Donostia. En momentos de una crisis económica sin precedentes, el listón de un debate sobre el Estado de la Nación se sitúa, con toda lógica, en cotas máximas. Nada más lejos de la realidad. La cita de ayer en el Congreso de los Diputados arrojó el esperado cuerpo a cuerpo entre José Luis Rodríguez Zapatero y Mariano Rajoy, un combate de tintes preelectorales al que el líder popular arrastró a un presidente del Gobierno mucho más cómodo en estos terrenos que en el discurso matutino en el que el jefe del Ejecutivo, esta vez, no sacó ninguno de sus habituales conejos de la chistera -sin noticias del anunciado impuesto a las rentas altas, ayer no hubo referencias a ninguna reforma fiscal-, para apostar por la apelación al sacrificio y al "esfuerzo colectivo".
Así, adoptó un tono de tecnócrata con el que defender las duras medidas económicas emprendidas por su Gobierno con dos puntos clave: la reforma laboral -que la próxima semana se votará en la Cámara Baja- y la confirmación de la intención del presidente de modificar el sistema de pensiones, proyectos para los que reclamó apoyo al resto de grupos.
Sólo dos guiños se permitió el jefe del Ejecutivo. Uno, a los sindicatos -"siguen siendo la mejor representación de los trabajadores"-, que le recibirán a la vuelta de verano con una huelga general. El segundo, a la bancada catalana. Más concretamente a CiU, cuyos votos serían clave para sacar adelante esas reformas económicas si no fuera porque Catalunya está sumida en plena vorágine de la precampaña de las autonómicas de otoño aliñada con el revuelo causado por la sentencia del Constitucional sobre el Estatut. Y a él se asió Zapatero, mostrándose dispuesto a estudiar, en diálogo con la Generalitat, posibles modificaciones legales ante aspectos declarados inconstitucionales.
A partir de ahí, poco más. El presidente fue muy gráfico en la conclusión de su último turno de réplica a Rajoy: "Sé que he perdido confianza, pero usted no está para tirar cohetes". Porque si Zapatero no sacó a la tribuna nuevas iniciativas, Rajoy se mantuvo en su habitual postura: de perfil. El presidente popular no se arriesgó a desvelar sus propuestas, ésas que deben de conformar el programa electoral del PP para las elecciones que en varias ocasiones pidió Rajoy ayer a Zapatero -"esto no da más de sí"-, que respondió retando al líder de la oposición a presentar una moción de censura.
Por cierto, que Rajoy no fue el único en pedir elecciones. Más sutil pero no menos contundente, el portavoz de CiU, Josep Antoni Duran i Lleida, admitió ante el presidente que considera que "su ciclo ha terminado", pese a lo cual dejó un par de mensajes curiosos a Zapatero. Primero, le reclamó "una mayoría parlamentaria estable que dé confianza a la sociedad", lejos pues de la exaltación de la geometría variable en la que el Gobierno ha convertido esta legislatura en el Congreso. Segundo, advirtió de que "se acabó esperar de CiU lo mismo que dio en el pasado". En la misma línea, el portavoz del PNV, Josu Erkoreka, le insistió en que "su proyecto político se ha desplomado", afeándole además el sentimiento de "pañuelo desechable" con que el Ejecutivo ha dejado a quienes en algún momento han sido sus socios merced a esa geometría variable. También Erkoreka reclamó a Zapatero una mayoría estable.
Reformas Y así, ambos lados del hemiciclo se enzarzaron en un toma y daca, muy duro, de acusaciones de electoralismo -desde los escaños azules- y problema de confianza -desde el lado popular- que dejó claro que pocos acercamientos se pueden esperar más allá del mencionado por el propio Zapatero en torno a la lucha contra ETA, tema omnipresente en otras ediciones de este debate que ayer pasó de puntillas.
A priori, la previsión era que economía y Estatut centraran el núcleo duro del discurso del jefe del Ejecutivo. El Estatut prácticamente abrió la intervención, pero fue la economía la que focalizó su intervención -un dato, "reforma" fue la palabra que más utilizó-, para justificar las medidas ya anunciadas más que para avanzar otras nuevas que reservó para el proyecto presupuestario de 2011 donde, afirmó, habrá nuevas manifestaciones de ese "reparto equitativo del esfuerzo". "Estamos en un momento trascendental, crucial. Tenemos que culminar esta transición cuanto antes porque de esto va a depender nuestro bienestar, el de ahora y el de las próximas décadas", dijo llamando "al esfuerzo colectivo".
Se permitió rescatar la Ley de Economía Sostenible, que duerme el sueño de los justos desde hace un año, y manifestar su disposición a "mantener a rajatabla el compromiso con la reducción del déficit y la austeridad y culminar el programa de reformas", puntualizando que "corregirá cualquier desviación que se produzca respecto de los objetivos de consolidación fiscal fijados en cuanto el riesgo sea detectado".
Es el momento, sostuvo, de culminar "con ambición" todas las reformas estructurales para acelerar la reducción del paro y sentar las bases de un crecimiento sostenible, sin incrementar el gasto público. Para este proceso, en el que incluyó la reestructuración del sistema financiero y las reformas del mercado laboral y del sistema de pensiones -con el retraso de la jubilación a los 67 años de forma progresiva en un plazo de doce años, sin descartar la ampliación de la base de cálculo-, ofreció y demandó el máximo consenso político y social. Y dejó un argumento para justificar esta necesidad: en 2050, dijo, habrá 1,7 personas en edad de trabajar por cada una en edad superior a 65 años, frente a las casi cuatro de la actualidad.
Y por la economía le entró Erkoreka al presidente, recordándole su "ciaboga" de mayo con el recorte del déficit y la reforma laboral: "No va donde quiere, sino donde puede o donde le llevan".
"En este momento crucial para la economía de España voy a tomar las decisiones que España necesite aunque sean difíciles. Voy a seguir ese camino cueste lo que cueste y me cueste lo que me cueste", concluyó un enigmático Zapatero, que llegó al debate más solo que nunca, pero que se volvió a aferrar con sutileza al discurso de el enemigo es el PP, con advertencias veladas a CiU sobre que "algún grupo" puede hacer algo negativo con el Estatut. Sólo el tono empleado para replicar a Rajoy y al resto de portavoces ya dejó claro quién es el adversario y quiénes los aliados... potenciales. Con las armas en alto para las vitales votaciones de la semana próxima, pero sin cerrar nadie -salvo el PP- las puertas.