Hace años entrevisté durante una hora en los estudios de Onda Vasca a Mikel Motos, actual jugador del Gipuzkoa Basket. Era la primera vez que compartíamos micrófono. La charla fue agradable. Hablamos de lo divino y de lo humano. Cuando terminamos y nos estábamos despidiendo, quiso decirme una cosa. ¡Adelante!, respondí. Una vez, señaló, cuando volvía de viaje con mi madre en coche, después de un encuentro de baloncesto en Pamplona, veníamos escuchándote la transmisión del partido de la Real que ese día jugaba en Anoeta contra el Real Madrid. Ganamos. Cuando terminó el partido y te despedías, te debiste despistar porque sin apagar el micrófono, dijiste “¡A cascarla!”. No le negué que fuera cierto, pero no recordaba nada parecido. Desde entonces nos llevamos bien. Hace pocos días fue su cumpleaños. Le envié un mensaje como acostumbro y contestó: Muchas gracias. ¡A cascarla! Anoche me acordé una y mil veces de él por esas cosas de la coincidencia, de la casualidad y de la alegría compartida. ¡Qué subidón!

¡A envainársela! Es la siguiente, porque a Imanol le sacudimos por el partido de Leganés, por la elección de los futbolistas para esa cita y por la consecuencia de un resultado negativo. El técnico, sin duda, gestionaba en su mente el partido de anoche, convencido de que existían opciones de ganar y pasar de ronda en un escenario harto complicado, donde los encuentros resultan larguísimos, en donde el miedo escénico termina por imponer muchas veces su ley. Posiblemente, muchos de vosotros, pensabais que aquello era una misión imposible y que necesitábamos un Spartacus, un equipo luchador al estilo Kirk Douglas. El oriotarra debía contagiar a los suyos, decirles que era posible la gesta y que debían creer en ella. Convencerles por encima de todo. Se trataba de poner sobre el tapete la mejor versión del equipo, jugar como saben y dejar boquiabierto a medio mundo. Después de un primer tiempo para enmarcar, después de marcar cuatro goles que pudieron ser bastantes más, después de eliminar al Real Madrid ante su gente, solo queda hacer la ola, reconocer al técnico su valor y excusarse por los palos de hace cinco días. ¡Imanol, herria zurekin! Luego, viene el relato de la historia. No soy tan pasional como Mikel Recalde. Basta leer la crónica para entender lo que significa ganar en el Bernabéu y acceder a semifinales. Prefiero quedarme en los detalles de lo que supone derrotar a un grande en su paisaje con un montón de jugadores que era la primera vez que jugaban allí. En Liga se perdió (3-1). Willian José marcó el tanto de la honra, pero aquel día no compitieron sobre el césped muchos de los protagonistas de ayer. Seguro que Álex Remiro, Gorosabel, Guevara, Aihen Muñoz, Odegaard, Barrenetxea y el propio Isak, que solo jugó once minutos, no olvidarán un partido decisivo, con siete goles y con un final tan feliz.

Alegría compartida con el resto de protagonistas, tanto los que jugaron como quienes se quedaron en el banquillo. Lo mismo para los valientes seguidores que creyeron, una vez más, en una victoria con sabor a gesta. Si en Leganés se llevaron un sopapo, ayer fue un dulce acaramelado de anís y malvavisco. Incluso, Rubén Pardo, desde Burdeos, escribía en redes sociales ¡Qué maravilla, enhorabuena para todos! Y Alberto de la Bella, ¡Vamos! Y Gero Rulli, ¡Felicitaciones a todo el club. Muy merecido, vamos! La lista se hace interminable. La salida de la Real desde atrás fue espléndida. Supongo que, sabedores todos de la ausencia de Casemiro, entendían que se abría un horizonte de opciones y se intuía que la ausencia del stopper iba a propiciar contraataques letales. Llegaron jugadas hilvanadas con sabor a gloria bendita. Un saque de Remiro, un control orientado de Oyarzabal, un pase a Isak y una ocasión de libro que se iba al limbo. Nada que objetar por supuesto al partido del sueco. Es muy diferente a Willian José. Duda poco, se las juega y no le importa fallar. Hasta tal punto que cuando marca, lejos de volverse tarambana, se detiene y lo celebra como si no pasara nada. No es que corra. ¡Vuela! Aunque le manden un galgo a cazarle, no le alcanza. Marcó dos tantos, pudo meter 66 y le eligieron como el destacado de la contienda. Sus goles como los de Odegaard, otra vez en plan finolis, y el de Mikel Merino, sentaron en este territorio divinamente. Aplausos al colectivo y gracias por las emociones compartidas.

¿Y ahora qué? Bueno, toca esperar. Por encima de todo, calma. Paso a paso. Habrá un sorteo, se conocerá al rival, esta vez en eliminatoria a ida y vuelta, aunque antes llega la guinda de la semana. Otro partido de máxima exigencia en el que habrá que ser inteligente, jugar muy bien y competir como si no hubiera un mañana. Lo mismo que anoche, pero ante un diferente rival. Toca recuperarse del esfuerzo, no perder el norte y caer en los excesos de confianza. Seguro que el entrenador se encarga de recordárselo. Mientras tanto, a cascarla, a disfrutarla o a lo que queráis.