Barcelona Inma Puig Antich (Barcelona, 1946) ha afrontado el 50 aniversario de la ejecución de su hermano Salvador con una mezcla de emociones. Ella y sus otras tres hermanas se turnan estos días para atender a los medios. Inma, la primogénita de las tres hermanas que quedan vivas, nos atiende en una céntrica librería barcelonesa. Con satisfacción y agradecimiento porque la muerte de Salvador sigue siendo recordada, tras unos primeros años de silencio y soledad, y una percepción de que políticamente “no se hizo nada” ni desde la clandestinidad, ni en la calle, dada la condición de anarquista de Salvador. “En el PSUC, el PSOE y demás no se hizo absolutamente nada”, denuncia.

Inma también porta, como sus hermanas, la carga del recuerdo crónico de aquellos hechos. Le frustra que la sentencia del consejo de guerra que condenó a muerte a Salvador no haya sido revisada, a pesar de dos intentos en el Supremo, y de las alegaciones presentadas en materia de balística, cuestión clave. Si bien apunta a una posibilidad de que el muro con el que se han encontrado se resquebraje gracias a la Ley de Memoria Democrática. De momento, no han recibido ningún reconocimiento o gesto por parte del Estado. Tampoco en este aniversario. Sí ha habido sendos actos de la Generalitat y del Ajuntament de Barcelona.

En contraste con un imaginario desarrollista, que edulcora el recuerdo del tardofranquismo, la dictadura de Franco decidió morir matando. La mañana del 2 de marzo del 74, a Salvador Puig Antich y a George Michael Welzel en Barcelona y Tarragona, respectivamente; ambos mediante garrote vil. Puig Antich, anarquista, estaba acusado de la muerte del policía Francisco Anguas, tras un tiroteo en un portal de Barcelona registrado en septiembre del 73. Juzgado por un tribunal militar, fue condenado en febrero de 1974, dos meses después del atentado a Carrero Blanco. Todo pintaba mal para Puig Antich, consciente, al igual que su abogado, del efecto vengativo que comportaría el magnicidio. Quedaba la vana posibilidad de un indulto de última hora, pero Franco lo desechó y se marchó a dormir.

Vivieron dos meses y medio con la angustia de dar por segura la ejecución de su hermano.

–Desde el día que mataron a Carrero Blanco. Durante el juicio lo tuvimos clarísimo, porque en seis horas le sentenciaron a dos penas de muerte, dos. No aceptaron pruebas de ningún tipo, todo eran trampas... fue horrible.

Salvador era anarquista.

–Era anticapitalista más que antifranquista, y anarquista, sí.

Formaba parte del llamado Movimiento Ibérico de Liberación (MIL).

–Estaban todos locos, entre idealismo, valentía, juventud... El MIL duró poquísimo. Salvador conducía el coche cuando iban a atracar, después llevaban el dinero a fábricas. Los obreros, cuando sabían que era robado, tenían miedo de que les implicaran... Cuando cogieron a Salvador, el MIL ya estaba disuelto. La disolución había sido muy poco antes.

Su padre, Joaquim, ya había sufrido pena de muerte tras la guerra civil, luego conmutada por prisión.

–Por una cuestión ideológica. Era de Acción Catalana. Lo pasó fatal. Fue un vençut, un vencido también a nivel psicológico, porque en casa no se hablaba nada de esto. Tenía ansiedad y miedo. Me montó un cirio por ir a ver una película de Buñuel, Viridiana, que estaba prohibida, y la proyectaron en unos sótanos. Yo volví tarde y lo dije. Se puso tan nervioso... Eso antes de Salvador. Mi padre vivió con el miedo de que nos pasara algo y nos metiéramos en política. En aquellos años te caían cinco años de prisión por pintar en una pared Muera Franco. Todo era muy bestia. Y él temía que nosotros, siendo hijos de quien éramos, encima lo pasaríamos peor que otros. Esto le obsesionó.

Era viudo.

–Cuando mataron a Salvador sí. Hacía un año que se había muerto mi madre. El pobre estaba fatal.

Debió sufrir lo indecible.

