Pum, pum, pum... Un sonido peculiar invade la Puerta del Sol. Pum, pum, pum... No son las campanas de Nochevieja. Pum, pum, pum... Es el golpear seco y solemne de las makilas contra el trillado suelo. Anoche, un nutrido grupo de socios y amigos de la Euskal Etxea de Madrid se lanzó a las lluviosas calles de la capital española para entonar la melodía elegante, bella y nostálgica de Santa Águeda. En torno a 150 personas de todas las edades se dieron cita ayer para trasladar al asfalto de Madrid el trocito de Euskadi que atesoran en sus corazones. Muchos eran vascos llegados a esa capital por cosas de la vida; otros, madrileños con orígenes euskaldunes; y algunos eran gentes sin raíces en el País Vasco pero que se sienten ligados a esta tierra por uno u otro motivo. La cosa es que ayer, todos a una, se reunieron en este homenaje a la tradición, que año tras año celebra la Euskal Etxea de esta ciudad.
La animada comitiva arrancó el paseo en el Txoko zahar, uno de los puntos de encuentro de los vascos en Madrid, que se encuentra en la diminuta plaza de San Nicolás y que funciona al estilo de las sociedades gastronómicas de Euskadi. Allí sonaron los primeros compases de la noche. Después de cantar una sola vez, se metieron todos al txoko, a degustar unas tortillas con un vinito de Rioja. Como debe ser. Nada mejor que acompañar los cánticos con buenas viandas que templen el estómago y el espíritu.
Conversaciones en euskera, pañuelos de arrantzale anudados al cuello, airosas txapelas, algunas colocadas con elegancia y otras con buena voluntad... En definitiva, distintivos de las tierras vascas se mezclaron en la noche cosmopolita. Pero lo mejor eran las historias que encerraban cada una de las personas que anoche rindieron culto a la santa mártir con sus canciones. Allí estaban, sonrientes, disfrutando como locas, Delia Peiró y Julia Martínez, de 27 años de edad, ataviadas con kaiku la una, con mendigoizale la otra. Julia es gasteiztarra y fueron los estudios los que le llevaron a la capital del Estado. Delia es madrileña, pero tiene familia en Bilbao y está claro que algo especial le une a Euskadi, porque no sólo acude a clases de dantza en la Euskal Etxea, sino que además enseña a tocar el pandero en este centro vasco. "Cantar no es lo nuestro", comentó Julia. "Venimos por mantener las costumbres, que es algo importante aunque estemos fuera de casa", añadió.
Después de volver a cantar en San Nicolás, se sucedieron las paradas para hacer lo propio en la plaza de la Villa, en la calle Sacramento... Todos obedecían las indicaciones del director del coro, José Luis Zamanillo, un madrileño de origen cántabro que se abrigaba con una txapela y una elegante capa negra. "Dirigir el coro de Santa Águeda es una experiencia bonita", aseguraba José Luis, cuyo padre fue maestro en Mungia y en Getxo.
Con su pañuelo de cuadros azules al cuello, Gertrudis San Juan no perdía detalle de las indicaciones del director. En la Euskal Etxea le conocen por Tuti. Ella es una cubana guapa de 72 años. Su aita era de Bakio y partió a aquellas tierras cálidas siendo un adolescente. En el año 53, Tuti abandonó Cuba junto a sus nueve hermanos y se estableció en Euskadi. Conoció a su marido, de Bilbao, que trabajaba en Mungia, en la fábrica que hacía los míticos Goggomobil. Al cerrar la fábrica, marcharon a Madrid. Ahora rememora las tradiciones de la tierra de su aita.
Ya en la Plaza Mayor, un puñado de turistas se acercan curiosos, sin comprender qué hace ese grupo makila en mano cantando en la noche madrileña. Una japonesa saca una foto. Dos fotos. Tres...
Por fin, la Puerta del Sol. La lluvia comienza a caer con fuerza, como queriendo emular las húmedas noches de Euskal Herria. La gente se detiene, curiosa, a pesar del agua. Y escucha. Y sonríe. Las palabras en euskera se elevan y se entrelazan con las azoteas de esta ciudad acogedora, que no ha perdido la capacidad de sorprenderse ante todo lo insólito que acontece en sus calles.