Jordi Évole (Cornellá de Llobregat, 1974) anda de nuevo en el foco mediático tras el estreno en Netflix de su documental No me llame Ternera presentado el pasado septiembre en el Zinemaldia. Un documento periodístico y psicológico en el que Josu Urrutikoetxea trasluce la lógica descarnadamente militar y servil que imperaba en ETA y su incapacidad, doce años después del anuncio del fin de la banda terrorista, para cuestionarla. Urrutikoetxea, que fue víctima de un intento de atentado en Iparralde del Batallón Vasco Español, trata por momentos de mostrarse empático, pero en sus respuestas casi siempre se decanta por el enroque ante el sinsentido. Como si una especie de centinela interno imperase aún en sus razonamientos, tras muchos años aupado en la violencia y la extorsión, y así seguir hoy disculpando lo injustificable. En determinados pasajes, de forma tan inconsistente como grotesca.
Su documental deja una sensación de que pusieron a Josu Urrutikoetxea ante un espejo y él dibujó un autorretrato.
Me parece una percepción muy metafórica, seguramente cierta. De lo que más me gusta en las entrevistas es que el invitado acabe siendo mínimamente más conocido por el espectador, y creo que eso se consigue.
Le plantea que se le considera una pieza clave en el proceso del final de ETA. Y el responde: “¿Y?”.
En esa respuesta está una declaración de principios de cuál iba a ser su actitud durante la entrevista, poco colaboracionista. Uno busca que el invitado se salga del guion que puede tener en la cabeza, y revelaciones nuevas. Esto último lo tenemos, pero Josu Urrutikoetxea, como buen militante de una organización terrorista, hace gala de esa militancia de manera muy notoria. En estructuras como la de ETA, el militante quedaba muy por debajo de la organización, que era lo que había que preservar. Josu Ternera ejemplifica eso en casi cada una de las respuestas. Hay una cosa que me llama muchísimo la atención. Me sorprende que no saque más pecho de la importancia que tuvo su papel en el final de ETA.
Por eso, en él se observa una tensión interna.
Con nuestro cuestionario, sin orillar los episodios de la violencia, los asesinatos, los atentados y la muerte, que él ha tenido durante su trayectoria, también le mencionamos el papel importante que consta en las investigaciones sobre el proceso de paz, de cara a que ETA dejase la violencia. Todas nuestras fuentes nos han corroborado que el rol de Josu Urrutikoetxea fue importantísimo, y en cambio no saca pecho de eso. Creo que se debe también a que la organización está muy por encima del militante, y lo que haga el militante tiene su importancia, pero relativa.
Una lógica no sé si llamarla militar.
Sí, yo la llamaría así. El no compartir decisiones no le lleva a dejar la organización. El único momento en que lo hace es cuando ETA se carga la tregua en 2006 con el atentado de la T4. Ahí sí nos dice abiertamente que él pensaba una cosa, vio que se estaba haciendo otra y se fue.
Hace años David Trueba escribió que “se tendría que estudiar por qué los dictadores resultan ridículos despojados del poder”. Escuchar la retórica de ETA en el documental genera una sensación similar.
Seguramente para cualquiera de nosotros que ha vivido todo eso desde fuera, y nos ha parecido un auténtico horror lo que ha causado el terrorismo en nuestro país. Creo que no podemos exigirle a alguien que ha pasado gran parte de su vida en clandestinidad y en soledad que tenga los elementos que tenemos nosotros para juzgar. ¿Me hubiese gustado un Josu Urrutikoetxea mucho más conciliador? Desde luego. ¿Más arrepentido? Desde luego. Pero la realidad es la que es.
Usted rebate la falsedad de ETA de arrogarse la voluntad del pueblo vasco. Él habla de una “parte importantísima” de este, y usted le recuerda los porcentajes de voto de HB.
Es que eso es irrebatible. No hubo una sola elección en Euskadi durante el tiempo en el que ETA estuvo activa que certifique que la opinión mayoritaria fuese la que ejemplificaba ETA en su acción. Para nada. El máximo porcentaje de voto conseguido en el Parlamento Vasco durante el periodo de actividad de ETA fue de alrededor de un 20% de los votos (18,33% de Herri Batasuna, en 1990). Hace días leía una entrevista a Arnaldo Otegi en elDiario.es, donde me pareció muy sincero, de una persona que ha participado de la lucha armada perteneciendo a ETA, pero luego ha optado por la vía política. En el momento en el que Bildu tiene el máximo número de votos en las Municipales y en el Parlamento Vasco, Arnaldo Otegi dice que ahora mismo ejercer la autodeterminación no responde a la voluntad mayoritaria. Me pareció muy sorprendente, cuando esperas unas declaraciones mucho más de cierre de filas. Que el principal icono de la izquierda abertzale esté dando a entender que no están para hablar de independencias, me parece que deja muy clara una actitud.
Usted también le entrevistó a fondo en ‘Salvados’. Supongo que percibió muchas diferencias entre Otegi y Urrutikoetxea.
Sí, pero también le tengo que decir que lo de Arnaldo Otegi ha sido un proceso. Yo lo he visto mucho más cerrado en otros momentos que en esa entrevista que comentábamos. Creo que ha hecho un camino hacia la realidad y tocar los pies en el suelo. En una entrevista que le hice hace mucho tiempo me llamó mucho la atención que él me dijo enseguida: Hay que ser eficaz. Y lo repitió varias veces. Yo creo que ahora Otegi está en la cúspide de la eficacia. Quiere que la izquierda abertzale tenga un papel en la política vasca y también en la española. Que puedan incidir, y tirar adelante una ley y no otra, y poner sobre la mesa derechos sociales que otras formaciones no pondrían. Lo de la independencia, la autodeterminación, el referéndum... bueno, veo que lo tienen ahí como aparcado. Y la estrategia que están siguiendo está siendo avalada por su militancia e incluso por gente que no es de su militancia y ahora les vota.
