Eusebio imaginó el viernes un partido. El partido que más o menos imaginábamos todos. Pepe Mel incluido. Sobre el papel, el control en Riazor tenía que ser de la Real. Y los contragolpes, del Deportivo. Pero dos goles en cuatro minutos hicieron saltar el guión por los aires. Había acertado el entrenador txuri-urdin con su planteamiento, mediante el que, como ante el Villarreal, centró a Juanmi en ataque para dar vía libre a los apoyos retrasados de Willian José y a las subidas de Kevin. De un plumazo, sin embargo, el encuentro dejó de suponer una confrontación de estilos para convertirse en una pugna a cara de perro por el dominio del balón. Al cuadro gallego ya no le valía con esperar. Y los nuestros lo acusaron.
Cuando tenían el balón, Illarramendi se incrustaba en la zaga para darle salida. Y Xabi Prieto y Zurutuza se quedaban muy solos en la zona de creación. Januzaj es un futbolista desequilibrante, pero se mueve solo en una parcela muy determinada. Y con Juanmi estamos en lo de siempre: un sobresaliente finalizador cuyo papel baja enteros cuando se trata de dar continuidad al juego. El Deportivo, con superioridad numérica en la media, se hizo con el control del partido y mereció el momentáneo empate que logró Andone. Obligó a la Real a defender con el bloque bajo. Malo. Y los zagueros txuri-urdin, sobre todo los laterales, padecieron horrores.
Mel había arriesgado sentando a Gama y dando entrada a Lucas. Delantero por interior. Llegó luego el citado 2-2, que hizo que los locales pensaran también en guardar la ropa. Y entró Canales por Juanmi. Gracias a todo ello, la Real recuperó la medular. Y, aunque la victoria se haría esperar, supuso una consecuencia lógica de lo visto a partir de entonces. Afloró la sideral distancia futbolística que separa a ambos equipos.