Demos por buena la victoria de la Real, y alegrémonos por ella en su justa medida. Más que nada, por lo que habríamos pensado y dicho todos si se llega a repetir, por ejemplo, el 0-3 del año pasado contra el Granada. Los puntos, de cualquier modo, no cambian en ningún caso el análisis global de un curso decepcionante y cuyo epílogo en Anoeta supuso ayer, además, la sentencia para un Rayo que nos cae muy bien pero que se marcha a Segunda sin remisión. Por todo ello, y pese al triunfo sumado, muchos salimos ayer del estadio con cierto mal cuerpo.
Así nos lo dejó el funeral vallecano al que asistimos tras el pitido final. Y así nos lo dejó también presenciar un partido disputado sin excesiva tensión por parte de los nuestros y en el que pudo suceder cualquier cosa, incluido ese 0-3 que celebraba antes haber evitado. Porque, a decir verdad, tampoco es que existieran muchas diferencias por parte realista entre el modo en que se afrontó el duelo de ayer y la manera en que se encaró hace un año la visita granadina. Lo que ocurre es que esto es fútbol, sin más. El Rayo empezó bien. Falló ante Rulli. Y en cambio entró el churro de Oyarzabal. El argentino siguió parando. Los de Paco se atenazaron y se expusieron. Y terminaron generando así un encuentro loco que pudo terminar 4-0 y también 2-3.
¿La Real? Ni fu ni fa, más allá de actuaciones individuales y decisiones puntuales que llamaron la atención, tanto en lo positivo como en lo negativo. Bautista estrenó su cuenta con la primera plantilla con un buen gol. Oyarzabal dio continuidad a su sobresaliente línea de juego. Y nueve meses después del verano en el que Moyes intentó convertir esto en el Stoke City de San Sebastián, el equipo terminó la campaña en casa con los dorsales 28, 30 y 35 luciendo sobre el césped. Podían haber sido más, si Eusebio llega a dar entrada a Igor Zubeldia. No lo hizo de entrada, y menos entendible aún resultó que no apostara por el azkoitiarra cuando expulsaron a Granero. Seguiremos esperando.