Siempre he sido un apasionado seguidor de Astérix y Obélix. Creo recordar que, junto a Superlópez y Mortadelo y Filemón, es el único cómic que he comprado o me han regalado de forma continuada durante mi infancia. Es más, sigo teniendo todos los libros de los invencibles galos. Uno de mis preferidos es La Gran Zanja. Su sinopsis es la historia de un pueblo francés cuyos habitantes se enfadan y deciden cavar un gran agujero para separar a los dos bandos enfrentados. Uno de ellos decide pedir ayuda a los romanos y, el otro, a sus vecinos de la aldea de los famosos personajes creados por Goscinny y Uderzo. Como es lógico, las tropas de César acaban traicionándoles en su afán de hacerse con el control de toda la Galia y son Astérix y Obélix los que logran unificar el poblado. Aunque en el momento en el que me lo regalaron no fui consciente por razones evidentes de falta de cultura, en la aventura se tratan temas de lo más diverso y se acumulan referencias a otras leyendas, como por ejemplo el episodio de amor que evoca a Romeo y Julieta. Por otro lado, La Gran Zanja es, según el propio autor, una alusión directa al muro de Berlín, ya que esta edición vio la luz en 1980.
El capítulo me recuerda en cierta medida a lo que está sucediendo en los últimos años en la Real. Quiero creer que en esto no somos muy diferentes al resto de clubes. El propio Moyes lo confirmó el otro día, en todos los equipos están muy contentos cuando se gana y parece que se acaba el mundo cuando se pierde. No podemos sentirnos distintos a los demás, y yo, además, lo prefiero así. Pero desde que se marchó Montanier y el club tomó la arriesgada decisión de darle un equipo de nivel de Champions a un técnico de la casa y sin apenas experiencia como Arrasate, creo que se han ido formando dos bandos definidos y con posturas cada vez más extremistas que, al menos a mí, no me gustan nada. Entiendo y hasta asumo que la democracia de pensamiento en un club de fútbol, como en todo, resulta siempre positiva, pero mi impresión es que cada vez estamos más lejos de la petición de Martín Lasarte cuando se alcanzó el ascenso y lanzó, micrófono en mano, en Anoeta su famoso “no se desunan”.
El sector que no aguantaba a Arrasate parece ser (digo parece, porque nunca se puede generalizar en estas cuestiones) que ahora apoya incondicionalmente a Moyes, mientras que el que le defendía, se ha ido radicalizando hasta casi ponerse a la altura del otro bando y considerar al escocés como un demonio capaz de hacer saltar por los aires no ya esta temporada, sino todas las cañerías y el futuro de la entidad.
Sé que no soy la persona más adecuada para hablar de mesura, porque siempre he tenido sangre caliente, lo cual me ha llevado a cometer errores importantes como periodista y en mi propia vida personal. Soy consciente de que debo aplicarme el cuento, pero creo que no se debería dramatizar. No me pienso alinear con ninguno de las dos grupos, algo que he intentado hacer, con mayor o menor éxito (a gusto del consumidor) desde que cubro la información de la Real. Estoy seguro de que Moyes no ha descubierto el fútbol, como tampoco pienso que, después de tantos años en la Premier sea un pobre hombre incapaz de dirigir a un Preferente, dicho esto con todos mis respetos hacia esta categoría.
Prefiero tratar de analizar con la mayor frialdad posible la situación y coger las cosas que me convencen de ambos lados. Me gusta la ambición que ha demostrado el británico y la forma con la que ha zarandeado a ciertos sectores de la entidad, entre los que debo incluir a la plantilla, que parecían algo acomodados con el anterior entrenador. Por el contrario, no me convence que todavía no haya conseguido implantar un patrón de juego definido en el equipo. Tampoco que no le gustara casi nada de lo que había en uno de los clubes con estructuras más solidas y admiradas del fútbol español, lo que ha terminado por poner en su contra a muchos trabajadores del club, que no paran de rajar sobre él. Aunque sus devotos le elogian, no me gustan nada sus comparecencias públicas, donde demuestra no ser demasiado inteligente al lanzar órdagos al club, sentenciar futbolistas y ganarse la enemistad del plantel o generar incendios fácilmente evitables. Eso sí, es la jornada cinco de un equipo en construcción por causas ajenas a él, ya que varios futbolistas vitales llegaron tarde a Donostia, por lo que me parece justo que se le dé un tiempo prudencial para acabar de demostrar si es capaz de arrancar esta Real, aunque como mínimo debería ser consciente de que una derrota en el derbi destaparía definitivamente la caja de Pandora.
En el fondo, mi impresión es que el fútbol es y debe seguir siendo de los futbolistas. Y a los preparadores hace mucho tiempo que les otorgamos demasiada importancia. Una vez más, aunque me gane una colleja de Etxarri, insisto con que para mí los entrenadores son un mal necesario en este deporte hoy en día y no deberían tener tanta relevancia en la salud de un equipo. El mejor ejemplo me lo puso un jugador que llegó a Tercera División. Su técnico, que era muy pesado, les dio una charla táctica de cerca de dos horas antes de un play-off para ascender. Al saltar al campo, uno de los capitanes le vio tan aturdido y desorientado que le comentó para calmarle: “Tranquilo, que el rival también tiene entrenador”. Nada más que añadir.