EL público apura los tragos en el frontón Bizkaia, estalla el jolgorio con la entrada de los contendientes al acotado, asalta el nerviosismo y el ruido, como en cada tanto, es unísono, sin apenas percibirse las diferencias entre ánimos y decepciones. El ritual de los pelotaris comienza como un ejercicio individual, un peloteo que, premonitorio, define el camino que buscará cada uno para entronarse en el Cuatro y Medio. Cabizbajos, pensativos, trazan el inmediato porvenir. Juan Martínez de Irujo ensaya golpeos decisivos, con velocidad, ritmo, atacando la pelota, sin continuidad, calibrando el punto de mira del francotirador que resultó ser, tenaz, asumiendo riesgos como el que está apostado invirtiendo su última bala para ser el primero que logra por segunda vez en un mismo año la triple corona, la Santísima Trinidad de la Pelota; Aimar Olaizola opta por calentar las manos más que la puntería, atempera el cuerpo con golpes regulares que conforman una sonata percusionista que bien podría haber desembocado en la octava sinfonía del goizuetarra en la competición, aboga por la resistencia en lugar de la explosividad.

Estos prolegómenos los contemplaron para tomar nota los jóvenes de la Escuela de Pelota Lea Ibarra encabezados por el entrenador Unai Iglesias, así como artistas ya formados como Joseba Ezkurdia, Pablo Berasaluze, Alexis Apraiz o Danel Elezkano, que no se perdieron el acontecimiento arropados por otros dedicados ahora a nuevos menesteres pero también asociados al mundo de la pelota, como Iosu Urkijo, Juan Mari Juaristi o Jokin Errasti. Para otros, los botilleros Patxi Eugi y Asier Olaizola, era jornada clave.

Los tantos van subiendo, la temperatura y el aliento incluso más. Y los parones para los descansos, cuatro solicitados por Aimar y uno por Irujo, no son más que una prolongación de lo transmitido por el calentamiento. Irujo es una pila. Tiene prisa. Quiere bote, rebote. Lo quiere ya. Aguarda de pie, ansioso, impaciente, queriendo finiquitar, para bien o para mal, desechando apoyar sus nalgas; Aimar, sin embargo, quiere temple, que le asista la serenidad con la pausa. No se halla. La suya es una guerra de resistencia, lo sabe y quiere estar descansado. Pero solo Irujo, que amenaza en el marcador, dirige una mirada retadora para entregar el cuero y reanudar el derbi de la pelota, el otro Clásico. El de Ibero está crecido y no teme mostrar su gesto al mundo. La expectación que les llevaba a devolverse la pelota extraviada en el calentamiento con timidez, ahora es descaro. Irujo se lo cree. Pero tanto creció su ansia que cobró vértigo. “¿Miedo a perder?”, cuestionaba; “será miedo a ganar”, precisa en la sala de prensa.

Cuando Irujo había alzado un muro ante el de Goizueta (se fue hasta el 20-10), como lo que pretendía ser el asistente y exfutbolista, Patxi Puñal, para la defensa de Osasuna, la que intentaba quebrar el ahora entrenador del Bilbao Athletic, José Ángel Ziganda, también practicando el domingo de pelota, los aimaristas gozaron de tres saque-remates exquisitos, como la cocina de Karlos Argiñano o Ramón Roteta, que degustaron la buena mano, un elixir la final. Personalidades entremezcladas entre ilustres como el lehendakari Iñigo Urkullu, el diputado general de Bizkaia, José Luis Bilbao, la diputada foral de Cultura, Miren Josune Ariztondo, que entregó la txapela al campeón, o el candidato a la alcaldía de Bilbao por el PNV, Juan Mari Aburto, para quienes Joserra Garai ejerció de anfitrión como gerente del frontón Bizkaia.

El tino de Irujo para fabricar su ventaja no dejó indiferentes a los miembros de Consejo Mundial de Pelota, a su presidente Txema Aldaniz y a su técnico, Kepa Arroitajauregi, así como a los técnicos de Asegarce, José Ángel Balanza ‘Gorostiza’, Aniceto Lazkano, Salva Bergara o Roberto García Ariño, o los de Aspe, Martín Alustiza, Jokin Etxaniz o Inaxio Errandonea.

Las apuestas, parejas, contrastaban con el ímpetu de Irujo en la cancha, con la osadía de sus lanzamientos al todo o nada, puro fuego de francotirador al igual que fuego sería en la celebración capitaneada por Ander Olea, presidente de la Peña leioarra del de Ibero. “Ahora, fuego”, proclamaba a los cuatro vientos siendo sus últimas palabras públicas, para cerrar como arrancó, a fuego.

Si bien, desbrozado el sendero hacia la gloria, hacia su tercera corona del Cuatro y Medio, Irujo mutó en Olaizola, al contemplar desde la atalaya del 20-10 la factible victoria. Pasó Aimar a necesitar el estímulo del juego, a quejarse de la tardanza de un Irujo que asimilaba cómo dar la puntilla. Las prisas, malas consejeras, hicieron marrar a Olaizola con cuatro errores antes de matar Irujo el partido y lograr así su ascensión a los altares de la pelota como único pelotari que ha ganado Manomanista, Parejas y Cuatro y Medio en un mismo año en dos ocasiones (2006 y la de ayer). El calentamiento se impuso. Irujo marcó la hoja de ruta de la final imponiendo su ataque, su iniciativa, esa explosividad, ese ritmo imprimido antes de empezar, ese fuego. “Hasta que no llegas a 22... Ha entrado el miedo, miedo a ganar”. Pero el fuego ahuyentó los temores.