eN esto del fútbol los periodistas casi siempre tenemos las de ganar, porque escribimos cuando los partidos ya han terminado. Pero hoy me toca hacer un ejercicio de sensatez y reconocer que la Real Sociedad, y más concretamente sus jugadores, me callaron ayer la boca bien callada. Retrocedo seis días en el tiempo y me traslado a la tertulia de los lunes de Onda Cero, con mi compañero y amigo Iñigo Taberna. Tras analizar el partido contra el Espanyol, llega la temida pregunta. ¿Y en Málaga qué?
Yo respondí la mar de convencido. Vine a decir que la Real es un conjunto blando, con poca personalidad, y que la salida a su crisis de resultados iba a llegar gracias a un simple resultado, antes que gracias a una notable actuación. "Se puede sumar, pero me cuesta mucho creer que este equipo se saque de la manga un partidazo en La Rosaleda", creo que fue una de mis frases textuales. Afortunadamente, la plantilla me dejó ayer en mal lugar. En un campo complicado, con ausencias importantísimas y después de cinco partidos muy malos para sus intereses, la Real demostró que cuando quiere también tiene personalidad. Que sabe defender con decoro y sin atrincherarse en su área. Que el fútbol de toque no es su único argumento y que también domina el fútbol vertical. Que ganar a domicilio es perfectamente posible. Y que su tan comentado potencial ofensivo no ha pasado a mejor vida.
Lo que pasa es que duele sobremanera que se haya tenido que alcanzar una situación como la de la semana pasada, acertadísima comparecencia del presidente incluida, para que el equipo mostrara en Málaga un plus de todo. De saber estar. De ganas de ganar. De anticipación. De hambre. Y de fútbol también. Uno se pregunta qué habría pasado si ese cuchillo que los realistas lucieron ayer entre sus dientes no se hubiese quedado en casa con motivo de desplazamientos anteriores.