Moyes dijo ayer que le había gustado más la segunda parte que la primera, un mazazo más duro que el gol de Manucho. Yo pensaba que esta Real sabía lo que hacía, que era consciente de lo que quería, por muy aburrido y rudimentario que fuera el plan. Pero ahora resulta que no, que ese no es el fútbol que pregona nuestro entrenador. La derrota y lo que supone son problemas que se pueden arreglar. Que el míster diga que el equipo mejoró tras el descanso preocupa en mucha mayor medida.

Llevaba un servidor dos meses repitiendo lo mismo. Me gustaba el diagnóstico que, a mi entender, había hecho Moyes. Y no me escandalizaba que el equipo avanzara punto a punto a base de actuaciones poco atractivas para el espectador. El técnico heredó lo que heredó. Así que tocaba defender más juntitos, proteger nuestra portería, y confiar en que algún gol caería del lado txuri-urdin gracias a la calidad ofensiva de esta plantilla. La Real se comportó ayer durante la primera parte como venía haciéndolo desde diciembre. Sufrió en los cinco minutos finales, con Markel cojo, pero en los 40 anteriores no concedió ocasiones, y se acercó con peligro en alguna oportunidad a la meta de Toño. ¿Aburrido? Pues igual sí. Pero se trata del camino adecuado para evitar problemas.

Por contra, los tendremos, y gordos, si seguimos convirtiendo los partidos en películas de vaqueros, con latifundios sin dominador en el centro del campo y sucesivos contragolpes hacia un lado y hacia el otro. En eso consistió ayer la segunda parte. Y a Moyes le gustó. Ya no entiendo nada. Contra Elche, Athletic y Barça, el equipo se adelantó siempre en los primeros cinco minutos, ante lo que optó por recular. Pensaba yo que era nuestro plan. Pero resulta que se trataba de mero instinto de superviviencia. Esta semana, mientras, nos hemos expuesto ante Villarreal y Rayo. Y todas nuestras carencias han visto la luz. Por lo visto, la idea es seguir intentándolo así. Que Dios nos pille confesados.