DONOSTIA. La Real encadenó su cuarto partido en Liga sin ganar en Anoeta tras empatar contra un Espanyol que le ha cogido gusto a puntuar en Donostia. El equipo realista sufrió una indigestión por el homenaje de goles que se dio en Macedonia y no fue capaz de remontar el golpe en frío que encajó a los ocho minutos ante un visitante que llegó con la vitola de equipo bonito, plagado de nombres atractivos y que se mostró muy defensivo y marrullero. En el fútbol cada vez quedan menos románticos y si no, que se lo pregunten a Quique Sánchez Flores y a su planteamiento ultraconservador, que, para ser justos, le salió bien, porque su intención inicial se supone que sería amarrar un 0-0.

Una Real atascada, que siempre se desenvolvió incómoda por la presión adelantada de sus adversarios y, sobre todo, por su exagerado repliegue posterior, no alcanzó en ningún momento la inspiración que le permitió arrasar al Vardar en su estadio. A Eusebio, que parece tomarle la medida a las rotaciones para oxigenar al equipo, todavía le falta motivar y enchufar a los suyos en el que señala con sus planes como el encuentro secundario de la semana. Es decir, le otorgó mucha más relevancia al choque de la Europa League, en el que era obligatorio vencer para meter un pie en los cruces, y se saldó con una goleada de escándalo. Y ayer, en un partido de importancia para no perder comba con los puestos nobles de la clasificación, no logró que sus jugadores volviesen a desarrollar ese fútbol que por momentos enamora. En su debe queda que, cuando no roza la perfección, se le escapan demasiados puntos. Y además en casa, donde, aunque sea difícil ahora echarle un candado con todo el fondo abierto, hay que hacerse fuertes para sumar de tres en tres si se pretende igualar o superar el éxito del curso anterior.

Las mejores noticias de la noche fueron el regreso de Iñigo Martínez, el mayor puntal de la defensa en los últimos años; el rendimiento de estrella de Oyarzabal; y la primera exhibición de Januzaj, cuya acción valió un punto. Cuando comenzaban a sonar los murmullos de desconfianza, el belga confirmó su calidad extraordinaria, tan anunciada y ratificada por sus propios compañeros.

A los diez minutos de entrar al campo en sustitución de Vela, cuando muchos todavía no se habían enterado de que estaba jugando, recibió un balón de Kevin Rodrigues escorado a la banda, se marchó con elegancia de Víctor Sánchez y al entrar en el área, mientras todos esperaban el centro, le tiró un caño de los que levantan el ohhh en la grada. A eso hay que añadirle que, además, tuvo la sangre fría y la pausa para no precipitarse, levantar la cabeza y asistir a Illarra, para que anotara el empate. En los compases finales, firmó otro eslálon magnífico, pero esta vez, con la puerta abierta esperándole, su servicio no halló rematador. Este chaval es así, la finta y el sprint, como decían del primer Joaquín. Su rendimiento no pasará inadvertido: o se sale y acaba en un gigante de Europa, o fracasa. En Zubieta se le ve feliz e integrado; habrá que ver si con un entorno casi bucólico consigue consagrarse por fin tras llevar muchos años siendo considerado como una de las mayores promesas de Europa.

La Real no se puede excusar en el cansancio, ya que esta vez sí que tuvo tiempo suficiente para descansar y reponer energías para afrontar un duelo exigente como el del Espanyol. Pero también es razonable pensar que la carga de partidos le afectó más de lo esperado y se reflejó en que sus futbolistas se mostraron en todo momento espesos, con pocas ideas y una falta de precisión en sus pases. Para colmo, en la primera acción de ataque y casi la única de todo el partido, el Espanyol se puso por delante en una jugada en la que Jurado le sirvió un balón medido a Leo Baptistao, cuyo cabezazo superó a un Rulli que poco más pudo hacer. Es fácil señalar a los centrales, pero los rivales también juegan y son capaces de firmar este tipo de acciones. Quizá lo más evitable era que Jurado centrara sin apenas oposición.

un rival defensivo El Espanyol lo tenía muy claro. Entrar en un intercambio de golpes con la Real no le convenía para nada, por lo que se encerró en su área, tratando de reducir los espacios acumulando hombres tanto en las bandas como en el centro. Los blanquiazules no estuvieron lúcidos ni tuvieron la pausa y la paciencia para atacar un cerrojazo de los antes, llamados amarrateguis.

Al principio, solo Vela animó un poco y aceleró la lenta y previsible circulación de los locales. El mexicano quiere, pero no puede. Le faltó consistencia, puesto que ni remató ni atinó con el último pase. Salvo un par de aperturas de mérito de Willian José, que se fajó de espaldas como acostumbra y con Illarra y Xabi Prieto desaparecidos en combate por anulación o absorción, el único txuri-urdin que hizo daño a la poblada zaga perica fue Mikel Oyarzabal. De largo, el realista más en forma. Un futbolista como la copa de un pino. Ya no solo ha pasado de no marcar a convivir siempre cerca del gol, sino que encima no necesita a nadie para generar oportunidades: se las fabrica él solito. A los 27 minutos, firmó una maniobra estupenda en el área que culminó con un centro templado y medido al segundo palo que Vela no logró aprovechar con un testarazo que repelió, también con la cabeza, Aarón. Tras un pequeño susto con un intento lejano de Baptistao, el eibartarra protagonizó el primer disparo a puerta de los blanquiazules, que Pau sacó de la misma escuadra. Era el minuto 43, con eso queda todo dicho.

En la reanudación, la Real intensificó su ataque, al aumentar notablemente su agresividad en la presión, lo que le permitió jugar más cerca del área espanyolista. Willian volvió a probar su cañón zurdo, pero lo atajó Pau. Oyarzabal, con la derecha, a la segunda y después de internarse con destreza en el área, se topó con la manopla del meta. Zubeldia, Kevin, Willian, de nuevo, y Januzaj, en una falta que se envenenó tras tocar en la barrera, anunciaban la llegada de un empate. Finalmente, se produjo cuando el belga frotó su lámpara mágica. El problema es que a los realistas les faltó energía y, probablemente, la aportación de los otros dos cambios. Sus dos últimas opciones nacieron de las botas del ex del United, en un córner sacado por él que peinó Illarra sin que llegara Oyarzabal, y en su citada última internada, que tampoco encontró un pie rematador salvador.

El árbitro, un exhibicionista capaz de erigirse en protagonista desde el pitido inicial, que mandó repetir en dos ocasiones, reventó los minutos finales, confirmando su protección al equipo que no quiso jugar en ningún momento. Por si fuera poco, expulsó a Illarra (qué fácil es echar a un realista), que no jugará en Getafe, lo que soliviantó como hacía mucho a la grada, pese a que no hizo nada de lo que ya estamos acostumbrados a sufrir con la maldita pista. La pena fue que volaron otros dos puntos ante un adversario que no lo mereció al declararse de antemano con su táctica muy inferior a la Real. Y eso sí que da rabia.