Durante la década de los 60, confluyeron en Flandes –una de las dos naciones que componen Bélgica– muchos estudiantes vascos. No acudían invitados por la reina Fabiola, sino huyendo de la represión franquista. La Universidad Libre de Bruselas, nacida a la sombra de la masonería belga, con seis premios Nobel y la Universidad Católica de Lovaina, una de las más antiguas del mundo, francófonas ambas, acogieron esta diáspora singular, que aprovechaba los conocimientos del idioma francés que, entonces, se cursaba en el bachillerato.

Una metodología de enseñanza, transmisión de valores y conocimientos, diferentes a las que se estilaban en estos pagos, proporcionarían a Euskadi, con el devenir del tiempo y el esfuerzo personal de aquellos jóvenes, intelectuales y profesionales de la talla de Javier Elzo, Pablo Muñoz o Iñigo Jaka, por citar sólo algunos ejemplos. Hay bastantes más. También aportó su granito de cebada, la cervecera Chimay Triple, que les daba empleo temporal.

10 relatos ficticios

Donde cualquier parecido con la realidad no es mera coincidencia. Una mano amiga, me hizo llegar el librito El Servicio Oficial de Salud (SOS). 10 relatos ficticios: Entre el Paternalismo y la Autonomía, de modesta edición y acertadas ilustraciones que se encuentra a la venta en la monopolística distribuidora donostiarra Elkar, pudiéndose adquirir en cualquier librería.

Su autor, con quien he compartido felizmente, mesa y mantel, es el médico Iñigo Jaka Arrizabalaga, el hijo de Angel Cruz, historiador diletante y recadista de Zumarraga. Se trata de uno de los pocos galenos que se especializó, en una época en la que se desconocía, incluso el alcance del término, en Gestión Hospitalaria en Bruselas, lo que le llevaría a asumir la gerencia de la Residencia Aránzazu, nombrado por el ministerio de Trabajo y Seguridad Social (Joaquín Almunia) después de que el centro navegara durante años sin gerente, entre otros motivos por la complicada situación político social de Euskadi y por las megalomanías de los propios galenos y sus «príncipes».

El hospital era, si no la Cueva de Alí Babá, un reino de taifas con los grandes popes médicos observándose de reojo y disputándose el poder, mientras el califa, intencionadamente ajeno a lo que ocurría, no osaba abandonar su jaima madrileña. Por si acaso.

La cocina, como todas las de los cuarteles, grandes hoteles e instituciones, era un entrar y salir de género con el consiguiente enriquecimiento de algunos. El material quirúrgico se compraba a través de ciertas consultoras comisionistas madrileñas con carnet. Los equipos de guardia se lo tomaban con gin-tonic en los cercanos Etxeberria o Txiskuene, pendientes, es una forma de hablar, del busca que buceaba en el cava. Los quirófanos funcionaban al ralentí y los sábados no se programaban operaciones. Sólo el sol se ponía por el Paseo Nuevo. Como siempre.

Jaka Arrizabalaga negoció, desde el lado del Ministerio, la transferencia de la sanidad asistencial al Gobierno Vasco, siendo la comunidad autónoma que mejores condiciones obtuvo, gracias al brillante trabajo del mejor consejero de Sanidad hasta la fecha, Jesús Javier Aguirre Bilbao, auténtico creador de Osakidetza y su excepcional viceconsejero, José Andrés Gorricho Visiers, que luego haría brillante carrera profesional en la privada. Su documentado Mapa Sanitario con el análisis de la situación, movimientos demográficos, previsiones e incluso isócronas, asombró a los interlocutores ministeriales y culminaría con la transferencia en noviembre de 1987. Luego, otros representantes autonómicos se limitarían a exigir, “yo quiero igual que los vascos”, mientras presentaban voluminosos expedientes a peso, vacíos de contenido. Lo de siempre.

Al logro político alcanzado, le sucedería una huelga hospitalaria sin precedentes comandada por un colectivo progre formado por un cirujano, un intensivista, un anestesista y un traumatólogo que veían peligrar sus prebendas con aquel joven y combativo gerente Jakus Gerentibus Crucensis, –lo de los pasquines no es un invento de ahora– que, para colmo, era de los suyos, o sea, médico. Como anécdota, el cirujano, avezado marino, fue quien, llevando a Francia en su barco a un famoso parlamentario que huía del tejerazo, se quedó al garete en la bahía de Txingudi por falta de combustible, siendo rescatados por la Guardia Civil e ingresando en la nómina de los grandes náufragos de la historia. Lo recuerda en uno de los cuentos que son para no dormir.

Dedica otros episodios a las consultas telefónicas incrementadas con motivo de la pandemia, a la infranqueable barrera de simpáticas administrativas que, con distintos modelos de formularios –metodología Deusto– impiden a la ciudadanía acceder a la atención personalizada y obligan a remitir las quejas o solicitudes mediante internet, para crear mayores dificultades a los viejunos, usuarios mayoritarios de Osakidetza. Hay algunas referencias novedosas a la creación del hospital de Zumarraga. Aboga por la creación de asociaciones de pacientes, al estilo de las de otros países europeos, para defenderse de los abusos flagrantes de la administración sanitaria.

Recomiendo la lectura a los gestores de Osakidetza, desertores de la Atención Primaria, barnizados en Deusto con técnicas de marketing –que no gestión hospitalaria– y provistos del carnet salvador, para hacer carrera.

Desde la humildad, sugiero al autor mejorar la redacción y, sobre todo, que continúe escribiendo sus experiencias, con nombres y apellidos, reseñas y referencias, para que no se pierda para siempre una parte tan importante de la historia de la gestión sanitaria asistencial pública y quede al albur de los hagiógrafos del Régimen.

Hoy domingo

Crema de garbanzos con huevo cocido y virutas de ibérico, lubina al horno, napada con ligera salsa meuniere, sobre patatitas panadera; fresas y cerezas. