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Caracol miricol saca los cuernos

Caracol miricol saca los cuernosEl Segre

Y vete al sol, o ponte al sol. No recuerdo muy bien cuál de las dos opciones se elegía para cantar cuando íbamos todavía con pantalón corto y zapatos gorila. Jugábamos de críos con los caracoles. Los marrones habituales y otros más pequeños y amarillos. Tratábamos de que salieran del cascarón, estirasen cuerpos y elevaran los cuernos despacio. Era una forma de entretenerse. Incluso, fomentábamos carreras entre ellos con nulo éxito porque se movían cuando les daba la gana y hacia donde se les antojaba.

En casa a nadie le daba por hacer caracoles. De hecho, creo no haberlos visto nunca en cazuela. Alguna vez oí que tenían mucho trabajo y que había que limpiarlos uno por uno y muy bien. Que en eso consiste parte de la gracia y del éxito final. Cuando acudo a los mercados de navidad veo las redecillas llenas de ellos y compruebo que la gente se los lleva, como las escarolas y los cardos que suelen estar cerca.

Normalmente, en las cartas de los restaurantes no figuran. Ignoro si por el trabajo o por el precio. No los elegiría jamás porque siempre viene a la memoria aquel recuerdo infantil y, no sé, pero me da cosa probarlos. En Lleida siempre hubo jugadores vascos. Era un destino no lejano y una propuesta deportiva interesante. En algún viaje de esos, de pasar por allí, quedamos a comer y me llevaron a un sitio, creo que La Huerta, porque allí hacían unos cargols formidables.

Se pusieron las botas, mientras elegí una tosta, nada desdeñable, de escalibada con anchoas. Les dejé claro desde el principio que de ninguna manera iba a probarlos. Luego, una carne y una crema catalana. Supongo, también que café. Este es un recuerdo ilerdense.

Otro, más futbolero, se refiere a un partido de liga en Primera División cuando en el equipo azulón se sentaban en el banquillo Mané, el del bigote. Como hice el viaje en el día, ida y vuelta, le pedí a un amigo que me acompañase. Se sentó en la cabina y le encargué que llevara la cuenta de córners. Uno, y casi en el descuento. Lo lanzó Uria después de un partido malo a reventar en el que nos ganaron con un gol de Milinkovic muy cerca del final. Por cierto, aquel encuentro lo jugó Loren.

Un tercer recuerdo nos lleva a Lleida solo a pernoctar. Mayo de 2006. La Real juega en Montjuic el último partido de liga contra el Espanyol que entonces entrenaba Lotina. Ellos necesitaban ganar para salvarse y nosotros con los deberes hechos. Una falta que prolonga Brechet hacia atrás. Le cae a Corominas quien marca el tanto de la victoria periquita en el minuto 91. Y no voy a escribir más del partido. Como los hoteles de Barcelona estaban petados por culpa de la carrera de Montmeló, debimos dormir en Lleida. Llegamos bastante tarde. El bufet de la mañana era formidable, sobre todo por los enormes cestos de cerezas. Así como a los caracoles no los quiero ni ver, las cerezas me apasionan. ¡Qué buenas estaban! Han pasado tantos años y no se me olvida. Los ilerdenses disponen de una fruta formidable.

La última vuelta por Lleida fue artística. Un verano recorriendo los lugares más significativos del románico catalán (experiencia recomendable). Paramos a cenar, sin más, pero a la salida nos pilló un tormentón del cien y el recorrido entre el comedor y el coche nos sirvió para coger una chupa inolvidable. Así que, ya veis, de esa ciudad guardo recuerdos variopintos a los que debo agregar los que se relacionan con el partido de anoche.

Esperaba lo de casi siempre. Es decir, el equipo de casa tirando del carro y el visitante nadando y guardando la ropa. Había visto, en los días precedentes, al Numancia, al Formentera, a la Ponferradina sacar tajada de sus virtudes ante equipos de superior categoría. Y como tengo, con perdón, el culo pelado de vivir este tipo de partidos, até los machos y ajusté la taleguilla. Era necesario hacerlo ante la cantidad de ausencias en el elenco de actores: Agirretxe, Carlos Martínez, Guridi, Elustondo, Odriozola, Kevin, Zubeldia, Willian José y Zururutza (zorionak, new father) cuya incomparecencia, en otro tiempo, podría desencadenar una hecatombe. Eusebio optó por atacar. Eligió gente con la mira puesta en la portería contraria y con menos músculo para la contención y el balance defensivo. En el primer tiempo le salió bien, porque la Real dispuso del control de balón (70% de posesión) y en la segunda, con el marcador decantado de su lado, el equipo se dedicó a gestionar los entusiastas ataques ilerdenses. Los minutos fueron pasando y todo llegó al final. Sirvió el golazo de Canales, un caracolazo en toda regla. Solo por ver un tanto así merece la pena pagar una entrada, lo mismo que por ver debutar a un chaval como Ander Guevara, al que el entrenador le concedió la oportunidad y la eficaz presencia de Toño Ramírez en el portal. Ni un solo error.

Misión cumplida en la cancha de un equipo de Segunda B. Victoria y curiosidad, porque desde el 1-3 de Burgos (2004), los realistas no ganaban un encuentro de análogas circunstancias. Es que el devenir en el torneo copero ha contado con tantos desencuentros que datos como éste, por paupérrimos, llaman la atención.