Usted vivió de primera mano el secuestro de su padre.

Sí. El 29 de septiembre de 1980, a eso de las 20:30h, cuando yo estaba estudiando en casa llamaron al telefonillo con la excusa de que traían un paquete y entró un comando compuesto por dos hombres y una mujer, todos de 20 o 22 años, más o menos. Yo escuché unos ruidos y unos gritos en el despacho de mi padre, me asomé, vi que increpaban a mi padre y cerré la puerta. Entonces, la chica del comando vino donde mí con una pistola y me llevó a la cocina con mis hermanos y hermanas. El comando estuvo como 15 minutos y se marcharon con mi padre, diciéndonos que no llamáramos a la policía en 3 horas. Después de un silencio bastante profundo mi madre y yo bajamos donde el vecino, le contamos lo que había pasado y llamamos a uno de mis tíos. Como había sido un secuestro, mi madre pensaba que igual se podía hacer algo para resolverlo.

Pero poco después su padre apareció asesinado...

Sí. Al cabo de tres horas se empezó a llenar la casa de gente y yo recuerdo un grito que dio mi madre desde el otro lado de la casa, y aquello fue la señal de que a mi padre lo habían matado. De hecho, mi madre me llamó y me dijo que lo habían encontrado muerto con dos tiros. A partir de ahí todo fue muy dramático y brutal.

Dejaron Gasteiz y se trasladaron a vivir a Andalucía.

Sí, porque mi madre es oriunda de Sevilla y rápidamente decidimos irnos a vivir allí. Yo salí de una Euskadi muy oscura y para mí muy siniestra, donde en el año 1980 se asesinaba a mucha gente. Además, la sociedad en cierto modo parecía poseída por el miedo y por la intolerancia, te sentías muy desamparado. Nosotros salimos de Vitoria a pesar nuestro, porque mi padre era un vasco de la cabeza a los pies y yo siempre me he considerado un vasco como cualquier otro. Mi padre nos inculcó nuestra tierra, nos enseñó a querer al País Vasco y, muy a nuestro pesar, nos tuvimos que ir de allí. Lo bueno es la ayuda que recibimos de la gente de Andalucía, que nos ayudaron a construir nuestras vidas al margen de la problemática que habíamos vivido. Yo siempre estaré agradecido a la gente que nos ha ayudado a construir y a ser lo que somos en este momento.

¿Actos como el de hoy reparan la falta de apoyo y de amparo que existía en los años 80?

Mira, la sensación es que sí, y yo por eso voy cada vez que me llaman. Hace un año por ejemplo estuve en una jornada de la Fundación Fernando Buesa, a mí siempre que me llaman me planto en el norte, en mi tierra. Este tipo de actos sirven para poder resarcir un poco esa sensación de desamparo que hemos vivido. Aunque, a mí, si de verdad quisieran ayudarme a resarcir ese daño, lo mejor que podrían hacer ese ayudarme en mi pequeña cruzada personal al ser el de mi padre un caso sin resolver. Es decir, sabemos que el caso es muy complicado resolverlo a estas alturas y además está ya prescrito, pero estoy seguro de que hay quien me puede ayudar en la dirección de poder encontrar a los culpables que me impidieron disfrutar de mi padre. Lógicamente, tiene que haber gente que maneja información sobre lo que pasó y sobre quiénes lo mataron.

Todavía tiene fe entonces en que se pueda arrojar luz sobre el caso.

Esto depende de la voluntad de alguna persona que quiera colaborar en esta cuestión. La esperanza nunca se pierde y siempre he confiado en que llegará el día en el que alguien quiera colaborar y arrojar luz. Hoy en día todo está prescrito, lo único que podemos es tener acceso a saber la verdad. Como digo, la esperanza es algo que siempre va a estar ahí y, evidentemente, los canales oficiales están haciendo lo que pueden, pero pueden llegar hasta donde pueden llegar. Así que, por el otro lado, algún día espero que alguien me pueda echar un cable.