El Madrid volvió a ganar con absoluta justicia en Anoeta al ser muy superior a la Real. El equipo blanco le tiene tomada la medida a los blanquiazules. Es un gigante al que no le importa adoptar el papel de equipo conservador y defensivo, pese a contar con un elenco de estrellas mundiales. Es cierto que se presentaron con muchas bajas en Donostia de jugadores increíbles, de Play Station, pero no había más que analizar jugador por jugador su once para poner en evidencia los lloriqueos de su entorno en las horas previas. Por poner un ejemplo, la gran sorpresa de su alineación, que luego además se convirtió en el gran protagonista del encuentro, al decidirlo con las acciones de los dos primeros goles, era Borja Mayoral. Este punta es el mejor de la generación de nuestro Mikel Oyarzabal, tal y como suele reconocer el propio eibartarra. Otro de ellos es Ceballos, que salió casi al final, más para perder tiempo que por otro motivo. Significativo.

Fue una pena. Y sin duda resultó imposible no decepcionarse al comprobar desde el principio que la Real no conseguía desarrollar su juego y que estaba tan incómoda como cada vez que le visita el gigante blanco. En Barcelona, los más radicales, que parecen no conocer el perfil histórico del aficionado txuri-urdin, suelen decir con sorna, y picados por las habituales derrotas de los suyos en sus visitas, que el Madrid siempre se pasea por Donostia porque le ponen la alfombra roja. Nada más lejos de la realidad. Hacía tiempo que no se le tenía tantas ganas a un equipo y que no se generaba una atmósfera tan positiva y esperanzadora ante la llegada del vigente doble campeón de Europa de forma consecutiva. Un dato que debemos tener en cuenta.

Todo esto está muy bien. Pero lo que no admite justificación es que un equipo con tanto nivel, con una calidad extraordinaria y un potencial técnico, táctico y, sobre todo, físico, apartado en el que supera con creces a la Real, no necesita casi siempre la colaboración del colegiado de turno, que comparece con la cobardía del que tiene miedo a perjudicar al grande por lo que puede llegar los días después. Ya lo vivimos con Iglesias Villanueva, al que conocimos en Segunda cuando no trataba de esta forma a la Real, porque le solía respetar mucho más, cuando hace dos campañas ante el Atlético con 0-1 en el último minuto, no señaló un penalti claro a Jonathas. En la contra, los madrileños marcaron el segundo y el brasileño se volvió loco hasta el punto de ser expulsado. Que quede muy claro. El Madrid no se llevó los puntos de Anoeta por el colegiado. Nadie está diciendo eso, porque el que lo piense probablemente estará faltando a la verdad. Pero no es normal. Lo decíamos la semana pasada cuando a la Real le beneficiaron en sus dos primeros goles que pudieron ser anulados por fuera de juego. Son decisiones difíciles, por centímetros, son humanos y, como los futbolistas, se equivocan. Lo que traspasa el límite de la paciencia, y convierte la decepción en frustración, es utilizar un doble criterio hasta que el encuentro se decide. La acción polémica y clave del choque fue la del segundo tanto. El balón venía de botar en el larguero tras la segunda volea de Kevin, el Madrid armó una contra y Borja Mayoral metió el cuerpo en la pugna con Llorente y este cayó. No fue una falta clara y a nadie se le escapa que el realista, como suelen hacer los defensas, exageró al comprobar que se le escapaba el rival, buscando la complicidad del trencilla de turno. En esta ocasión, cuando ya tenía a la grada en armas por varias jugadas discutibles, Iglesias Villanueva dejó seguir y la acción acabó en gol en propia meta de Kevin. Lo que molesta y enfada de verdad es que nadie duda de que si hubiese sido al revés, tal y como se pudo comprobar en toda la primera parte, habría pitado la infracción. No, no tuvo nada que ver con los escandalosos robos que ha sufrido la Real en el Bernabéu, pero la historia, con el mismo abusón enfrente viéndose favorecido en todas las polémicas, ya cansa mucho. No había más que escuchar lo que más se repetía en los alrededores de Anoeta antes del comienzo del choque: “Si nos deja el árbitro, hoy sí se puede...”. Hasta aquí el habitual protagonismo del colegiado, supuesto convidado de piedra en una fiesta grande, que revienta acabando con la ilusión de toda una parroquia hasta sacarle de quicio.