–Salvador le escribió desde prisión una carta preciosísima. Mi hermano esperaba respuesta, y no llegó, y es que mi padre quiso pero no pudo. Llegabas a su casa y te lo encontrabas escribiendo casi a oscuras, algo que a mí me ponía y me pone histérica, con todo lleno de papeles en el suelo, y yo cada vez le preguntaba: Papá, ¿ya tienes la carta hecha para Salvador? Y él me respondía: Sí, sí, lo estoy intentando, lo estoy intentando. Y no pudo. Y Salvador me preguntaba por si me había escrito, y esto al papa, la verdad, no se lo perdono mucho. Buff... Desde la muerte de la mama se quedó echo una mierda, no tenía fuerzas, y como veía que nosotros sí, ya se quedó como en segundo plano.

En cambio escribió sendos telegramas a Franco y al entonces príncipe Juan Carlos pidiendo “piedad” y “perdón” al primero y “clemencia” al segundo. Nunca hubo respuesta.

–No, nunca.

Franco murió, pero Juan Carlos I encarnó la Transición. Me imagino que lo tendrían cruzado.

–Lo tenemos cruzado (se ríe).

¿Cómo vivían los Consejos de Ministros de los viernes, donde podía darse la noticia cada semana?

–Fatal, porque nuestro abogado, Oriol Arau, cada viernes nos quería tener localizadas por si acaso nos tenía que venir a buscar.

Y a última hora respiraban aliviados por no tener noticias suyas.

–Sí, sí, todos los viernes.

¿En las visitas previas cómo encontraban a su hermano?

–Bien, él hizo comedia para nosotras y nosotras para él. Fuera del primer día, que tras pasar por el Hospital Clínico estaba muy débil, ni se aguantaba, y tenía toda la boca llena de gomas, no podía ni hablar. Había recibido dos disparos, uno de ellos en el maxilar y otro en el hombro. Aquel día estaba acojonado, porque no sabía cómo reaccionaríamos, porque nos metió en un berenjenal de aúpa, la verdad. Estos días le digo: Collons, Salvador (se ríe), toda la vida con esto... Él tenía miedo de nuestra reacción, porque claro, fue muy gordo. Y nosotras también estábamos acojonadas....

¿Separadas por un cristal?

–Con cristal, hierros, y en castellano obligatorio, y a mí hablarlo me cuesta muchísimo. Pero cuando le preguntamos cómo estaba le cambió la cara. Después, le vimos tocado el día de Carrero, estaba jodido, y nos dijo: ETA me ha matado.

La noche del 1 de marzo, viernes, recibieron la peor noticia.

–Nos vino a buscar el abogado. Yo estaba cenando en casa de una amiga. Cuando lo vi llegar tuve la sensación de desmayarme. Y en un segundo pensé: no puedo caerme porque si no pierdo el tiempo para ir a ver a Salvador. Y nos fuimos a la prisión. Fue una noche tan bestia que intentamos estar bien, y pasamos unos ratos preciosos. Es que fue así. Fue así.

Mientras, hubo una carrera frenética por parte de letrados que trataron de evitar la ejecución.

–En el Colegio de Abogados de Barcelona la Comisión de Defensa estuvo trabajando toda la noche. Llamaron a Willy Brandt, al Papa, y a Puigvert, un neurólogo muy famoso amigo de Franco, que telefoneó a El Pardo y le dijeron que Franco estaba descansando. Nuestro abogado, Oriol Arau, el pobre, lo pasó fatal, porque hacía de puente. Iba de la prisión de La Modelo, donde estábamos con Salvador, al Colegio de Abogados, y nos traía noticias. Al principio queríamos pensar que habría un indulto, pero a medida que venía, a la una, las dos, las tres las cuatro de la mañana, con verle la cara que traía cada vez, ya sabíamos la situación...

En esa vigilia compartieron con Salvador anécdotas infantiles.

–Yo siempre llevaba muchas fotos, y empezamos a mirarlas, y hablar como si nada. Esto al principio. A medida que la noche iba pasando, ya no pudimos hablar más, ni hacer chistes, ni contar anécdotas infantiles, ya no servía nada de esto, y entonces nos quedamos en silencio y nos cogimos de la mano todos, y estuvimos así mucho rato, mucho. Porque ya no teníamos fuerzas de decir nada. Lo recuerdo como algo bestial pero precioso. Hasta que nos echaron fuera.

