“Recuerdo a la Guardia Civil entrando en mi pueblo, Fonollosa, del que fui alcalde, golpeando a la gente y buscando no se qué expedientes en el Ayuntamiento. También la satisfacción, ya de noche en la Generalitat, de que habíamos hecho algo muy grande. De ahí mi tristeza por lo que vino posteriormente”. Así evoca David Bonvehí (Fonollosa, Barcelona, 1979) la jornada del referéndum de 2017, de la que hoy se cumple un lustro, justo en medio de una tormenta política en el Govern y en el mundo independentista, a quien el presidente del PDeCAT, defensor de un soberanismo centrado e institucional, afea sus personalismos y ausencia de un proyecto realista y conjunto de país.

Seguro que no le sorprenden los últimos acontecimientos en torno al Govern de la Generalitat.

–No mucho porque conocemos bien a Esquerra Republicana y a Junts per Catalunya. En su programa electoral ERC era más pragmático y realista, mientras que el de Junts desde luego que no lo era, y estas diferencias tenían que aflorar tarde o temprano con todas estas derivadas.

Hace tiempo que existía la sensación de que a este Ejecutivo le quedaba bastante poco recorrido.

–Correcto. Para nuestro análisis, lo que está pasando no es nada edificante para todo proyecto catalanista, soberanista o independentista, es un grave error que puede tener consecuencias más adelante. La ciudadanía puede tener la sensación de que el proyecto de nuestras instituciones, el autogobierno en sí, no funciona por culpa de quienes creemos que Catalunya es una nación y se tiene que autogobernar. Esa es nuestra máxima preocupación, que la gente llegue a creer que nuestros proyectos no son válidos para gobernar.

¿Se pueden señalar responsables de lo que está pasando? ¿Cuál ha sido el principal defecto de forma?

–Que Esquerra y Junts no han tenido un proyecto conjunto de país. Lo decimos quienes hemos formado parte de este proceso desde 2015 hasta 2020, cuando el PDeCAT decidió crear un proyecto soberanista pero más institucional, de diálogo y pacto también con el Estado. Aunque nos sentimos también responsables de haber participado en un proyecto independentista que era muy ilusionante pero que seguramente estaba poco trabajado de cara a ser eficaz o a tener resultados a corto plazo como los que en ese instante esperaba la sociedad.

Los socios de gobierno ya arrastraban sus cuitas desde la legislatura de Quim Torra.

–Desde 2010 que arrancó el procés hasta 2017, este camino estuvo liderado por dos partidos fuertes, bien implementados y muy politizados. Por un lado, Convergència y luego el PDeCAT; y por otro, ERC, ambos con trayectoria, experiencia y profesionalidad. Estas dos fuerzas plantearon algo mucho más transitable. Sin embargo, desde 2017, cuando ya nos presentamos con una fórmula como JxCat, que era una candidatura más ciudadana, el procés descarriló bastante y pasó a convertirse en un proyecto descontrolado y en vías de que tenga un mal final. Hasta aquel 1 de octubre el procés está legitimado por decisiones en el Parlament, y por cantidad de municipios y muchos cargos electos, un proyecto dentro de la política. Pero desde entonces es solo un proyecto simbólico, más irreal, más de hacer declaraciones sobre cosas que no se traducen en nada.

A esta última etapa liderada por Pere Aragonès se le acuñó como “la legislatura del 52%”. Cifra a la que se llegaba, curiosamente, gracias al porcentaje del PDeCAT.

–Hay muchos planteamientos independentistas que se hacen apelando a ese 52% cuando el PDeCAT nunca ha sido llamado a participar en nada. Es una paradoja que el partido que permitió superar esa barrera psicológica del 50% no haya tenido ningún reconocimiento. Lo del 52% no es más que otra parte de ese simbolismo del que hablaba y que alcanza a todas las decisiones que se adoptan. Es muy diferente lo que se dice a lo que se hace. Hemos llegado a un extremo en el que quien preside el Parlament dice que no va a retirar el escaño a un diputado cuando técnicamente no lo ostentaba desde tres días antes.

¿El posicionamiento de Aragonès ha sido el más centrado?

