El fútbol, como la vida, puede ser maravilloso. Su historia está llena de casualidades, historias y cuadraturas de círculos que convierten a futbolistas de carne y hueso en héroes inmortales. Muchas veces no nos damos cuenta o quizá sea mejor reconocer que no queremos ser conscientes de que allá fuera, más allá de los límites de nuestro sentimiento txuri-urdin, hay muchos seguidores que viven a su equipo con la misma pasión con la que seguimos nosotros a la Real.
Seguro que para la mayoría de ustedes la semana europea ha estado marcada, además de por la resaca de la derrota realista en el Bernabéu, por la enésima exhibición de Messi, el golazo de Dybala (uno de mis preferidos actualmente), el épico partidazo de Valencia o el encuentro que se le escapó a un gran Madrid, que acreditó que los nuestros no cayeron contra un cualquiera el pasado sábado. Pocos han reparado en la historia de Markus Rosenberg, algo que imagino que es lo normal si no conoces a una periodista que es una auténtica devota del Malmo y que no podía reprimir las lágrimas al contarme detalladamente la increíble historia de su ídolo. Este delantero sueco, que pasó con unos registros aceptables por el Racing en la temporada 2010-11, en la que marcó diez goles, ha logrado convertirse en el gran mito en la historia de su club, superando la leyenda de un Ibrahimovic cuya grandeza siempre le había mantenido en un segundo plano.
Nacido en 1982, cuando tenía solo cinco años ya jugaba con el Malmo en el mismo lugar en el que se encuentra el estadio hoy en día. Debutó con el primer equipo, en un encuentro en el que también se estrenó Ibrahimovic, que marcó dos goles contra el AIK Solna. Siempre estaba a su sombra, porque ambos fueron traspasados al Ajax ya que la situación económica de su club era muy mala. Tras competir en la Eredivisie, el Werder Bremen, el Racing y el West Bromwich Albion regresó a su ciudad natal hace seis temporadas. Pese a que sus arcas seguían en crisis, fue clave en el milagro de su clasificación por primera vez en su historia para la Champions League. Los que aman el equipo dicen que durante estos seis años lo ha cambiado todo. Con dos clasificaciones para la Liga de Campeones, otras dos para Europa League y tres títulos en Suecia. Selló las dianas más importantes con las que firmaron victorias imposibles en la máxima competición de clubes, cambió la mentalidad del equipo, y fuera del campo, nunca calló y siempre dio consejos para acabar logrando convertir al club en el más saneado financieramente de su liga. A sus 37 años, como la liga de su país ya ha acabado, se despidió el jueves de su afición en un partido de Europa League ante el Dinamo de Kiev. Anotó dos goles, el 2-2 en el minuto 48, y el apoteósico 4-3 en la última jugada del encuentro que provocó un estallido de felicidad como no se recordaba nada parecido en Malmo. Justo la misma semana en la que la afición renegó de Ibrahimovic por comprarse la mitad de otro equipo sueco, el Hammarby, su héroe mucho más terrenal y de carne hueso se elevaba para siempre al Olimpo de sus dioses.
“Sei bella come un gol al 90” es una pintada que apareció un día en alguna localidad italiana y que refleja perfectamente lo que sentimos cuando la gloria nos sonríe justo al final. En la misma semana en la que compareció el innombrable para dejarnos una vez sin esperanza de puntuar en el Bernabéu por no querer ver una mano y en la que el forajido indultado Keylor Navas dejó boquiabiertos a todos con sus paradas en el mismo escenario en el que le destrozó la carrera en la cumbre de la misma, imposible no acordarse de Imanol Agirretxe. De su gol en el minuto 89 que decidió un derbi solo 24 días antes de que sucediera la evitable tragedia en el Bernabéu. Como Rosenberg, el usurbildarra tuvo que luchar durante muchos años para salir de la sombra de delanteros de postín y otros menos destacados para acabar convirtiéndose en primera espada. Con el paso del tiempo y el peso de la nostalgia, no me importa reconocer que sus goles sabían diferente. No hay nada comparable a que un club de cantera como el nuestro produzca un 9 que decide los partidos. Si ya de por sí es ilusionante que salga cualquier futbolista de nuestro privilegiado vivero, los delanteros centros son una especie en extinción por lo que cada vez que aparece uno prometedor hay que mimarlo como a los mirlos blancos.
Seguimos de enhorabuena, Gipuzkoa puede celebrar el sexto derbi consecutivo entre dos de sus vecinos. Un logro que seguro que con el paso de los años se valorará mucho más. Sobre todo en un país en el que muchas comunidades apenas conocen lo que es la Primera División. Un derbi por rivalidad territorial que pretende convertirse en un clásico mientras los dos se mantengan y se consoliden de forma definitiva en la elite. La única exigencia para saber paladearlo, 90 minutos a cara de perro y un pique sano antes y después de los mismos. Una edición marcada sobre el papel por la mejora respecto al curso pasado de la Real, que como dice Mendilibar, no pierde tanto el tiempo en tonterías, y un Eibar que parece venido a menos sin sus tres jugadores más destacados el curso pasado. Pese a todo, bien harán los realistas en no confiarse y tomárselo muy en serio, porque como analizó Rubí, “sabes lo que te van a hacer y cómo lo van a hacer, pero te lo hacen. El Eibar nunca engaña”.
Les invito a que vean las imágenes. Cuando Rosenberg marcó el 4-3 en el minuto 96 se subió a la grada y desapareció literalmente entre sus eufóricos y enloquecidos aficionados. El final más completo y feliz. Quedarse entre los suyos sin volver al campo. Mutar de estrella a aficionado en plena celebración de un gol decisivo. No se me hubiera ocurrido una despedida mejor para nuestro añorado Imanol. Se la merecía. Se te echa de menos. Que gane el mejor.