Dice Urrutikoetxea que no ha conculcado el mandamiento del no matarás, pero también que matar es una “mochila” de por vida. “¿Usted la lleva?”, le pregunta. “Yo asumo mi responsabilidad de lo que yo hice, luego por lo tanto evidentemente que arrastro esa mochila”, responde. Le pregunta si esa mochila pesa, y él dice que “mucho”.
No sé si se refiere al hecho de él haber disparado el gatillo o apretado el botón de un detonador para que explotase un coche bomba, eso no me queda claro. En cualquier caso, creo que él se siente corresponsable, como mínimo, de los atentados en los que tuvo una participación directa, como el que nos narró del alcalde de Galdakao, donde quedó herido Francisco Ruiz.
Que abre y cierra el documental, y se emociona al enterarse de que Urrutikoetxea participó en este atentado.
La verdad es que la inclusión de Francisco Ruiz no la teníamos prevista. De hecho, no teníamos previsto prácticamente nada. Nosotros fuimos a grabar esta entrevista sin saber muy bien en qué se iba a convertir. Se lo digo sinceramente, porque fue algo que decidimos hacer por nuestra cuenta. No lo hemos hecho de la mano de nadie, Netflix apareció una vez ya estaba terminado el proyecto.
Fueron tres sesiones de tres horas de grabación cada una. Lógicamente hay que cortar metraje, hasta 102 minutos, ¿pero nos hemos perdido pasajes que le dejaban peor o algo mejor?
Mire, sinceramente teníamos muchísimo material de grabación, que no cabía todo porque además se hacía pesado. Una entrevista partida en tres partes, a tres horas por día, era ocasión para hablar de una manera más larga de todos los temas que aparecen. Estoy convencido de que ninguno de los temas importantes se quedó en el tintero. ¿Había más detalle? Por supuesto, había el repaso de otros atentados que también considerábamos muy simbólicos, nos adentrábamos en la intrahistoria de ETA con un detalle que nos daba miedo que el espectador pudiese perderse si no estaba en quinto de ETA, por decirlo de alguna manera. Y eso fue de lo que prescindimos. ¿Si hubiese quedado mejor o peor? Es que mi opinión puede parecer subjetiva. Lo que le aseguro es que nosotros no estamos aquí ni para dejar bien ni para dejar mal a nadie. Creemos que con lo que está emitiéndose en el corte final que se puede ver en Netflix, queda perfectamente retratada la esencia del Josu Urrutikoetxea que nos encontramos durante aquella semana.
“Malo sería para cualquier persona después de estar luchando 50 años decir que su vida no tiene sentido. Sería monstruoso”, le dice Urrutikoetxea en el último tramo. Frase extrapolable a otra gente que ha pasado por prisión o sigue en la cárcel y se enfrenta al balance vacío de ETA.
Ahí se condensan muchas cosas. Para mí es una de las frases del documental. Si su vida no hubiese tenido sentido, eso sería una monstruosidad. Si cambias el condicional, ha sido una monstruosidad. También está la capacidad de uno para considerar monstruosidad o no el tipo de vida que le ha acompañado durante 50 años.
Si tuviésemos que escoger una palabra de este año político, probablemente sería amnistía, y un nombre propio sería Pedro Sánchez. ¿Está de acuerdo?
Sí, sobre todo con el nombre propio.
Se la jugó con el adelanto electoral, y le ha salido bien.
Creo que es su tercer triple salto mortal y cae no sé si de pie, pero casi. Ahora él ya ha optado por reconocer que el contexto muchas veces te hace cambiar de opinión o posición, y él no lo vive como un trauma, sino simplemente como una adaptación al medio, apelando a ello, y que afirmaba unas cosas de la amnistía y ahora otra, porque el contexto político es distinto, y porque la política también va de renuncias. Me parece que es uno de los mensajes que está haciendo cuajar.
Tejer confianza con los partidos independentistas, singularmente con la figura de Carles Puigdemont, lo vende como “normalización” de la vida política catalana. Un reseteo por la convivencia.
Mi lugar de partida siempre fue que el procés no debería haberse judicializado de la manera que se hizo. Los políticos tendrían que haber estado a la altura de lo que esperamos de ellos, y solucionar los problemas sin la necesidad de llegar a los tribunales. Se judicializó un proceso que no se debería haber judicializado, que se tendría que haber resuelto por vías políticas. Ahí ya hay un error de base, que hace que hayamos pasado esos seis años que hemos pasado en Catalunya, desde 2017, sumados todos los anteriores. Años de una enorme parálisis en la acción de gobierno, en los que se han desperdiciado muchísimas energías en una idea, en una especie de sueño colectivo en el que mucha gente creyó porque los políticos les hicieron creer en ello.
¿Y ahora?
Creo que justamente estamos en la etapa no sé si todavía de aterrizaje o ya de haber dado con el suelo. De haber dicho hostia, esto no era exactamente como nos lo explicaron. Creo que la población catalana que se ha sentido independentista ha vivido un momento de enorme frustración, porque los políticos de una manera irresponsable hicieron creer que aquello estaba a punto de tocar.