Se veía venir. Los que conocemos a la Real, porque formamos parte de ella aunque sea solo apoyándola desde la grada, sabemos que el inaceptable error del Calderón podía tener una segunda parte. Y así fue. Eusebio Sacristán se rindió antes de tiempo el martes al sacar ante uno de los rivales más competitivos de Primera un once formado por habituales reservas, tal y como se podía constatar si se echaba un vistazo a su banquillo ayer, en el que había cinco titulares en Madrid para, en teoría, sacar adelante la visita del colista con su mejor arsenal. Y esas cosas, en este club, nunca salen bien. No sabemos muy bien por qué, pero no funcionan. Los blanquiazules no fueron capaces de imponerse al Levante y solo han sumado dos puntos en una semana fatídica que ha sepultado casi de forma definitiva cualquier aspiración europea que se hubiese podido generar tras vencer en Bilbao.
Y es una pena, porque esta Real no para de reventar las ilusiones de su sufrida parroquia. Su trayectoria en las tres últimas campañas está siendo la más frustrante posible. Empieza mal, se va alejando de cualquier objetivo bucólico que se haya marcado en verano, reacciona más o menos en el ecuador de la competición con una serie de buenos resultados que nos ponen en duda sobre la verdadera valía de sus jugadores y, a la hora de la verdad, cuando se pone de nuevo a tiro de una meta prometedora, vuelve de forma irreparable al camino de la decepción y la decadencia.
Durante semanas y semanas de cada temporada le damos vueltas al trabajo del entrenador. No nos libramos ninguno de eso, pero la enfermedad de la Real va mucho más allá. La culpa de todo no la tienen Arrasate, Moyes o Eusebio, aunque en muchas ocasiones, alguno de ellos en demasiadas, sus decisiones y planteamientos se convierten en una rémora difícil de superar. Los verdaderos responsables de este fracaso, porque la campaña de la Real, al igual que la del año anterior, es un auténtico y sonado fracaso, son los jugadores. El principal fallo achacable al club es que el listón de la ambición y exigencia lo sitúa demasiado bajo, lo que ha permitido que sus protegidos futbolistas hayan caído en una situación de acomodamiento inadmisible en la elite profesional.
No hay que olvidar que esta plantilla es la más cara de la historia de la Real. Que varios de sus futbolistas son auténticos millonarios y que, gracias a lo que cobran en Anoeta, van a poder vivir tranquilamente los hijos de sus hijos. Es por este motivo que resulta incompresible que, después de encadenar cuatro triunfos consecutivos, coronados por el asalto a San Mamés, donde siempre acreditan una motivación superior y especial, hayan empatado dos encuentros seguidos en casa y no hayan comparecido con una mínima dignidad para competir en el Manzanares.
Lo peor de todo es que encima deja mal a su aficionado, que tiene que soportar el vacile del vecino, por la diferente intensidad y concentración que afronta los partidos contra su equipo y frente a los demás. Lo dicho, no está siendo fácil ser seguidor de la Real en los tres últimos años. Porque la serie de decepciones es interminable y cuando empiezas a vislumbrar una luz de esperanza tus jugadores no tardan en borrarla con otra pifia enorme como la de ayer frente al colista.
superioridad El empate ante el Levante fue incomprensible y especialmente sangrante. Porque a los 20 minutos el duelo ofrecía la sensación de que era casi imposible que el Levante no regresara a casa con un saco de goles. Un equipo sin confianza y agarrotado, con más de un futbolista interesante, pero que desprende un tufillo a descenso y que comete unos fallos garrafales que cualquier adversario con instinto matador no le va a perdonar. Lo malo es que los blanquiazules también se dieron cuenta de que no iban a tener muchos problemas y, como estos son así, se relajaron. Y bajaron la guardia. Y pensaron que les iba a valer con una o dos acciones de sus mejores elementos para desnivelar la contienda.
