La Real se encontró anoche en Anoeta con la horma de su zapato, el Sevilla. Sí, es cierto que a un equipo de fútbol se le puede analizar desde distintas vertientes, y que txuri-urdin e hispalenses resultan muy distintos en abundantes aspectos del juego. Pero coinciden en uno que marcó ayer el partido: sus manifiestas dificultades a la hora de gestionar esas fases de los encuentros en las que el rival tiene el balón. Ahora mismo son dos boxeadores de buena pegada con los pies de barro. Y en este epílogo futbolero de nuestro 2017 quedó de manifiesto.
La Real dominó minutos y minutos cuando logró adueñarse de la posesión. Atraía a la débil presión visitante tocando por fuera para encontrar espacios en la zona interior, donde disfrutaba de autopistas de tres carriles que además impedían al Sevilla juntar dos pases al recuperar el balón. Así pudieron sentenciar los de Eusebio de inicio, pero el buen pie de los futbolistas de Berizzo y las propias características de nuestro equipo vaticinaban que, tarde o temprano, llegarían fases de control andaluz. Al menos a nivel territorial. Así terminó ocurriendo, y las sensaciones que se habían dado previamente en una parcela se repitieron en la opuesta: jugadores de calidad juntando pases y superando muñecos para alcanzar con sencillez las cercanías del área. Ahí ya la cosa se complicaba. Faltaría más.
No es que Anoeta asistiera a una contienda de muchas ocasiones. Más que acierto, en semejante contexto de debilidades defensivas, les faltó a Real y Sevilla claridad en el último pase para traducir esas larguísimas etapas de dominio en situaciones claras. Y en esas estábamos cuando llegó la de Zubeldia. A uno le queda la sensación de que la entrada del azkoitiarra por Zurutuza era necesaria. Utilizar el gol para argumentarlo sería ventajista. Pero hacía tiempo que el equipo había perdido el balón. Para volver a lo de la primera parte había que recuperarlo.