Francisco y su mujer se contagiaron de covid de turismo con el Imserso en la Manga del Mar Menor. En el viaje de vuelta, Cristina ya venía tocada. "Empecé a sospechar porque si estábamos 800 personas en un hotel, 400 eran de Madrid y 200 de Vitoria, las dos ciudades en las que en ese momento estaban los focos de coronavirus. Blanco y en botella", recuerda Francisco López. Dos semanas después, el 30 de marzo, Cristina ingresó en Cruces con neumonía bilateral. Esa misma noche, a Francisco se le vino el mundo abajo, consciente de la gravedad de su mujer. Sufrió un ataque de ansiedad y en ambulancia lo trasladaron también a Cruces puesto que ya llevaba dos infartos a su espalda. "Cristina no acabó en la UCI porque no había camas suficientes", apunta. "Eso sí, la atención en Cruces, de 10 no, de 20; superior", ensalza este jubilado que, con 71 años, acaba de recibir la primera dosis de la vacuna contra el virus. Pasados los días de ingreso hospitalario, el 8 de abril recibieron el alta y disfrutaron el verano en Castro.

Sin embargo, a su regreso, en septiembre, Francisco se hundió anímica y emocionalmente, afectado por una fuerte depresión. Le diagnosticaron un claro cuadro de estrés postraumático, como consecuencia de la dolorosa experiencia vivida. La demanda de atención psicológica derivada de la pandemia se ha disparado. "Ha ido variando en función de la situación epidemiológica. Al principio, asistimos a más pacientes covid y, ahora, a personas que padecen estrés postraumático, como Francisco, un cuadro que aparece pasado un tiempo de la enfermedad, al revivir las experiencias sufridas". Así lo explica Laura Barrio, psicóloga del programa ADI, de atención psicológica para afectados por covid, puesto en marcha por el Gobierno vasco. "Ganas de vivir, ninguna. Sólo me quería morir. Desayunaba y, cansado, me tumbaba en el sofá y me tapaba con una manta, un día y otro; dejé "Dejamos de vivir por miedo a morir"rutinas que antes me gustaban, como caminar, y a mi mujer sólo le decía que me dejase tranquilo en casa", rememora.

Su apatía llegó a tal punto que ni quiso conocer a Paule, su quinta nieta, pese a que desde que se casó, su gran ilusión era tener una niña, después de que sus dos hijos alumbrasen dos varones cada uno. "¿Para qué? Para lo poco que me queda de vida...", se decía. Fue cuando Cristina tomó las riendas, consciente de que su marido necesitaba ayuda profesional. Contactó con ADI, el servicio de atención psicológica para afectados por covid, que ha ayudado a Francisco a superar la depresión tras cuatro meses de terapia con su psicóloga. Pesadillas, pensamientos recurrentes, ánimo decaído, constante estado de alerta, dificultad para concentrarse, tristeza, culpa, apatía, desinterés, miedo a salir a la calle... Son síntomas de la profunda huella que deja el virus al revivir la dura experiencia.

"Ingreso hospitalario, aislamiento, contagios de familiares, duelo por la muerte de un ser querido, miedo a volver a contraer la enfermedad, restricciones, pérdida de rutinas.... Son situaciones que desembocan en apatía, desesperanza y ganas de desligarse de la vida. Hemos dejado de vivir por miedo a morir", sostiene la psicóloga. "Y a medida que la situación se alarga, se prolonga la huella emocional", indica Barrio. "Francisco vino asustado, no comprendía por qué se encontraba peor emocionalmente si ya había superado la enfermedad", describe.

Y es que, "el trauma puede aflorar, bien cuando ocurre la vivencia traumática, bien pasado un tiempo, con el recuerdo de lo vivido", argumenta. "El malestar es normal en una situación así, pero no por ello tenemos que dejar de atenderlo", sostiene. De ahí, lo fundamental -subraya- de recibir ayuda psicológica. Eso sí, "quien sufre no va a solicitar ayuda, tienen que hacerlo los que están al lado", puntualiza Francisco. "El tratamiento es muy bueno, mejor que medicamentos", recomienda ahora que ya se le cae la baba con su pequeña Paule.