donostia - Tiene 35 años Aimar Olaizola y ahí sigue, impertérrito. Al cuerpo del de Goizueta, cuando los achaques de una vida marcada en el deporte profesional deberían aparecer, se le acumulan las loas. Olaizola es un portento y un privilegiado. Olaizola es de kevlar. Tiene porte antibalas. Es una roca. Es inamovible: un tipo duro, potente y con una intuición que le abre las puertas del Olimpo de la mano profesional, histórica, que rompe a jirones. Y en el mano a mano, suerte en la que tiene que desempeñar el manista en soledad su bola de cristal y su poder adivinatorio, a Aimar parece que le dan las cartas marcadas. En los 36 metros, individual, al goizuetarra solo hay dos modos de tumbarle: como Xala o como Urrutikoetxea. De tú a tú es imposible, tanto ratoneando delante como esperando el yerro. Primera lección: Aimar no falla. Segunda: Aimar te espera. Tercera: Aimar cruza. Cuarta: Aimar acaba. No hay penitencia.
Yves le jugó a la desesperada, cambiando el saque a mitad de partido en la final de 2011, con el arte de un zurdo dotadísimo para la refriega y el tiro franco con la izquierda. Le jugó a centímetro de chapa. Fuerza de arquitecto. Urrutikoetxea, actual campeón, tomó la carta del genio de Lekuine y comenzó el juego del txoko hasta los dos últimos saques. Pero fue su única similitud. El resto fue un tratado de potencia. Arquitectura de fuerza.
Bengoetxea VI no tomó ninguna de esas dos armas. Tomó otra. La suya. La del sotamano y el remate. No le funcionó. En el Atano III el sábado noche, a Oinatz no le salieron las cuentas en el regreso de una final del Manomanista que no pudo celebrarse, que terminó colorada, con sensaciones de buen partido por parte de los dos y el leitzarra con “ganas” de seguir. Su epílogo fue largo y doloroso, con demasiados riesgos en la parte final del encuentro. Buscó las entrañas de Xala y el aroma a una revancha muy complicada con Olaizola II bien plantado en el pleito, una hoja de ruta clara y fresco de golpe. Naufragó el leitzarra porque su adversario fue más, prácticamente desde el inicio: peloteado, con ritmo y con tralla. Entretenido.
El comienzo fue un fallo de Olaizola II, que apenas marró cuatro pelotas en todo el envite. Fiabilidad alemana, suiza o goizuetarra. Kevlar. El siguiente fue el que marcó el devenir del envite, porque fue largo e intenso. El buque insignia de Asegarce acabó con una cortada hacia dentro en un tratado de cómo se juega al Manomanista. Asaeteado por los sotamanos de Oinatz, aguantó y fue avanzando, paso a paso, golpe a golpe, hasta poner a su espalda al efervescente delantero rival. Primera y segunda ley de Aimar. El gas se le acabó al de Lei-tza, que perdió la iniciativa. Tercera. Y terminó. Cuarta.
El empate lo rompió una dejada en la punta de Oinatz, campando con el sotamano a gusto. De nuevo, a medida que avanzaba el peloteo y el tanto se endurecía, quedó patente que al de Leitza, en su quinto partido tras el regreso de la lesión, le falta aún rodaje. Aun así, no pierde clarividencia. Colocó el 1-2 azul. Fue su única distancia a favor. El último paso.
No perdió más pie el puntillero de Goizueta. Mostró su mejor versión, muy física, basada en la mayor potencia de su tronco y la facilidad para adivinar los intentos de Oinatz de asaltar su fortaleza. El ariete de Aimar volvió a ser el aguante y las pelotas cruzadas, hasta acabar con el gancho. Olaizola II es un tipo de costumbres. Pero, si algo sale bien, ¿para qué cambiarlo? Reinó con el 8-3, el 14-7 y el 19-11. Siempre fue colorado el luminoso. Oinatz intentó buscar el remate, arriesgar, el camino de Xala, pero no le salió. La diferencia con Urrutikoetxea fue que el de Zaratamo estuvo mayúsculo, recogió pelotas inverosímiles y no entregó por la potencia de sus manos. Ahí estuvo la falla. Por eso, ahora viste el colorado.