Bilbao
Las seis txapelas de Hilario Azkarate fueron después, tres años. Primavera del 57 y el frontón del Club Deportivo repleto. "Se hubiera llenado tres o cuatro veces más", rezaban los cronistas. La segunda final manomanista disputada en la capital vizcaina. Tiempos en blanco y negro. Fotografías amarillentas con los bordes carcomidos. Tiempos de hierro, de posguerra. Bilbao, aun abatido por los horrores de la Guerra Civil -en boca del gran Miguel Gallastegi: "Las pasamos putas aquellos años"-, con signos de crecimiento esforzado por sus ciudadanos, segados por el hambre, las normas y la falta de sueño. Los anhelos habitan, entonces, bajo el hormigón de una fachada de Alameda Rekalde. Los asientos repletos destacan la importancia de un evento tan trascendente como trascendente es soñar, como imaginarse la vida bajo una capa de estrellas en vez de un cielo gris, indómito. "Era una locura", relata Jesús García Ariño, el campeón. Fábricas, a pleno rendimiento. Horas y horas de labor bajo la consigna de patrones insatisfechos. Y los sueños se estampan en la pared del Deportivo. Siente el vigor de la gasolina súper del momento en el pueblo: las ilusiones, la capacidad de luchar, lo intangible es el mayor alimento.
En la cancha, dos campeones, recorre el sudor su frente. Son luchadores, son enormes. Golpean una piedra bajo el jaleo de sus congéneres, como dioses en el ruedo de los gladiadores, como toreros. Se cuadran. Pepe Arriaran y Jesús García Ariño. Son piedra, son roca. "¡Qué partido más duro!", analiza el vizcaino (1-VII-1934, Axpe-Marzana). Duelen las manos tras dos horas de compás de espera en el frontón. Por aquel entonces, las finales se jugaban por la mañana, para que a las 12.00 coincidiera con el Ángelus. Con pulcro interés los encuentros empezaban a las 11.30 horas; después, media hora más tarde, los duelos se paraban. Rezos. Y más tarde, vuelta al juego. "Esa final la recuerdo como lo más grande. La mayor ilusión de todas", relata el primero de la casa de los García Ariño, quien apostilla que "el año anterior tuve una mala experiencia, además contra el mismo rival". No en vano, el delantero de Axpe-Marzana el curso previo había visto su progresión frenada por el ímpetu del poderoso zaguero de Arriaran. "Aquella final la perdí y al año siguiente quizás él contaba con algo más de favoritismo, pero...", comienza a ejercer de cronista Jesús, "pero, para mí, esa txapela era el súmmum".
En esos tiempos, el 57, en los que no había tele y había que ir al frontón para ver una final, en Bizkaia surgió un vendaval. "Esto fue todo un acontecimiento para todos. Lo del frontón fue el mayor problema. Yo repartí cerca de 300 entradas. Para todo quisqui. Yo, que vivía aquí en Axpe, recibía llamadas desde Bilbao para que les diera entradas. "¡Que soy el pelotari!", les decía. No te puedes ni imaginar, me llamaban desde todas partes. Era una auténtica locura", relata el primer campeón manomanista vizcaino. "Yo tenía las entradas que tenía, para mi familia, para mis amigos y poco más. ¡Pero es que vino casi todo el pueblo! El caso es que al que no le dabas se quejaba; y al que le dabas una entrada con un número de asiento más bajo que el otro, también decía: "A ése le has dado mejor que a mí". ¡Y yo era el pelotari!", exclama García Ariño I. Tal fue la locura del partido que "¡aquello parecían un laberinto!".
"El caso es que en aquellas ocasiones -Jesús había jugado el curso anterior la final en Eibar y el lekeitiarra José Luis Akarregi en 1946, 1950 y 1951- se fletaban autobuses llenos de gente desde el pueblo", analiza Jesús. Y desde Axpe-Marzana, ahora integrado en Atxondo, montaron tres centenares de personas para asistir a un frontón que disponía "de menos de mil localidades. Había butacas de cancha, la grada y un primer anfiteatro".
"Yo recuerdo que llegué dos horas antes al frontón. De traje, porque esa ocasión lo merecía. Después aquel partido fue muy muy duro. No terminó, pero para la mitad, con el 11-16 y jugando al mano a mano, llevábamos más de 300 pelotazos. ¡Una barbaridad!", sostiene García Ariño, quien apostilla "¡Y con ese material! Cómo ha cambiado. Entonces, decíamos que eran pelotas de medio bote. Nosotros usábamos una pelota que había que dominar. Ahora se utiliza una que es de bote y medio". Con los tambores de guerra en mitad del Deportivo, más de tres centenares de pelotazos, sudor, lágrimas y "una grada siempre en silencio"; llegó entonces el momento clave del encuentro, la lesión de Arriaran II. "Yo desde el tanto 12 ya tenía la derecha muy tocada, tenía que pegar solo con la izquierda. Así estaba yo; pero cuando el partido ya estaba encarrilado, yo pegué un gancho con la zurda como un obús, Pepe se tiró al ancho, se lanzó al suelo y se fue contra las primeras filas de cancha y se golpeó", analiza Jesús. El zaguero de Arrasate, entonces, no pudo concluir el duelo y la txapela, el primer entorchado manomanista para Bizkaia, se lo llevó García Ariño I. "Aparecieron en la cancha mi hermano, mi botillero, Esteban Agirre, y algún amigo. Poca gente más", sentencia el delantero vizcaino. Le levantaron y se alzó con la txapela. "El recibimiento fue muy familiar. Primero íbamos a dar gracias a la Virgen y después al ayuntamiento. No se montaban las cosas de ahora. El año anterior estuve yo con Pepe en Arrasate, pero en el 57 Arriaran me avisó que no podía venir por la lesión", concluye el campeón. Más de 50 años después, la final más grande de la mano profesional vuelve a Bilbao. La última vez "fue un laberinto".