Es difícil escribir una crónica sobre un concierto de Bruce Springsteen, más allá de la cuestión climatológica, claro. Esta siempre está presente en los eventos de verano en el País Vasco. Que se lo cuenten a Gorka Urbizu en Miramar Gauak, a Fermin Muguruza en el mismo Anoeta hace una semana, o a los Manic Street Preachers en el último Azkena Rock. O, más bien, que se lo cuenten a su público, empapado muchas veces, enfundado bajo un chubasquero y sin paraguas, una herramienta de destrucción masiva que tiene prohibida la entrada en estos casos a los recintos deportivos. También en Anoeta. 

En el afán de alejar a la lluvia, pasados ocho minutos de las nueve de la noche, el de New Jersey arrancó ayer su segundo directo en Donostia con Lonesome day —“This storm will blow through by and by”—, incluida en ese álbum a la recuperación post 11S que es The rising (2002) y que, en la actualidad, puede releerse como la promesa de un Estados Unidos sin Donald Trump. En un inicio la canción alejó la lluvia, aunque pudo verse algún rayo en el cielo sobre el estadio y una auténtica tormenta eléctrica sobre el escenario. No es de extrañar, el Boss lleva 50 años recorriendo el camino del trueno y domándolo.

La borrasca acabó de descargar a mitad del concierto, cuando el frontman se disponía a tocar The house of thousands guitars. No solo llovió, también granizó en abundancia y el concierto tuvo que ser suspendido durante unos 40 minutos. El desconcierto en el césped hizo que muchos de los que tenían acceso solo a la pista trasera, saltasen la cinta que dividía los espacios, accediendo a la parte delantera, más cara en taquilla. Eso sí, la lluvia también trajo viento fresco y permitió a Springsteen salirse del discurso de la gira por un rato y que apostase por un breve periodo de tiempo por otros temas que no abundan en sus conciertos durante la última época. 

Anoeta - 24 de julio de 2025

1. Lonesome Day. 2. Prove It All Night. 3. Land of Hope and Dreams. 4. Death to My Hometown. 5. No Surrender. 6. Rainmaker. 7. Atlantic City. 8. The Promised Land. 9. Hungry Heart. 10. My Hometown. 11. Youngstown. 12. Murder Incorporated. 13. Long Walk Home. 14. House of a Thousand Guitars (interrumpido por la lluvia y no interpretado). 15. Growin' Up. 16. My Love Will Not Let You Down. 17. Darlington County. 18. Working on the Highway. 19. I'm on Fire. 20. Because the Night. 21. Wrecking Ball. 22. The Rising. 23. Badlands. 24. Thunder Road. 

Encore:

25. Born in the U.S.A. 26. Born to Run. 27. Bobby Jean. 28. Glory Days. 29. Dancing in the Dark. 30. Tenth Avenue Freeze-Out. 31. Twist and Shout. 32. Chimes of Freedom.

Decíamos que es difícil escribir una crónica sobre el Boss porque siempre se maneja entre el sobresaliente y la excelencia, haciendo que los textos corran el riesgo de ser intercambiables y, por lo tanto, vacuos. La caída en combate, a causa de una apendicitis, del guitarrista Little Steven, uno de los mejores músicos de la E Street Band -tanto es así, que nadie le sustituyó-, pudo haber ensombrecido -o siguiendo los símiles meteorológicos, encapotado- esta segunda velada de rock en la capital, pero para nada fue así. El de New Jersey y su banda volvieron a salir victoriosos de un recital con complicaciones que, como el del sábado —y en general como cualquiera de su dilatada carrera—, será definido como histórico, memorable, combativo y —gracias al factor climático— también épico, epítetos que se escribieron tras el primer concierto y que podían haberse redactado, incluso, antes de comenzar el de este martes. ¿Fue algo histórico, memorable, combativo y también épico? Probablemente sí, y por ello, seguramente no. Ese es el problema de que algo sea siempre especial e intachable, que en su ontología nunca lo puede ser.

A Lonesome day, le siguió Prove it all night, una canción de sus inicios, registrada en Darkness on the edge of town (1978), y que no había tocado hasta la fecha en esta gira europea. Y es que una de las preguntas era esa, qué tendría de diferente el primer concierto con el segundo, algo que no parece baladí, habida cuenta de que muchos asistentes hicieron doblete. Ayer volvieron a citarse 40.000 almas en Anoeta, correligionarios de la fe springsteeniana en su mayoría, seguidos de rockeros de corazón, de algún que otro visitante ocasional y también de los advenedizos de la cultura de la experiencia, cada vez más numerosos tras la pandemia.

“Gabon Donostia!”, saludó Springsteen, antes de justificar el motivo de la gira, la crítica al gobierno “autoritario” y “corrupto” de Trump. Siguió con la canción que da nombre a la gira, Land of hope and dreams, un rezo para que todo vuelva a ser lo que era, antes de No surrender, una súplica a no rendirse.

Pese a la baja de Van Zant, el grueso de la E Street Band —Roy Bittan (teclados), Nils Lofgren (guitarra), Garry Tallent (bajo), Max Weinberg (batería), Charlie Giordano (organista) y Jake Clamons (saxofón), además del resto de acompañantes, que juntos sumaron una big band de 18 músicos— ofrecieron un concierto ajustado a las necesidades de aún enérgico Springsteen de 75 años, pero al que los estragos de la edad comienzan a pasarle factura, tal y como desvelaron los torpes movimientos de sus pies.

