En esto del fútbol, tendemos en demasía a valorar a nuestro equipo únicamente por lo que hace. Suena a comportamiento lógico. Muy lógico. Pero no lo es si implica obviar con nuestros análisis una parte fundamental del negocio: el partido del rival. Lo que plantea el adversario marca los partidos. Y mucho. Aunque a nosotros solo nos importe que los de blanco y azul metan goles y no los encajen. El caso es que, hasta ayer, la Real de Imanol siempre se había medido a equipos de idea agresiva, tanto en la presión como en la tenencia del esférico. Madrid, Betis, Espanyol y Rayo pusieron a prueba la apuesta del oriotarra. Hasta dónde quería llegar sacando el balón jugado. Hasta dónde quería llegar a la hora de apretar. Él se mostró más atrevido que Garitano. Y los resultados acompañaron en líneas generales.
Contra el Huesca en Anoeta, mientras, tocó cambiar de registro. Nuestro entrenador esperaba a un contrincante valiente y abierto, fiel a sus principios. Pero la goleada del Atlético en El Alcoraz, la semana pasada, hizo extremar precauciones a Francisco. Sistema de tres centrales. Bloque medio-bajo, con esporádicas presiones altas en saques de puerta. Y escasos riesgos en el inicio de los ataques, con el juego en largo buscando a Enric Gallego como principal vía de salida. De repente, más de un mes después, la Real volvía a verse inmersa en un contexto que se le atragantaba con el anterior entrenador. ¿Y? ¿Qué tal fue la cosa?
Asumiendo la dificultad de la empresa, más complicada de lo que parece, el equipo no estuvo bien. Emitió una sensación de impotencia que recordó a partidos anteriores de la presente temporada en Anoeta: Valencia, Girona, Sevilla, Valladolid? Avanzó por las bandas como único recurso, sin lograr despistar por fuera para encontrar soluciones por dentro. Se mostró previsible. Y demostró que maniatarle pasa por cederle el balón y esperar. Nada que no supiéramos. Cuánto trabajo por delante.