colores. Por estar al lado de los suyos en los peores momentos, sin dejarles abandonados a su suerte y por intentar educar a sus herederos en el realismo, pese a ser conscientes de que un subidón como este puede demorarse otras tres décadas. O lo que es lo mismo, toda una vida. Y ahí está la Generación Perdida, de la que también tenemos que sentirnos muy orgullosos, porque se han hecho de la Real en los años malos, en los que no le regalaba apenas alegrías y en los que todos acudíamos a Anoeta conscientes de que nos íbamos a tragar un bodrio insufrible. Y qué importaba, si lo que nos gusta es ver a nuestra Real. Pocas generaciones con más mérito que esta, que se mantuvo fiel al equipo de su tierra a pesar de que se tomaba a bufa cada sorteo de Copa, consciente de que se iba a volver a hacer el ridículo.

Yo lo equiparo a los que han dejado de fumar cuando ya no se permitía el tabaco en los establecimientos cerrados, que serían los aficionados que vivieron las Ligas y la Copa, y los que abandonaron el vicio cuando había humo por todos los lados, con la consiguiente mayor dificultad, como le ha sucedido a esta hornada. En la que incluyo al niño del puente, que desde este año ya conoce las emociones fuertes que puede provocar esta competición. Todos ellos, o nosotros, pasamos el filtro de la famosa escena de la película El Secreto de sus ojos (una de mis preferidas), en la que su devoción por el Racing de Avellaneda acaba delatando al asesino: "El tipo puede cambiar de todo. De cara, de casa, de familia, de novia, de religión, de Dios... Pero hay una cosa que no puede cambiar. No puede cambiar de pasión", explica con claridad meridiana uno de los investigadores. Como nosotros nunca cambiaremos a la Real. Zorionak, esta es la temporada que estábamos esperando, ahora nos merecemos un alegrón.

Una vez más me gustó Imanol en la rueda de prensa previa al partido. En esta ocasión dio en la diana. Abandonó su habitual sincera modestia y su repetido reconocimiento a las capacidades del rival para reivindicar el potencial de su equipo. Para recordar que es la Real la que fue capaz de firmar la gesta más importante de esta Copa al asaltar a partido único al líder en el Santiago Bernabéu con un memorable 3-4 y aclarar que en el encuentro de ida fue su propia falta de precisión la que le privó de hacer mucho daño al Mirandés, cuya presión no fue tan fuerte y agobiante como otras que han sufrido y han logrado desmontar. Si hay que morir, que sea con un general que siente tanto estos colores como el oriotarra, que es capaz de ponerse en primera línea de nuestro ejército a pecho descubierto como un soldado raso cualquiera.

Y esto nos sirve para introducir el tema angustioso de la previa del encuentro. El que nos mantiene alerta y el que tememos todos. El vértigo a fallar, el miedo a decepcionar a tanta gente. Lo primero que deben pensar nuestros jugadores es que son unos privilegiados. ¿Cuántas generaciones han soñado con jugar un partido como el de esta noche que puede hacer hervir todo el sentimiento blanquiazul y no han podido? No han estado ni cerca. Y lo segundo y lo más importante, si han llegado tan lejos es porque son los elegidos. Es en días como estos cuando los futbolistas deben demostrar que están hechos de otra pasta, que son capaces de ofrecer un plus cuando todos los focos se dirigen a ellos. Y sí, yo me la juego, esta es una Real ganadora. Compuesta por canteranos a los que han preparado para competir en noches señaladas y para honrar el escudo hasta que su corazón deje de latir. Y por unos extranjeros que han aprendido a amar esta camiseta y a su gente, llamados incluso a soñar en un futuro en empresas aún mayores.

Pero el camino más corto para hollar esas cimas será superando esta montaña con la txuri-urdin. Pase lo que pase, todos tenéis nuestro reconocimiento por hacernos soñar. Sois muy buenos. Ahí la tenéis, habéis abierto la puerta de la inmortalidad y podéis ser eternos. No hay nada más bonito que tener en la mano la felicidad de vuestra propia parroquia. Estamos dispuestos a sufrir de nuevo con vosotros, pero esta vez queremos que nos hagáis llorar de alegría. Nessum dorma (recomiendo escuchar a pleno volumen esta aria de la opera Turandot en caso de ataque de nervios). Que nadie duerma. Noche disípate. Ocultaos estrellas. Al alba ganaremos. ¡Vamos Real, a por ellos!