Antes alguien le había preguntado en dónde le querían enterrar.

–Sí, y yo le dije: Ustedes lo matan, ustedes lo entierran. En aquel momento me importaba un pito el cuerpo de Salvador muerto. Yo lo quería vivo.

Qué crueldad.

–Y peor fue para otra hermana, Carme, que al ir al lavabo alguien le preguntó: ¿Tú sabes lo que es el garrote vil? Nosotros no sabíamos que lo iban a matar así, no lo sabía ni Salvador. Mi hermana dijo que no. Él se lo explicó con todo detalle, y Carme dijo: ¡Fill de puta!... Fue sadismo puro.

Un rato después les mandaron salir de la prisión.

–Hacia las seis de la mañana.

Se despidieron de su hermano como si fueran a volverse a ver.

–Hicimos como que esperábamos el indulto, aunque tanto él como nosotras ya sabíamos que no iba a darse. Él había tenido muchas novias y amigas, y mucho éxito, porque era guapote, y muy simpático. Nos dijo que si le daban el indulto le iban a mandar a Cádiz, a El Puerto de Santa María, porque a los indultados les trasladaban allí. Y yo le dije: Es igual, no te preocupes, cogemos un autocar y venimos con todas las novias. Imagínese, esto al despedirnos. Le dijimos que estaríamos fuera porque nos echaban, pero que estaríamos esperando. Nos abrazamos, nos dimos un beso, pero sin dramatismos.

Y fueron a un bar situado junto a La Modelo.

–Yo quería quedarme en la prisión, y suerte que me fui, porque no sé qué habría hecho.

¿Podía haber permanecido allí?

–No, el abogado también lo pretendía y tampoco pudo. Él salió un poco después, llorando, porque iba cada día a verle. No querían a nadie que tuviera relación con Salvador, porque no se puede aguantar, no es un tiro, pum pum. ¿A Salvador por qué le mataron a garrote vil? ¿Por qué? Lo juzgaron los militares, que no matan a garrote vil. Fue una humillación. Fue humillante, ya no para Salvador, es por todo, es brutal; eligieron la peor de las muertes entonces legales.

Y aun así usted pensó en quedarse.

–Salvador por suerte no sabía que iba a ser a garrote vil.

Hasta que se lo encontró.

–Quina putada, dijo cuando lo vio. Pensé ponerme allí de espaldas pero dándole la mano. A mí se me hacía horroroso que lo mataran delante de tanta gente que lo odiaba... Pero suerte que no me quedé porque me parece que me habría desmayado... no quiero ni pensarlo.

A su hermana menor, Merçona, de 13 años, decidieron mantenerla alejada de tal trance.

–Esa mañana tenía un partido de baloncesto. Fue a jugar, y cuando el entrenador se le acercó, sin saber ella lo que estaba ocurriendo, pensó: Están matando a Salvador. Y vino corriendo hacia La Modelo.

Ustedes esperaban en un bar al lado.

– A que saliera el furgón... nos dirigimos a una sala al cementerio de Montjuïc. Lo pusieron allí y no daba mala impresión. Imagínese qué tontas éramos, pensábamos que al menos no había sufrido. Uff, en caliente crees lo que quieres. Los militares iban de gala, como en una fiesta. Nos querían dar el pésame. ¿Iba a dar la mano a un señor que acababa de matar a mi hermano? Uno de ellos le dijo a nuestro abogado que le había jodido mucho que no se la diéramos.

Aquella misma mañana del 2 de marzo del 74, casi de forma simultánea, ejecutaron a otra persona en Tarragona. [George Welzel había matado a un guardia civil, Antonio Torralbo, en un bar en L’Hospitalet de l’Infant].

–Esto fue la hostia. Cuando nos enteramos, pobre chico... Es que es muy bestia. Para justificar la muerte de Salvador. Querían que mi hermano pasara a la historia como un asesino que mató a un policía. Y por esto mataron a George Welzel, también a garrote vil. Sufrió horrores. Se ve que el tío que le mató no lo había hecho nunca, iba borracho, y no podía... Fue bestial. Un régimen capaz de matar a un preso para tapar otro... Ya lo dice todo.

En 1974, en un ambiente de desarrollismo.

–De apertura, que dijo Arias Navarro...