–Seguramente que es el menos descabellado. Un president, y aquí en Catalunya más, encarna toda la institucionalidad, lo máximo. Puede que Aragonès haya sido el más coherente pero, eso sí, quiero hacer una reflexión. Me parece que Esquerra, que se ha pasado tres décadas criticando a Convergència, y ahora me da la sensación que muchos miembros de su partido quieren hacer de convergentes, y tampoco es real.

Si Junts, consultada la militancia, decide dejar el Govern, ¿habría que convocar elecciones?

–No, y creo que sería una malísima noticia para el país en el actual contexto. Entiendo que si cesan a tu vicepresident no puedes hacer como que nada ha pasado. Pero ya se saben cuáles son las mayorías que hay en Catalunya, que la posición soberanista es la mayoritaria. Apuesto por que el Ejecutivo continúe porque estas mayorías no van a cambiar a corto plazo. Aragonès debe seguir al frente y si tiene que reformular el gobierno, que lo haga. Pero elecciones, no. Las estrategias de ERC y Junts no iban a cambiar y el problema sería el mismo.

Se suponía que la llegada de Jordi Turull a la Secretaría General de Junts iba a centrar al partido y calmar la pugna entre familias.

–Hay cierto grado de confusión en esa gente que piensa que Junts puede llegar a ser una nueva Convergència y que Turull era lo que intentaría. Pero los que conocemos JxCat sabemos que se creó y se fundó no para unir a diferentes. Representan otra cosa y su llegada no es suficiente para crear una nueva CDC.

¿No estaban Junts y el PDeCAT en vías de acercamiento de cara a las próximas municipales?

–Eso no se está produciendo. Nuestra gente podría formular programas en algunos municipios para ir en coalición pero JxCat no quiere, no está abriendo la puerta para ello.

¿Hay lugar para el soberanismo moderado que encarna el PDeCAT?

–Creo que, al final, todos los convergentes tenían razón. Quienes se fueron a Junts nos decían que no había sitio para dos partidos. Y los que nos quedamos también la teníamos cuando decíamos que Junts es otra cosa distinta a Convergència. Durante unos años van a coexistir estos dos proyectos diferenciados. El de Junts, más simbólico, menos ideológico e institucional; y el del PDeCAT, que ahora es minoritario y que confío en que siga bien implantado a nivel municipal.

A quienes quisieron caminar también lejos del PDeCAT tampoco les ha marchado demasiado bien.

—Habla de Carme Chacón y Marta Pascal. Con todo, desde el PDeCAT estamos intentando crear sinergias con Centrem y el PNC, y pienso que iremos juntos a las municipales.

Con todo este ruido y polémica, el que se frota las manos es el Estado español. Ahora Pedro Sánchez y, después, a quien le toque.

–Los cuatro diputados del PDeCAT intentan hacer política útil en Madrid al igual que hacéis los vascos. Siempre hemos creído en el pacto y la mesa de diálogo pero vemos con escepticismo, no la postura de ERC, sino que el Gobierno de Sánchez nunca se mueve una coma. Los que queremos más soberanía hemos llegado a la conclusión de que con Sánchez no hemos avanzado un milímetro en el aspecto nacional. Y en Catalunya están pasando aún muchas cosas. Yo soy el segundo más espiado después de Jordi Sànchez. Aquí, más del 70% cree que todo esto se soluciona votando y el 90% se muestra en contra de la represión. El Estado se tiene que mover.

¿Le sugiere algo la ‘vía canadiense’ para el referéndum que ofrece Aragonès y de la que, hace muchos años, ya habló Jordi Pujol?

–Que Esquerra está haciendo lo que decía Convergència hace 30 años. Podría ser una vía pero estamos atónitos, porque cuando CDC planteaba más apoyo para un pacto fiscal o para dialogar con el Estado, para buscar un referéndum pactado, ERC se oponía de pleno y pedía la independencia exprés y al margen de la ley. Y eso pasó el mismo octubre de 2017. Cuando el president Puigdemont se planteó convocar elecciones creyendo que el independentismo podría tener un 80% en las urnas y lanzar un mensaje a Europa, desde Esquerra nos trataban de traidores.