donostia - Conocer lo que sucedió es fundamental para avanzar en la convivencia. En este postulado tan evidente pero tantas veces olvidado coincidieron ayer por la tarde víctimas de ETA, GAL y el Batallón Vasco Español (BVE) que formaron parte de una mesa redonda que, organizada por el Foro Social y el Foro Martin Ugalde, se celebró en Andoain. Una cita en la que también subrayaron que tras esa verdad, deberían llegar la justicia y la reparación, para lo que estos años han echado en falta voluntad política.
“Al final los sentimientos de tres personas a los que nos han matado al aita son parecidos, es una situación similar porque cada uno tiene su sufrimiento”, reconoció Nagore Otegi, hija de Juan Mari Otegi, Txato, asesinado por los GAL en Iparralde en 1985, y víctima de un atentado junto a su madre un año después.
“Mucha gente me dice que la verdad siempre termina aflorando, pero yo no la voy a conocer. Ese sería para mí el primer paso para avanzar. Lo que siento es la falta de reconocimiento y una falta de verdad”, reconoció.
El caso del concejal del PP que ETA asesinó en Errenteria en 1998, Manuel Zamarreño, está entre los más de 300 que siguen sin que nadie los haya esclarecido. Su hija, Naiara, tenía 15 años cuando quedó huérfana de padre y hoy tiene el mismo anhelo de verdad: “Necesito esa verdad para cerrar la herida, quiero saber quién lo hizo y que cumpla con su responsabilidad. También me pongo en el lado de otras víctimas, en su derecho a conocer la verdad, que como a mí no les ha llegado”. Citó la responsabilidad del Estado, que “no ha reconocido nada ni pedido perdón”.
“Aún quedan cosas por hacer”, dijo, pero advirtió de que “esos pasos hacia la convivencia serán a medias si tenemos los agujeros de la verdad”. En el debe, Zamarreño sitúa el último comunicado de ETA previo a su disolución. Aquel texto pidió perdón a aquellas personas perjudicadas por ETA “sin responsabilidad alguna”.
“El caso de mi padre no entra ahí”, lamentó Zamarreño, que echó en falta “ese perdón o esa cercanía” que sí ha tenido por parte del Consistorio de Errenteria, gobernado por EH Bildu y cuyo exalcalde, Julen Mendoza, se encontraba ayer en la mesa redonda que moderó el periodista Enekoitz Esnaola, junto a otros rostros conocidos como Rufi Etxeberria y Bel Pozueta (EH Bildu), Ianko Gamboa (PNV) y María Valiente (Elkarrekin Gipuzkoa), así como la exdirectora del Gobierno Vasco para la Atención de las Víctimas del Terrorismo y madre de Jauregi, Maixabel Lasa.
“En su último comunicado ETA hizo una diferenciación y el caso de mi aita también estaba ahí. No fue una petición completa de perdón”, echó en falta también Maria Jauregi. Hija del exgobernador civil de Gipuzkoa que ETA asesinó hace 20 años, Juan Mari Jáuregui, optó por quedarse con “lo positivo”, como el comunicado de Etxerat de hace un año o la reacción de personalidades como Arnaldo Otegi o Hasier Arraiz ante el ataque contra la placa en recuerdo de Gregorio Ordóñez: “Quiero pensar que vamos por el buen camino. Estos pasos, aunque sean pequeños, si son sólidos, mucho mejor”.
Ella tenía 20 años cuando ETA asesinó a su padre. Madre de tres hijos, debate cómo relatarles lo que pasó con su aitona: “El mayor, por ejemplo, tiene 9 años y aún no sé cómo contar, porque sé que llegará el momento y antes de lo que parece? Quiero contar sin odio, qué ha pasado, pero las cosas bien explicadas y sin odio”.
¿Cómo contar lo sucedido? En una mesa redonda que transitó de las experiencias y del sufrimiento personal a la reflexión colectiva sobre la convivencia, Zamarreño contó que ella hace pocos meses pasó por este trance. “Estaba ordenando las cosas en el armario y de repente escucho a mi hijo diciéndole a mi marido que una chica de clase le había dicho a él que a su abuelo le habían pegado un tiro y le habían matado”.
“No sé de dónde sacaría aquella cría eso, pero no era así. Ahí se encendió la alarma, había llegado el momento. Lo estaba alargando porque no sabía cómo abordarlo, pero vi que él empezaba a tener información, y que nuestra familia no vive aquí”.
