Mientras en Barcelona lamentan la baja de Dembelé como si de una mezcla de Cruyff y Maradona se tratara, despotrican contra la directiva por no pagar otra millonada por Coutinho, y se felicitan por acumular cuatro puntos de ventaja que a estas alturas dicen más bien poco, la Real perdió anoche en Anoeta contra el que es, y de largo además, el mejor equipo del mundo. Lo demostró en Donostia, mostrando una camaleónica imagen que le hizo estar siempre a la altura de las circunstancias.
Sometió a los nuestros desactivándoles con un notable juego de posición y toque. Les mató luego con dos contras letales. Defendió con eficacia la meta de Keylor Navas situando casi en la divisoria a dos centrales altos como torres y rápidos como gamos. Y no se puso nervioso en la segunda parte cuando le tocó recular 30 metros para esperar las ofensivas de una Real más dominadora, sabiéndose capaz de acercarse a Rulli tanto tocando como corriendo. El miércoles recibió al APOEL en la Champions, y el de anoche era su partido de la semana.
¿Y nuestra Real? Analizado lo analizado sobre el rival, que además sufría una amplia lista de ausencias, queda todo dicho sobre el equipo de Eusebio, que opuso sus armas habituales, herramientas que le costó utilizar en muchas fases del encuentro ante la superioridad blanca. El jueves el Rosenborg no fue ni siquiera escollo. Y ayer vimos lo que vimos. El contraste entre adversario y adversario es tal que las dos últimas actuaciones de los txuri-urdin deben calibrarse en consecuencia. No seré yo quien escriba aquello de que el jueves en el Ciutat de Valencia vuelve “nuestra Liga”. Pero sí regresaremos a la realidad futbolística cruda y dura, esa que, tras los triunfos ante Celta, Villarreal y Deportivo, obliga a ser optimistas.