Definitivamente, estamos condenados a la brocha gorda. Lo hemos comprobado de nuevo tras el asesinato de dos guardias civiles en Barbate, a raíz de lo cual se han presentado en las instituciones del Estado mociones de condena, que no siempre han recabado la unanimidad de los partidos políticos representados en ellas. El motivo no es otro que la insidiosa manía de introducir en los textos sometidos a aprobación, cuñas maliciosas que dificultan la aceptación unánime de la reprobación. Dicho de otra manera, la obsesiva tendencia de mezclar churras con merinas; latxas con carranzanas, en la versión autóctona de la expresión.

El objetivo de tal proceder es siempre el mismo: elevar a titulares la supuesta falta de empatía de quien se ha opuesto a aprobar una declaración institucional concreta de solidaridad y condena, urdido con el convencimiento de que mucha gente se quedará en eso, en la brocha gorda de los titulares, y renunciará a escrutar el porqué del voto en contra o la abstención del texto sometido a votación, por muy razonable que este sea. En el caso que nos ocupa, ha faltado muy poco para que en Nafarroa, EH Bildu, Geroa Bai y Zurekin Contigo hayan sido acusados de alegrarse por los citados asesinatos.

Llevamos ya décadas observando que, lejos de la búsqueda del consenso, la finalidad última de demasiadas mociones políticas es poner chinitas para impedir que sean aprobadas por el adversario. Y así cebarse en él. Reconozcamos, sin embargo, que pocos se libran de tal práctica. Que quienes son víctimas de semejantes artimañas han sido también en alguna ocasión victimarios de otras similares. Recordemos por ejemplo el caso de alcaldes y concejales acusados injustamente de no defender los derechos humanos de los presos vascos, solo porque para ellos era inasumible aceptar otras cuestiones políticas que se añadían en el texto de la moción. Antes y ahora, piensan quienes así obran que salen victoriosos de la hazaña. En el fondo consiguen la nada.