Afiliado al Partido Demócrata y principal valedor cultural de Obama, Biden y Harris, un atribulado Springsteen se encuentra de marcha por Europa denunciando las tropelías del presidente estadounidense. Durante su primera noche en Anoeta, EEUU bombardeó Irán. Era esperable ¿deseable, quizás? una respuesta por parte del mayor opositor que ha tenido el inquilino de la Casa Blanca. No la hubo.

En este sentido, que ciertas canciones —las directamente relacionadas con el estado de la cuestión— y sus alocuciones entre temas se subtitulasen en las grandes pantallas —la única manera en la que muchos asistentes a Anoeta viesen al Boss y a sus músicos— en euskera —hay que felicitar a la organización— y, en menor medida, en castellano, demuestra el verdadero carácter político del evento y de la gira. Desde la perspectiva de un Born in the USA —el artista interpretó ocho de las doce canciones que ponen este álbum de 1984—, el músico presentó una voluntad didáctica de su mayor temor epidérmico: que el Estados Unidos, sobre el que tanto ha escrito, compuesto y cantado, hierva poco a poco y fallezca como la rana que se piensa que se está dando un baño, mientras las élites económicas, los megalomaníacos y los cryptobros azuzan las brasas. “No dictators were crowned” cantó en Death to my hometown, durante los primeros compases del concierto. 

Si bien en un inicio recitó para ahuyentar las precipitaciones, poco después clamó para que empezase a llover. Aseguró que allí donde donde se creaba el caldo de cultivo para que surgiesen “demagogos”, estos acababan por aparecer. Asi dedicó Rainmaker a su “querido” presidente. Se dice que la citada Rainmaker la compuso pensando en él, aunque también hay quien sostiene que es un descarte de algún álbum anterior que recuperó para Letter to you (2022), el último disco editado hasta la fecha con la E Street Band. Sea como fuere, en el setlist de Springsteen en este tour, Trump es algo más que el elefante de la habitación —el logo del Partido Republicano vendría que ni pintado en una metáfora visual—, es el enemigo a batir, el paciente cero del “autoritarismo” que asola el mundo. Por cierto, dos canciones después de llamar al Dios de la lluvia, este respondió desde el cielo con alguna gota que otra, que acabó en diluvio y granizo.

En algunas ocasiones, dio la sensación de que Springsteen se preparaba para decir adiós a la carretera, como cuando en Atlantic city recordó aquello de que “nena, todo el mundo muere, es un hecho”, o como cuando en My hometown, solo con una base rítmica y mientras el público lo arropaba con la luz de sus móviles, o en la más cruda Youngstown suplicó a la nostalgia —el rock más duro se extendió a Murder incorporated—. 

En otras ocasiones, en cambio, pareció que jamás se bajará de los escenarios, como durante la interpretación de Hungry Heart, que comenzó, como es habitual, con el canto del público en karaoke, Springsteen bajó al foso y paseándose por la primera fila besando niños, estrechando manos, intercambiando armónicas y recogiendo rosas; en ese momento pareció que jamás se apeará de la carretera.

La tormenta Springsteen acabó de descargar a la hora y veinte y aunque le dejó sin tocar The house of thousands guitars, la E Street Band y el Boss, con su fiel Telecaster, volvieron a los 40 minutos con intención de agradecer la paciencia del grupo con otra pieza que no está tocando en esta gira Growin’ up, de comienzos de los 70, antes de My love will not let you down. Y entonces empezó la verdadera fiesta, la tónica hasta entonces parecía haberse roto, no solo en el planteamiento más ideológico, sino también en la implicación y actitud del de New Jersey que, hasta ese momento, fue más plana. A la salida tomó las riendas como bien sabe y acabó igual de implicado y calado hasta los huesos que su público.

Esto le permitió esquivar la bala más complicada de la jornada: seguir hablando, como hizo en otros conciertos de la gira, del sufrimiento de la clase trabajadora bajo el mandato republicano, mientras que en Anoeta la entrada más barata costaba 100 euros con gastos incluidos, se aplicaron precios dinámicos para algunas localidades, la cerveza más pequeña se cotizaba a siete euros —más dos del vaso—, y las camfisetas de Springsteen en el puesto de merchandising ascendían a 50 pavos.

Darlington County, que abrió el turno de tres de las cuatro novedades con respecto al resto de la gira, permitió a Jake Clamons uno de los solos de saxofón de la jornada. Y con otro solo, el del batería Mighty Max, llegó Working on a highway, otro chaparrón musical, que quiso calentar a un ya de por sí caliente público, algo que remató con Because the night y la electrizante habilidad de Lofgren con el hacha de seis cuerdas. Lo que restó siguió como un tiro y casi sin tomar aire. Springsteen se animó con un scat agudo en I’m on fire, antes de terminar de desatar la locura con Wrecking ball, The rising, Badlands y Thounder road.

Para el encore dejó aún más himnos, esos que todos conocen y que, estos sí, lleva repitiendo en todos los conciertos: Born in the USA, la indiscutible Born to run, Dancing in the dark, Bobby Jean y Glory Days. Dancing in the dark le dio pie a presentar a cada uno de los miembros de su crew, mientras que en Tenth avenue freeze-out trajo a la memoria a los desaparecidos Clarence Clamons y Danny Federici. Twist and shout puso a todo el mundo a bailar -si es que aún quedaba alguien que no lo hiciese-, antes de que Springsteen se despidiera pidiendo al público que guardase en su corazón una versión de un tema de Bob Dylan, Chimes of freedom.

Ayer en Anoeta todo estuvo bien —aunque sin ditirambos— hasta la lluvia, el trueno y la tormenta. ¿Fue algo histórico, memorable, combativo y también épico? Probablemente sí, y como insistimos, seguramente no. Al menos queda para el recuerdo, qué más queremos.