Han pasado ya casi 35 años desde la gestación de la Ertzaintza y 32 desde que sus primeros agentes comenzaron a patrullar las calles. En todo este tiempo, la Policía vasca ha jugado un papel importante en el transcurso del día a día en Euskadi y actualmente cuenta con cerca de 8.000 miembros, que ejercen su labor en competencias como seguridad ciudadana, lucha antiterrorista, orden público o tráfico. Ahora les ha llegado el momento de la jubilación a algunos ertzainas de las primeras promociones, y cuatro de ellos se reunieron ayer en los micrófonos de Onda Vasca para recordar sus vivencias, hacer balance de su trayectoria y comentar su impresión del revelo generacional.

Mitxel Bengoa, Isidro Lizarazu, Josu Solabarrieta y José Vivanco dieron sus primeros pasos en el cuerpo como berrozis, entrenados para proteger a los miembros del Gobierno Vasco. Fueron comienzos duros, sin apenas medios y en condiciones precarias. Bengoa recuerda que “en Berrozi las instalaciones eran prefabricadas y las duchas eran cuadras de ovejas” y Vivanco, que fue de la primera promoción de escoltas, señala que tan solo eran 16 agentes. Más tarde se inauguraron las instalaciones de Arkaute. “En el ingreso nos encontramos 700 individuos. Eran unos locales para niños a los que añadieron alguna oficina y literas, y nuestros jefes eran tres militares: Arkotxa, Oteiza y De Pablos”, relata Lizarazu, que señala que “por allí solo pasaban Luis María Retolaza y Eli Galdós”, consejero y viceconsejero de Interior del Ejecutivo de Garaikoetxea. Los cuatro ertzainas recién jubilados cuentan que la instrucción era de “tendencia militar” y centrada en la formación física.

La aparición de la Ertzaintza supuso un cambio importante para la población vasca, acostumbrada a los métodos violentos de los grises y a la continua presencia de la Guardia Civil. “Teníamos un compromiso con Euskadi y la ciudadanía, frente a la represión existente. Cambiamos la filosofía policial y dimos servicio a las personas, pensaran como pensaran”, defiende Josu Solabarrieta. Isidro Lizarazu también destaca la transformación que provocó la aparición de los primeros ertzainas: “Éramos una policía cercana, todo lo contrario a los cuerpos que nos detenían por hablar en euskera”. Mitxel Bengoa recuerda la improvisación predominante en los primeros años: “Sin casi medios, tenías que resolver los problemas en la calle con tu mejor saber hacer. Es una profesión que engancha y además sirves al ciudadano; si pudiera volver atrás la escogería otra vez”. José Vivanco, sin embargo, no tenía un interés especial por trabajar en la Ertzain-tza, pero los años le han demostrado que tomó una decisión adecuada. “Yo estaba sin trabajo y me ofrecieron entrar a formar parte de los berrozis. No tenía vocación pero no podía decir que no. Luego le coges el gusanillo y te gusta”, relata.

Son multitud las anécdotas que estos cuatro veteranos guardan de las décadas vividas en el cuerpo. “En los primeros tiempos la gente nos tenía verdadera adoración. La primera denuncia se la pusimos al conductor de un autobús por exceso de velocidad y los viajeros nos aplaudieron. Nunca supimos si esa denuncia se llegó a tramitar”, recuerda Lizarazu. En cambio, Solabarrieta cuenta que en Ondarroa, su localidad natal, “no se podría hablar de adoración por la Ertzain-tza”, pero sí de “cercanía y respeto mutuo” con la sociedad. “Yo salía de casa vestido ya con el uniforme y volvía igual. Al principio no disponía de permiso de armas por tener antecedentes en la época de Franco, pero Joseba Azkarraga intercedió para arreglarlo”, explica. Los cuatros agentes retirados están de acuerdo en que el momento de comenzar a patrullar fue una de sus mejores experiencias laborales. “Fue una época muy buena, solo nos preocupaba servir a la ciudadanía”, expresa Bengoa.

Pero no todo son buenos recuerdos y los cuatro ertzainas retirados también recuerdan a los compañeros fallecidos o heridos en servicio, y los casos más difíciles de solucionar. “Fue muy duro cuando mataron a Joseba Goikoetxea, que había sido compañero en Berrozi. También tuve enfrentamientos fuera del trabajo por mi profesión”, explica Josu Solabarrieta. “Había personas que te conocían de toda la vida y te retiraban el saludo por ser ertzaina pero luego te iban a pedir sopitas cuando tenían algún problema. Ves muchas miserias de la gente”, añade Mitxel Bengoa. José Vivanco revive con verdadera angustia el día en que en casa de Carlos Garaikoetxea en Zarautz se le cayeron “dos balas del bolsillo al suelo, con el lehendakari justo delante”. Isidro Lizarazu recuerda los tiempos duros vividos en Beasain. “Habilitamos un chalé como comisaría y no teníamos ni un calabozo. Esposábamos a los detenidos al radiador. Uno se nos escapó, fue a por su dosis de heroína y volvió a entregarse”, rememora.

Respecto al relevo generacional en el cuerpo, los cuatro opinan que ahora los agentes tienen más medios y están más preparados, pero lamentan algunas actitudes de los jóvenes. “Me comentan que les falta iniciativa. Son ertzainas porque sí. Nosotros solventábamos problemas con sentido común. Ahora todo se mueve en base a una estructura de mando”, explica Lizarazu. “Lo tienen mucho más fácil que nosotros”, zanja Vivanco.