El fútbol argentino siempre es un exceso apasionado, desproporcionado y descontrolado. Se trata de un país que lo vive y siente como ninguno, pero que desgraciadamente muchas veces se ve sacudido por las embestidas de unos delincuentes que encuentran cobijo a sus frustraciones y negocios en el deporte más amado por sus compatriotas. Solo así se puede interpretar la salvajada que obligó a suspender en el descanso el Boca-River la noche del jueves. El escándalo fue mayúsculo, porque se trataba del encuentro de vuelta de los octavos de final de la Copa Libertadores. Es decir, lo mismo que un Barcelona-Real Madrid en la Champions. Imagínense la dimensión que hubiese adquirido lo sucedido si hubiera pasado en uno de los cansinos clásicos del siglo que se disputan cada año.

Para los que no se han enterado de lo acontecido, unos malhechores, a los que me niego a llamar aficionados, agujerearon el túnel hinchable por el que saltaban al campo los jugadores millonarios y lanzaron gas pimienta, lo que provocó quemaduras a varios de ellos que incluso tuvieron que ser atendidos horas después en el hospital. Mientras trataban de recuperarse, en el mismo terreno de juego, fueron increpados y agredidos verbalmente por la grada, que no paró de lanzarles cosas y que incluso hizo volar sobre sus cabezas un dron con un fantasma que lucía la letra B, en alusión al descenso que sufrieron en 2011.

Es una pena que, en uno de los países que produce más y mejores jugadores, además de estar acechado por estos forajidos, el fútbol siga tan mal organizado. Pero incluso dentro de ese desastre, subyacen historias que impresionan. Pocas horas antes del choque en La Bombonera, falleció Emanuel Ortega. Este futbolista de 21 años, que pertenecía a Banfield pero jugaba en el San Martín de Burzaco, de la cuarta división argentina, se había partido el cráneo en un encuentro disputado el 3 de mayo al golpearse la cabeza con un muro situado a la increíble separación de un solo metro de la línea de banda. Tras once días de lucha, no pudo sobrevivir a la operación a la que fue sometido. En una paradoja terrible, murió justo en el considerado en su país como el día del futbolista.

Emanuel escribió en 2012 una declaración de amor sobrecogedora en su cuenta de Facebook: “No llegué a jugar profesionalmente, pero cuando voy a cada pelota, voy a morir. Cuando mis piernas dicen basta, mi corazón dice sigue. A diferencia de los profesionales, cuando se me rompen los botines no los cambio, paso noches arreglándolos, pegándolos para poder jugar al fútbol, porque es lo que amo. El fútbol es mi vida, no solo un pasatiempo. Es el que me hace olvidarme de todo y por lo que daría la vida. El día que no pueda jugar más, ahí termina mi vida”. Después de lo sucedido, conmueve aún más.

Siempre me he preguntado si nuestros jugadores continúan viviendo así el fútbol. Son estos encuentros, en los que apenas hay alicientes deportivos, cuando se puede diferenciar mejor a los que sienten de verdad este deporte. El otro día, un amigo me comentó que echaba de menos jugarse algo, aunque fuese el descenso. No tardé en replicarle, “disculpa, pero yo para nada, que bastantes años de vida me dejé en la anterior década”. Aunque estoy de acuerdo con que no me gustan demasiado los finales de temporada sin metas concretas, ya que te colocan en una situación comprometida. Por las experiencias que hemos vivido, algunas de las cuales mancillaron nuestro escudo para siempre, creo que es preferible evitar pensar en hacer amigos, porque si lo haces, luego se vuelve en tu contra.

Ojalá se salve el Eibar, por supuesto, pero la Real debe jugar e intentar ganar única y exclusivamente para salvaguardar su orgullo, el honor de sus colores y su respeto por este deporte y su afición. Los azulgrana pueden estar tranquilos, ya que Moyes procede de otro país en el que, la mayoría de las veces, en las últimas fechas los que son superiores sobre el papel también suelen sacar adelante sus partidos. Solo queda demostrarlo. Para mí, el jugador que no compite siempre con pasión y al máximo para vencer, sea la primera o la última jornada en la elite o en un torneo de barrio de fútbol 7, no ama el fútbol como lo hacía Emanuel. Así de claro. A por ellos.