Donostia – El periodista Manel Pérez (Barcelona, 1958) ha escrito La burguesía catalana. Retrato de la elite que perdió la partida, editado por Península, que va por su cuarta edición. Redactor especializado en Economía, Pérez pone el acento en el comportamiento de esa elite económica desde 2010 hasta hoy, años al rojo vivo, en los que CDC y la Unió de CiU consumaron su desaparición.

Parece que el poder siempre va a elegir bien sus cartas. No es el caso.

– El pujolismo convirtió la burguesía en la referencia. Pujol no concibía Catalunya sin una burguesía rectora, dirigente social. Incluso durante el tripartito del PSC, ERC e Iniciativa, en los grandes temas de política económica no se hacía nada a lo que esta burguesía no diese su bendición. Con la crisis de 2008 eso empezó a cambiar. La industria en Catalunya se hundió. Hay estudios que concluyen que es la región de Europa que más empleo industrial destruyó en los últimos 70 años. Y la sociedad se rebela, y empieza a perderle el respeto a esa clase. En ese contexto, se produce el giro político de CDC, dirigida por Artur Mas, y eso da lugar a que esa burguesía, aun hoy, ya no dirija la sociedad. Por ejemplo, en la ampliación del aeropuerto del Prat, vital para la elite económica. El procés pone de manifiesto que esa burguesía era ya en muchos aspectos una leyenda.

Apenas se habla de ‘burguesía’, salvo si es catalana o vasca. ¿Cree que el término se ha usado con sesgo?

–Por lo menos en Catalunya no ha sido nunca un término peyorativo. Sí por ejemplo en Madrid. En Catalunya hace referencia a una clase que desarrolló una cultura, incluso un estilo arquitectónico, el modernismo, el noucentisme... Cuando empezó el procés hubo dos aproximaciones hacia esa clase social. Una, la del Gobierno de Mariano Rajoy, que tendió a atribuir la crisis política a la burguesía. Los ricos catalanes que, como siempre, quieren sacar partido. Desde el lado independentista, el discurso era a la inversa: la burguesía quiere la independencia, porque sabe que le beneficia, pero no lo puede decir abiertamente. Por mi trabajo veía que ninguno de los dos discursos respondía a la realidad. La gran burguesía catalana no quería saber nada del procés. Tenía mucho miedo.

El dinero es conservador.

–Efectivamente. Esa burguesía contemporizaba, intentaba evitar el choque, pero no era ni la impulsora del procés ni esperaba que triunfara para así ganar más dinero.

Buscaba un arreglo...

–Y que fuera lo más indoloro posible. En el libro cito a uno de los dos banqueros que trasladó la sede social del banco en aquellos días críticos, que dijo: La declaración unilateral de independencia es una revolución. Y de las revoluciones el dinero huye como de la peste. Al mismo tiempo, una imposición absoluta de las tesis del Gobierno central también representaba un golpe duro, porque hay un diferendo constante entre Barcelona y Madrid, sobre las inversiones del Estado, las prioridades... y a esta elite que el Gobierno central pudiera seguir haciendo como en la época de Aznar, en la que toda la inversión se destinaba a potenciar la megalópolis de Madrid, tampoco le interesaba. Pero esta burguesía se quedó sin margen de maniobra. Otra prueba de su decadencia, de su incapacidad de influir en los acontecimientos.

¿Qué papel le otorga en toda esta inercia a los años de Artur Mas?

–Creo que encarna de alguna manera el espíritu neoliberal, muy parecido al del PP de Mariano Rajoy en el ámbito económico. Cuando Artur Mas llega al Gobierno, a los catalanes nos explica que somos los calvinistas del sur. Lo que nos gusta es la austeridad, el recorte de los gastos... eso en plena crisis económica. Pactó con el PP, el PP le aprobó los presupuestos, y él ejecutó un programa de recortes y austeridad clásico. Eso acabó generando una respuesta social muy dura, sin que el Gobierno de Rajoy le echara una mano. Con lo cual, Mas hizo un experimento: decir lo contrario para ganar las elecciones de 2012. Calculó que podrá utilizar la presión de la calle para obtener concesiones de Rajoy. Ese cálculo, de jugador de póquer, obviamente no salió. Rajoy no cedió, entre otras cosas porque ya tenía en el cogote la presión europea, que le estaba pidiendo ajustes, recortes y mano dura con el gasto del Estado. Por otro lado, la gente salió a la calle no pensando que Mas era el redentor, sino a quejarse. En esas elecciones pierde doce diputados. La gente cree, porque Mas y el conjunto del independentismo lo han dicho, que esto va a ser indoloro. Mas hizo a Rajoy la propuesta, absolutamente inviable en aquel momento, de pacto fiscal a la vasca, y Rajoy le dijo que ni hablar. A partir de ahí Mas adoptó un perfil claramente independentista, que no se lo creyó nadie, porque Convergència representaba ley, orden y un poco el programa económico de la derecha clásica. Lo más importante es que en 2012 Mas perdió el control, la dirección política de ese movimiento. Y esa burguesía, a la que el pacto fiscal más o menos le podía gustar, aunque nunca creyó que fuera posible, a partir de ese momento dice que con Mas nada más. Y empieza a pensar en financiar a más partidos, y a buscar alternativas porque ve que lo de Mas no le lleva a ningún camino seguro. No es casualidad que Ciudadanos a partir de ahí comience a subir con muchísima fuerza.

Un espacio con la tradición y el peso de CiU, en una conjunción de elementos, mutó y se rompió.

–El error sería pensar que con uno lo explicamos todo. Por mi deformación económica, creo que el catalizador fundamental, ahora un poco olvidado, entonces determinante, fue el grado de la crisis económica especialmente en Catalunya, que había acabado el siglo XX siendo uno de los cuatro motores industriales de Europa y salió de la crisis financiera completamente descolocada. La economía catalana ha perdido miles de empresas y cientos de miles de puestos industriales y está mucho más centrada en el turismo y los servicios. Eso significa, para las clases medias y para sectores de trabajadores, menores salarios, condiciones de vida más duras y en aquel momento una angustia social terrible. Esa fue la caldera en la que todos los factores se juntaron. Y en ese juego, probablemente, Artur Mas no era Jordi Pujol. Mas fue al todo o nada, y allí rompió Convergència. Aunque el gen convergente continúa vivo. Lo veremos resucitar. Ya hay propuestas, las estamos viendo, pero aún no cuajan.