se puede entender que se arme un cierto revuelo ante lo inhabitual en la primera sesión del Congreso, la pasada semana. Pero a lo que no se encuentra tanto sentido a que se debata tan repetidamente y con tan poca profundidad sobre la anécdota del bebé de Carolina Bescansa.
Un foro en el que sus señorías se han distinguido por levantarse o empapelar su escaño cuando no toca, patear el suelo y abuchear lo que no les gusta o liarse a aplaudir y ovacionar como posesos, la presencia de un bebé es casi un hecho natural. Las descritas son prácticas habituales en cualquier clase de educación infantil, como bien saben muchos maisus y andereños.
Tampoco debería extrañar que una formación como Podemos, que ha manejado y medrado desde el marketing audiovisual, con la gesticulación y la simbología en las formas como carta de presentación, llevara perfectamente guionizada la representación más importante para la que los ciudadanos les han contratado hasta la fecha. La bici del ecologista, los juramentos republicanos, ecologistas y feministas, a cual más creativo, se hacían en un Parlamento.
Pero sobre todo se hacía ante un corolario de cámaras de televisión y periodistas, que somos una especie necesitada de la novedad, incluso del exceso, y lo abrazamos porque la demanda del consumidor se ha decantado nítidamente en esa dirección y aquí todos estamos para vender nuestro producto, que es lo que nos da de comer. Así que el bebé lactante de Bescansa y la condición de madre trabajadora de ésta es su aportación natural a la representación. Una representación legítima, por muy sobreactuada que sea.
Pero hoy comienza otra semana. Y en esta, las imágenes y las frases afortunadas reclaman dotarse de contenidos pragmáticos que, además de enunciar, estén dispuestos a dotar de un orden de prioridades, de una vocación de entendimiento y de un sentido de la política como servicio que está por acreditar. Está por ver, en definitiva, si el guion de Podemos ha previsto los escenarios que vienen a continuación, y que pasan por elegir en primer lugar si quiere cogobernar con el PSOE más o menos de lo que desea sustituirle como líder del voto considerado progresista en una convocatoria electoral anticipada a mayo próximo.
Del mismo modo, al PSOE le toca concretar. Porque da la impresión de que tiene su propio guion mucho menos trenzado. Esa suerte de geometría variable que se abre camino en el discurso socialista flaquea por el lado de la izquierda, por el de las realidades nacionales y por el de la propia consistencia de Pedro Sánchez. No es que el secretario general socialista no transmita la sensación de saber lo que quiere sino que no tiene nada claro que su partido le acompañe en ese camino. Le marcan el paso, le ponen límites y le dejan hacer aunque a estas alturas ya no se sabe si es por la expectativa de que sea capaz de formar un gobierno o por la convicción de que, cuando se agote su tiempo, quien menos se haya quemado con él será quien más futuro tenga.