Imanol avisó al respecto el sábado, en la víspera del encuentro. Una cosa es lo que tú planteas. Otra, no necesariamente idéntica, el partido que termina jugándose. Enfrente siempre hay un rival, cuya idea también pesa en el desarrollo de los 90 minutos. Y la fuerza de lo que hace el adversario, además, gana enteros si su comportamiento se acerca al de este Rayo en Vallecas: defensa adelantada, bloque medio en la presión, achique casi extremo de los espacios y situaciones de riesgo continuas para ambas porterías, aunque el balón esté lejos de las mismas.
Ahí está el ejemplo del 1-0 para ilustrar esto último. En el minuto 22, un duelo individual en la línea medular entre Sangalli y el central Velázquez pudo servir al donostiarra para lanzar a Oyarzabal y dejarle solo ante Dimitrievski. Sin embargo, el balón se lo llevó el defensa franjirrojo con la estructura realista en disposición ofensiva, y apenas quince segundos después Comesaña estaba batiendo a Rulli. Fue un partido de comprensible descontrol. Porque cuando el rival se te lanza a la yugular, se hace muy difícil no entrar en un cuerpo a cuerpo del que tú también puedes sacar mucho provecho.
El caldo de cultivo generado tuvo sus pros y sus contras. Entre las cosas malas, el caos general que propició el segundo del Rayo. Entre las buenas, que ni siquiera el momentáneo 2-0 pareció enterrar las opciones de un cuadro txuri-urdin siempre amenazante en ataque. De cara a la segunda parte, Imanol centró la posición de Oyarzabal para que los envíos entre líneas que antes estaban encontrando a Sangalli terminaran en los pies del eibartarra. Y, aunque también propició minutos de embudo y atasco, la apuesta por buscar al 10 supuso la clave de una reacción que debió traducirse en triunfo.