Lo recordaré de por vida. Fue El Momento, con mayúsculas. Algo que necesitaba vivir. O más bien que lo necesitaba la Real. La árbitra pitó el final en Granada y, dentro de la pérdida de papeles en la zona de prensa de Los Cármenes de los periodistas que viajamos, mientras nos dábamos ese comprensible abrazo de título, por el rabillo del ojo pude ver cómo todas las jugadoras comenzaron a correr como pollos sin cabeza y con una euforia incontrolable: “Era lo único que no teníamos preparado”, reconocieron después entre risas las heroínas. La montonera se formó definitivamente en el centro del campo, justo donde comenzaron a placarlas las que salieron del banquillo. Imposible recordarlo sin que se te ponga la piel de gallina y te recorran escalofríos por el cuerpo. Todo bañado en lágrimas, no solo de las futbolistas, sino también de un fondo txuri-urdin que no dejó de alentarlas superando por mucho en decibelios a la parroquia rival, pese a ser muchos menos, y al que, en pleno éxtasis, entre abrazos, saltos y gritos desgarradores de liberación por el fin del ilusionante sufrimiento, le costaba convencerse de lo que había pasado.

Fue un monumento a la fe. Nadie creyó más que ellas cuando casi todo el mundo vaticinaba que iban a ser apaleadas por un coloso como el campeón de liga. Su convicción fue tal que hasta sus ambiciosas declaraciones plenas de autoconfianza y autodeterminación pusieron en evidencia los pusilánimes mensajes de los chicos a la hora de señalar sus metas cada temporada. Hasta el más agorero, apoyado en este caso por el innegable respaldo de la realidad, comenzó a meterse en el partido y a sentir ese cosquilleo en el estómago del que ya empieza a imaginar una victoria, previo a una gran batalla. El discurso fue intachable e incisivo. La prensa local y los enviados especiales de Madrid esperaban un convidado de piedra ilusionado pero derrotado, sin opciones tangibles, y se encontraron con un entrenador y con dos jabatas con pinturas de guerra. Primero fue Gonzalo Arconada, que ha tenido un comportamiento impecable y digno de destacar en todo el éxito, sin obviar que su arriesgado planteamiento permitió equilibrar las fuerzas en el partido y multiplicar las posibilidades de gloria, quién lo dejó muy claro: “Uno de los objetivos que nos marcamos al principio de temporada era llegar a la final. Otro es ganarla, claro”. A su lado, más serias que de costumbre, Nerea Eizagirre (su sonrisa ya es patrimonio de la Real) y Marta Cardona sentenciaron: “Nos vemos levantando la Copa”. Era un aviso a navegantes y algunos no lo tuvieron demasiado en cuenta. Una amenaza, como definió Klopp el discurso de Messi en la presentación oficial de este curso al hablar de que quería “traer esa copa tan linda”.

32 años después, por increíble que hubiese sonado hace muy pocos años, las chicas abrieron la vitrina del club con un título que ha superado todas las expectativas en cuestión de celebración y sentimientos. Yo me he cansado de repetirlo sin la posibilidad de explicar con argumentos contundentes: Toshack decía que un día bueno en Donostia valía por dos en cualquier otro lado; con la Real sucede lo mismo, un triunfo suyo vale por varios de otros clubes. Y así los hemos acreditado entre todos. Esto es nuestra Real que tantas veces hemos tratado de contar y explicar a los más jóvenes. Nada mejor que un fin de semana para fidelizar a tantos txikis que han visto una y otra vez en la televisión imágenes de celebración de éxitos de otros equipos. Ahora los que festejábamos éramos nosotros, una marea txuri-urdin, que nos va a permitir mantener encendida la llama de la pasión por nuestros colores durante varias generaciones.

Era su final. Su día. Su partido. Y solo les separaban 90 minutos para alcanzar la gloria. “No teníamos nada que perder”, se cansaron de repetir. Fue su seriedad, su concentración, convencimiento y su calidad, no lo olvido, lo que les permitió alcanzar la victoria. Ese es el punto de partida para lograr el triunfo. Ser consciente de lo que te juegas y de la importancia de una oportunidad que igual tarda años en volver a repetirse.

A principios de los años 80, momento sagrado para la Real, en Inglaterra un equipo vivió un cuento de hadas. El Nottingham Forest superó por mucho al equipo de Xabi Prieto y Griezmann, y en dos años pasó de ganar la liga en Segunda a llevarse la de Primera y levantar la Copa de Europa, título que repitió al año siguiente, convirtiéndose en el único equipo con más reinados en el viejo continente que en su propio país. El club inglés tuvo el dudoso honor de disputar la primera final de la Intercontinental a partido único en Japón. Tenían un encuentro de liga el sábado anterior contra el City y el sábado siguiente de copa ante el Bristol. Le dieron tan poca relevancia que antes de despegar vieron a una azafata con una caja llena de botellas de champán. Antes de llegar a Alaska, donde hacían escala camino de Tokio, ya se las habían bebido. El día en el que pudo ser el mejor del mundo, Clough solo tenía a catorce jugadores cansados con jet-lag y resacosos, por lo que perdieron 1-0 ante Nacional de Montevideo.

La Real se juega el pasaporte para Europa ante el Espanyol. Como hicieron las chicas, se han ganado por méritos propios el disputar un encuentro definitivo por un objetivo ilusionante después de haber pasado un año difícil. Pase lo que pase, este final no pueden ser las ramas que impidan ver el bosque, porque no se deben repetir errores tan graves como los de este curso. Está difícil, hay que derrotar a uno de los conjuntos de moda con las mismas aspiraciones y posibilidades, pero que juega en casa y depende de un duelo en Sevilla en el que a ambos contrincantes les puede satisfacer el empate. Pero que no lo olviden, la fe mueve montañas, tal y como les han enseñado las chicas, y un buen final con victoria incluida y aunque no tenga premio gordo, es la primera piedra para un proyecto nuevo mejor. Que no se queden con un mal sabor de boca por no cumplir con su parte, como le sucedió a aquel Nottingham, que como reconoció uno de sus protagonistas, perdió “una oportunidad de oro de ser campeones del mundo, aunque entonces no lo supimos valorar”. A 90 minutos de otro éxito. Somos la Real Sociedad, motivo más que suficiente para creer. ¡A por ellos!