Sabe que algo sucede. “Él tenía las piezas del puzzle, pero no encajadas, por lo que esa semana fuimos al monte, nos sentamos en una piedra y le pregunté si quería saber lo que pasó con su aitona. Yo tenía dos preocupaciones: que no brotara el odio en él, porque es un crío y a saber...; y que no le creara trauma”.
“De modo simple, aunque no light, le conté que al aitona, porque pensaba diferente y porque tenía ideas diferentes en política, le pusieron una moto-bomba y que cuando pasó, explotó y lo mataron a él e hirieron al escolta. Su primera reacción fue me los cargo a todos”. Zamarreño le preguntó si la veía feliz. Él respondió que sí. “Le expliqué cómo yo sufrí y sentí mucho dolor cuando mataron al aitona, pero que con el paso del tiempo he conseguido asimilarlo y tener una vida normal, sin odiar a nadie y que no quería que él odiara a nadie”.
Esta realidad también la vive Eneko Etxeberria, hermano de Jose Miguel Etxeberria, cuya desaparición el BVE reivindicó en 1980 y cuya búsqueda continúa: “Nuestro hijo tiene 9 años y siempre nos ha visto en casa celebrar el acto en recuerdo el hermano. Al principio no entendía nada, pero poco a poco le hemos ido contando, cómo seguimos todavía buscando, etc. Creo que todavía no es consciente del todo, pero sí comenta?”.
La próxima semana Etxeberria viajará a Ginebra, donde se reunirá con el grupo de trabajo sobre desapariciones forzosas. “Estuve con ese grupo de trabajo, que ya se interesanron por nuestro caso, en 2014 por primera vez. Preguntaron a ambos gobiernos, de Francia y de España, y siempre lo mismo”. Que el caso siga sobre la mesa sirve “para mantener viva la memoria. He tomado con sorpresa la invitación de nuevo”.
En abril se cumplirán tres años de las investigaciones sobre el terreno en dos parcelas próximas a Mont-de-Marsan. La familia reclamó en 2018 buscar en otras coordenadas contiguas. No ha habido respuesta de la instancia judicial: “No tenemos ni rastro de cuándo iremos a por mi hermano. En el camino se nos ha ido la ama, y eso es duro también. Muchas veces te preguntas qué pasa”.
El propio Etxeberria, que tenía 16 años cuando el BVE hizo desaparecer a Jose Miguel, encontró parte de la respuesta: falta de voluntad política: “Estas reflexiones no es algo que debe quedar en esta mesa, la convivencia hay que trabajarla en otros estamentos. Tenemos muchos obstáculos para conocer la verdad”. Entre esos impedimentos citó los recursos del Gobierno español a la legislación de la CAV y de Nafarroa sobre leyes de víctimas, y la Ley de Secretos Oficiales aprobada en 1968 (durante el franquismo) y que continúa en vigor.
Otegi ahondó en la “falta de delicadeza del Estado. Cuando pedimos unas ayudas nos dijeron que no, porque el aita era miembro de ETA; y cuando la ama y yo sufrimos el atentado, que tampoco, porque en la sentencia no se consideraba terrorismo porque se decía que la intención de esas personas era mantener la democracia y el Estado de Derecho. Por eso te tirotearon cuando tenías tres años...”.
“Estuvo mal” Jauregi insistió en la necesidad de que con la vista puesta en el futuro, quede asentado que “con base en los derechos humanos quede claro que la violencia no es legítima”, una reivindicación que hizo extensible desde los ongietorris a presos -que al igual que Zamarreño rechazó porque pueden “causar daño”- al Estado español: “Tampoco creo que los que se quejan hoy de estos ongietorris se quejaran en su día del mitin que organizó el PSOE cuando ingresaron en prisión Vera y Barrionuevo. Pido un poco de coherencia”.
“Todo lo que ha traído la violencia, soledad, destrucción, venganza, odio y la ruptura social, es negativo”, resumió Zamarreño, que consideró como “nuestra responsabilidad rehacer esas relaciones sociales que se han roto. La única manera de conseguir normalidad es el rechazo de la violencia, decir que todas esas cosas están mal”. Un camino aún largo al que le quedan las estaciones de verdad, justicia y reparación.