¿Hubo condolencias procedentes de un progresismo ya latente?

–Cuando lo enterraron vino muchísima gente joven. Policías a caballo hostiaron a muchas personas al pie de Montjuïc, y no les dejaron entrar. Después, tras el funeral, también hostiaron cuando salió la gente de la iglesia. Esto era lo normal en aquella época. Hostiaban por todo. Hubo un cura que dijo a los asistentes: Jo poso a Déu per testimoni que s’ha comès una gran injustícia. Era tío de otro miembro del MIL. Y toda la gente aplaudió dentro de la iglesia.

¿No recibieron llamadas de cierto relumbre?

–No, durante bastantes años hubo mucho silencio, y nos sentimos muy solas. Queríamos reivindicar a Salvador, pero no sabíamos cómo, ni qué hacer. Al principio, cada aniversario poníamos una esquela en diferentes periódicos de Barcelona, y nunca nos dejaron escribir asesinado, porque no se la querían jugar. Y eso que ya no estaba Franco...

Sintieron que la Transición pasaba página olvidando a su hermano.

–Sí, para los políticos Salvador era una molestia, se sentían muy incómodos, porque no habían hecho nada.

Supongo que habrá imaginado cómo sería hoy Salvador...

–No se lo crea, y no lo sé, porque por ejemplo los del MIL han hecho caminos muy distintos. Uno se dedica a llevar en helicóptero a gente por la Val d’Aran. Salvador empezó a estudiar Económicas, y al cabo del primer año se pasó a Filosofía. No había encontrado su sitio aquí.

Era muy joven, tenía 25 años cuando lo mataron.

–Sí, pero mi hermano mayor, ya fallecido, desde los tres años quería ser médico (y fue psiquiatra en Estados Unidos). Como Salvador era muy idealista y muy justiciero, supongo que ingresó en el MIL para hacer algo como anticapitalista y luchar contra esto. Él era muy pacífico. Vivió en mi casa porque no tenía dinero, y por las noches era un drama.

¿Por qué?

–Porque estaba muy angustiado y chillaba incluso durmiendo. Yo empezaba a ver cosas raras y después, cuando me enteré de todo, pensé que estaba decidiendo... Ponerse en un grupo armado no es moco de pavo y Franco seguía vivo.

Un grupo que atracaba.

–Sí, pero llevaban pistola. Y eso que él conducía el coche, pero es una decisión muy bestia, y supongo que lo estuvo pensando mucho, estaba en aquella época muy nervioso.

¿No han sentido a veces que unos compañeros le convencieron y hoy han abandonado el anarquismo?

–Puede ser. Aparte en aquella época había un poco de chulería, de pensar que a ellos no les cogerían. Salvador se dejó un bolso en un bar con direcciones y una pistola dentro. Tu ets idiota o què? Per l’amor de Déu...

¿Esperaban en este aniversario una carta o un acto de reparación del actual Gobierno español?

–Del Gobierno español no esperábamos nada, aunque otro abogado de Salvador, Paco Caminal, que estuvo en el Poder Judicial y que gracias a él se hicieron los intentos de revisiones, nos dijo este jueves que puede ser que a nivel judicial las cosas cambien, por un artículo de la nueva Ley de Memoria, y que por ahí parece que podría haber una brecha.

Recientemente han estado en La Modelo para un reportaje; la prisión se ha convertido en un memorial.

–Hemos ido muchas veces. Pero donde yo no he entrado nunca es en paquetería, ahí le mataron. Ni entraré en la vida. Me parece que está el garrote. Pregunté a uno de los organizadores de visitas si hacía falta que estuviese el garrote, y me dijo que la gente lo tiene que saber. Vale, vale, pues que se vea, yo no entraré.

¿Cuál es su balance a modo de conclusión en este 50 aniversario?

–Estamos contentas, a pesar de que a nivel judicial queda todo por hacer, pero pienso que hemos conseguido lo que queríamos, que Salvador no pasara a la historia como un asesino, que es lo que el régimen franquista quería. Esto creo que sí lo hemos conseguido, al menos en Catalunya. En el resto de España no sé porque es otro mundo. A Salvador le mataron en Barcelona, y aquí sí se sabe, pero fuera pienso que no.