Han pasado ya cincuenta años desde que un joven profesor trató de cautivarme con el latín, la lengua que llamaban muerta, y que luego ocupó unos cuantos años seguidos de mi vida. Unos por obligación y otros por devoción. Disfrutaba con las declinaciones y los verbos, pero sobre todo traduciendo. El primer autor, César, puso en nuestras manos la Guerra de las Galias, y a partir de aquel momento, todo se convirtió en permanente combate.
Las tropas buenas contra las malas. Allí se atacaba a los galos, helvecios, germanos, suevos y demás pueblos en marcha. Luego, abundante presencia de comandantes al frente de los guerreros heroicos. T. Labieno, Ariovisto, Vercingetórix, Dumnórix, Galba o Marco Licinio Craso, un elenco extraordinario para protagonizar una gran producción cinematográfica.
Nos aprendíamos los textos casi de memoria porque en cuarto de bachillerato había que responder y superar la exigente reválida que era para nosotros una prueba de fuego. En aquellas traducciones había latiguillos, frases hechas que se repetían y que nos evitaban usar el diccionario Vox que, por cierto, aún conservo. Una de ellas, magnis itineribus (a marchas forzadas), se empleaba para explicar la velocidad con la que debían moverse los ejércitos para desplazarse y atacar.
Ocho años seguidos estudiando la lengua del Lazio daban para conocer también a distintos tipos de educadores. Uno, padre de un conocido guitarrista de un conjunto de moda, se empeñó en que nos aprendiéramos algo así como un abracadabra para que al traducir fuéramos capaces de mantener un orden y no perdernos: “Consuverdatacab” (conjunción, sujeto, verbo, dativo, acusativo y ablativo). Y otro, del que no me olvidaré en mi vida, tuvo a bien mantenernos seis horas en un examen con escasos ocho versos de latín medieval cuya traducción, y un casi notable, fue lo último serio que hice con esa lengua.
No sé el porqué, pero cuando alguien se refirió a que las explicaciones de Eusebio a los jugadores debían producirse a marchas forzadas, vinieron a mi cabeza las magnis itineribus, así como otras frases que me acompañan desde hace décadas y que permanecen imborrables dando vueltas por mi cabeza.
Escuchando la rueda de prensa del nuevo técnico el viernes por la mañana no pude sino respirar profundamente, coger aire fresco y recordar lo que Julio César decía de Terencio: “Puri sermones amator” (amante del habla sencilla). Le entendimos todo y todos a la primera. Y supusimos que también los futbolistas. Faltaba la práctica. Esta llegó frente a un equipo de campanillas y con los argumentos bien puestos. Lo mismo que nuestro entrenador que entendió que ni Vela ni Reyes estaban para grandes empresas y conquistas. Expectación inusitada por conocer de primera mano los once elegidos y la forma de comportarse sobre el césped. Ahí llegó la primera sorpresa porque, de lo que se intuía a la realidad, algunas notables diferencias.
Lo mismo que en el juego. Corremos el riesgo de ser ventajistas tras un partido completo en el debut del nuevo técnico. Cabe hacerse muchas preguntas, pero la respuesta del grupo sobre el terreno fue de una confianza inusitada en sus capacidades, sobre todo en el segundo periodo. Control del balón, pases precisos, triangulaciones, búsqueda de espacios, centros, remates y diez jugadores de Zubieta terminando el partido junto a Rulli. Compromiso solidario de los que compitieron y de los que se quedaron fuera.
Luego llegan los abrazos inequívocos, que son muestras indudables de solidaridad coral con el proyecto, con el nuevo entrenador, con el club y su afición. Cierto es también que las cosas fueron de cara. Primero, porque en el gol anulado al Sevilla no había fuera de juego. Más tarde, porque los despejes de la zaga sevillista fueron pases de golosina para Agirretxe y Xabi Prieto que pusieron la calidad en el remate para sentenciar.
No sé si la Real intuía este Sevilla, pero muy posiblemente los de Emery no se esperaban un equipo transfigurado y convencido. Remodelado a marchas forzadas. Decía el nuevo entrenador que su mayor deseo era que la gente saliera de Anoeta con una sonrisa. Seguro que fue carcajada, incluido el palco presidencial. Lo han pasado tan mal? que, aunque sea por este fin de semana, mereció la pena la decisión.