No apareció a la cita la Real del arrollador comienzo de la temporada. Eusebio fue valiente y consecuente con sus ideas. Apostó por el equipo y el esquema que viene utilizando siempre. No le importó quién estuviera en frente. Y eso tiene mérito, porque se lo ha ganado a base de méritos y éxitos deportivos. O hay que olvidar que la Real jugó sin sus dos centrales titulares del curso anterior (cómo echó de menos ayer la salida de balón de Iñigo) y de Mikel Oyarzabal, que ayer tenía reservado un papel estelar para crearles problemas a los laterales con sus carreras y presión. Desde el inicio se vio que el Madrid había estudiado muy bien a la Real. Aplicó una presión muy adelantada, casi con marcajes hombre a hombre para anular la entrada en juego de Illarra, algo que ya hizo el Deportivo la semana pasada; y cuando atacaban en estático, sus bandas en el medio de su 4-4-2 se metían por dentro para crear superioridades, con sus laterales convertidos casi en extremos. La medular txuri-urdin se vio desbordada por su inferioridad numérica y por el enorme talento de los madridistas. Solo en los siete primeros minutos de juego Carvajal alcanzó la línea de fondo sin que Januzaj llegara para cerrarle.

El monólogo inicial de los visitantes, un escenario que no se imaginaba ni el más pesimista de los seguidores blanquiazules, concluyó con el primer tanto obra de Mayoral, que se aprovechó de una buena maniobra de espaldas de Sergio Ramos dentro del área.

Sin el esférico, la Real estaba desorientada y angustiada. Solo Willian José, al recoger un rechace y precipitándose, porque tenía tiempo para controlar, probó a Keylor con un disparo lejano. Pero este equipo cuenta con alternativas y recursos para plantar cara a cualquiera. Si sus centrocampistas y sus delanteros no funcionan, aparece el correcaminos Odriozola para recorrer la banda como una bala y, a la máxima velocidad, poner un centro al segundo palo que Kevin aprovechó de gran voleón, ante el que pudo hacer algo más el costarricense. Un lateral centra y el otro remata. Ninguno de los dos podrán disimular nunca sus orígenes de extremos.

La fórmula se repitió poco después, con la Real por fin mandando, pero el larguero repelió el chut del francés. En la contra se produjo la acción polémica y el 1-2 de Kevin en su portería. No, en el fútbol hay que evitar escudarse en la mala suerte, pero no se puede decir que la Real estuviera afortunada, ya que la pelota entró entre las piernas de Rulli. Con el equipo y su afición desquiciados, al menos se logró llegar al descanso con la desventaja por la mínima, pese a las buenas opciones de Asensio y Modric.

En la reanudación la Real se calmó, bajó revoluciones y quiso imponerse a través de la posesión. El problema es que el Madrid ya conocía la receta para matarle a la contra. Xabi Prieto pidió penalti por un pequeño agarrón de Theo y Llorente no pudo aprovechar dos remates, uno de cabeza y otro con el pie, y que le salieron demasiado centrados. En la primera opción que encontró Isco para inventar, se sacó de la chistera un servicio en largo que aprovechó Bale tras sacarle más de diez metros en la carrera a Kevin. No estuvo fino tampoco Rulli, que pudo intuir la llegada del caballo desbocado galés, que, eso sí, definió con la elegancia y sutilidad de un lord británico. De ahí al final, más con el corazón que con la cabeza, los blanquiazules lo intentaron, pero Zurutuza, Juanmi, Kevin y Vela no lograron recortar distancias.

La Real perdió contra el Madrid. No es grave, aunque duela. Y si duele, es porque pensábamos que podía ganar a un campeón de Europa que tiene más vidas que un gato, aunque muchas de ellas se las concedan con una sobreprotección institucional intolerable.