el equipo apenas ha pasado de medio campo. No ha sabido juntar dos pases seguidos. Le han rematado cuatro veces al palo. Y en el minuto 88 ha marcado el 1-0 al rebotarle el balón en el culo a un jugador que pasaba por allí. Después del partido, comparece el entrenador en sala de prensa. Sale el futbolista a la zona mixta. Se sienta el periodista delante del ordenador. “Hemos sabido sufrir”, coinciden. Saber sufrir existe. Yo he visto a equipos manejar contextos de agonía con la tranquilidad de quien se come un helado y el oficio del electricista que cambia una simple bombilla. Pero la expresión se utiliza a menudo de forma sacrílega. “Hemos sabido sufrir”. No señor. Se te ha aparecido la virgen. Y punto.
Esta introducción no alude al partido de la Real en Vigo. Más que nada porque la victoria, aun quedando lejos de responder a la mejor actuación de la temporada, tampoco supuso un logro digno de peregrinar a Lourdes. Hubo fases del encuentro que se complicaron, cierto. Sin embargo, también se hicieron muchas cosas bien. Me gustó la primera media hora, en la que vimos una versión blanquiazul atrevida y con un par de puntos de fluidez. Me gustó cómo buscó el entrenador la victoria tras la expulsión, de forma decidida pero sin volverse loco, al considerar que la amenaza de la velocidad local permanecía vigente. Sí, permanecía. Y me gustó que a nadie se le pasara por la cabeza recular tras el gol, durante esos minutos en los que el inconsciente y el miedo pueden muchas veces con la lógica de lo recomendable.
Ocurre, sin embargo, que estamos muy mal acostumbrados. Llevamos dos meses asistiendo a frecuentes exhibiciones de nuestro equipo. Así que, el día en que una victoria no se ve acompañada de las ya habituales dosis de brillo, tiramos de manual para describir el éxito. Pero no. La Real no ganó en Vigo por una cuestión de saber estar o de madurez. Lo hizo porque aprovechó su momento y el rival no. No fue una cuestión de saber sufrir. No fue un trabajo pulcro y riguroso de equipo con escamas que sabe manejar los tiempos de un partido. No fue, en definitiva, un duelo gris de los nuestros sacado adelante desde el oficio y la seriedad. Estuvieron espesos, poco acertados en el último tercio de campo. Pero su plan habitual, ese que nos ha alcanzado a maravillar, dio aun y todo para superar al rival en el marcador.
Diré que la Real ha sabido sufrir el día en el que le vea juntarse en campo propio y resistir con cierto aplomo los ataques posicionales del rival durante minutos y minutos. Opinaré que domina ya otros registros el día en el que le vea saltar al césped con el objetivo de ganar desde una propuesta de mínimos y ritmo pausado. Concluiré que se maneja en el barro como los equipos llamados a la gloria cuando escenarios como San Mamés o el Sánchez Pizjuán no le penalicen como lo han hecho esta temporada. Pero, ojo, tampoco estoy pidiendo aquí y ahora que la escuadra de Imanol se convierta en una máquina multidisciplinar preparada para cambiar el chip cada siete días y adaptarse a todo lo que le planteen los partidos. Se trata de una capacidad que los más optimistas han querido ver tras lo de Vigo, ensalzando una virtud que, sin embargo, no atesoramos ni por asomo. Porque la Real fue ella misma en Balaídos, la de siempre. Con sus fortalezas, que aparecieron en menor medida. Y con sus defectos, algo más patentes el domingo. A mí me vale. Me sigue valiendo.
Debemos admitir todos que en esto del fútbol hay partidos que se deciden por centímetros y por segundos. Los centímetros que frustraron los remates de Santi Mina y que sí controló Isak en el suyo. Los segundos que separaron la segunda amarilla de Pape Cheikh de su futura sustitución. Incluso las solo centésimas que echó en falta el Celta para reorganizarse en la jugada del gol, después de quedarse momentáneamente con nueve. Esto es Primera División. La igualdad resulta tremenda. Y no podemos pretender que la moneda caiga siempre al piso de forma clara y diáfana, como sucediera por ejemplo ante Alavés o Betis. Lo habitual reside en que golpee en el suelo de canto, se marque después unos bailables y termine mostrándonos su cara o su cruz en función de detallitos. Salir ganador del sorteo menos aleatorio que se conoce dependerá luego de tu trabajo y de la cantidad de boletos que este te haya permitido comprar. Sí, la Real sufrió en Vigo. Pero ni supo ni quiso hacerlo. Sufrió, simplemente, porque sufrir es lo normal.