Eñaut tiene 31 años y es de Ondarroa. También de la Real. Desde pequeño fue uno de esos bichos raros a los que, cuando se organizaba cualquier pachanga, no les importaba ponerse bajo palos. Se le dio bien lo de ser portero, hasta el punto de que un buen día se vio en Zubieta, parando balones con un escudo txuri-urdin en el pecho. El objetivo, el sueño, jugar con los mayores. El obstáculo, el gran impedimento, su hombro. Se lo lesionó más de una vez. Y más de dos. Pero persistió. Trabajó duro. No se rindió. Y terminó lográndolo. Ha escuchado la música de la Champions sobre el césped de Anoeta. Ahí estaba también el día del ascenso. Y desde el verde vio a sus compañeros meterle cuatro al Madrid. Premios merecidos.
Dani, mientras, es de Zarautz. De niño le daba igual de bien al fútbol que al baloncesto. Hasta que al final se decidió por darle patadas al balón. Quería jugar en la Real. En el primer equipo. Se ganó el derecho a hacerlo a base de goles. Pero quedarse arriba le exigió pasar de marcarlos a evitarlos. Se recicló a defensa y adoptó por años y años una actitud de profesional intachable, que le llevó a arriesgar su pie por echar una mano a la plantilla en momentos delicados. Aquello casi le cuesta la carrera. Pero nunca ha dicho una palabra más alta que otra.
Como su amigo Gorka. De Beasain. Nacido también en 1987. Hace quince años estaba jugando con la banquiazul el famoso torneo de Brunete. Apuntaba alto. Pero las altas expectativas, comparaciones excesivas y sin sentido, y un inoportuno pisotón involuntario, precisamente a Dani, han marcado su trayectoria en sentido negativo. A día de hoy, no sabría decir si alguno de estos chavales volverá a jugar en Anoeta. El club no dice nada. Pero, por si acaso, yo les doy las gracias. Se habrán equivocado, en el campo o fuera del mismo. Pero son de los nuestros, y llevan lustros (¡lustros!) dándolo todo por la Real. Eso que nadie lo dude. Les deseo lo mejor. Eskerrik asko.