Desgraciadamente, en Primera así no ganas ni al último en tu casa. Y cuando se quisieron dar cuenta, los valencianos habían empatado y habían levantado un muro delante de su portería que lo iban a defender a capa y espada. Y hay que decirlo, tuvieron mucho mérito, porque su plantel se encuentra a años luz del que se le presupone a la Real y seguro que muchos de sus futbolistas van a tener que replantearse su vida cuando se retiren. No como los nuestros. Y esto, por muy triste que suene y por mucho que nos guste enarbolar la bandera de la humildad y la modestia, es la realidad actual de nuestro equipo, que tiene un astronómico presupuesto de 68 millones de euros. Sí, es verdad que ganamos dos Ligas con todo canteranos en los ochenta, pero aquella era otra época. Está claro que, en este caso, se cumple el dicho de que cualquier tiempo pasado fue mejor...
La Real entró mal al encuentro. Como casi siempre. Pero lo de ayer es más grave, porque cuando te visita un rival con dudas es importante marcar territorio e intentar liquidar el duelo por la vía rápida. Aunque si estos no son capaces de defender al más txiki de su plantel cuando un bárbaro le destroza el tobillo, nos podemos imaginar que mucho miedo ya no van meter a nadie... Los realistas tenían más el balón, pero su dominio no era ordenado ni dirigido con criterio. Atacaban por oleadas separadas en el tiempo y producidas por la mayor calidad de sus jugadores. Como, por ejemplo, un cambio de banda sublime de Pardo a Vela, cuyo centro no llegó a rematar, como casi siempre, Jonathas. Curioso ariete el brasileño, al que resulta complicado catalogar, porque no es un delantero de área. Nunca rompe en diagonal para buscar el primer palo, lo que motiva que su asistente tenga que buscarle en lugar de encontrarle con facilidad. Y eso es un importante defecto.
Como quien no quiere la cosa, la Real se adelantó a los catorce minutos, gracias a una gran maniobra de Yuri con arrancada, internada y centro incluidos, que aprovechó Reyes con una buena mediavuelta en el área pequeña. Segundos después, Jonathas, en su única ocasión, remató suave un servicio de Xabi Prieto. El donostiarra estuvo activo, pero sorprendentemente fallón en el último pase. Con el paso de los minutos, el Levante se fue dando cuenta de que el perro que tenía enfrente no era tan fiero y poco a poco se fue asomando en los aledaños de Rulli. Verdú y Lerma dispusieron de dos buenas ocasiones antes de que llegara el empate obra de Deyverson, cómo no, a la salida de un córner. La jugada vino precedida de una acción en la que Prieto entró muy blando en la disputa. En el saque de esquina, Rulli no salió cuando el balón debió ser suyo, Reyes despejó en plancha, pero, sin querer, se la sirvió en bandeja al brasileño, que la colocó junto al poste. El tanto le hizo daño a los realistas, que solo generaron una ocasión antes del entreacto, con un servicio magistral de Oyarzabal que desperdició de forma increíble Vela.
En la reanudación, Granero sustituyó al capitán y se notó su entrada. Tras un susto de Toño García que salvó Rulli, la Real comenzó un asedio a la meta levantinista con tan poca claridad que acabó resultando desesperante. Vela, con una rosca, y Oyarzabal fueron los únicos que crearon peligro de verdad antes de los últimos veinte minutos. En ese momento entró Bruma, que acabó convirtiéndose en el triste protagonista del duelo al desperdiciar en el área pequeña y de forma inexplicable dos asistencias de crack de la nueva joya txuri-urdin. Los realistas atacaron hasta el final, pero, aunque su zaga respondió bien, tampoco se puede decir que estuvieran lejos de la derrota, víctimas de su ansiedad y su desorganización.
La Real vuelve a quedarse en tierra de nadie. Lejos de la amenaza del descenso, que nunca debió sentir, y sin apenas posibilidades de optar a Europa, meta que debió perseguir. El caso es que se antoja necesario que en el club hagan una profunda reflexión para descubrir los motivos por los que se está vaciando Anoeta. Ayer, en un buen horario en domingo, solo había 18.000 espectadores. La explicación quizá se encuentre en el poco orgullo, la falta de competitividad, la relajación y el exceso de confianza que demuestra su equipo ante adversarios que están por debajo de su nivel como el Levante y que se llevan puntos de Donostia sin hacer nada del otro mundo...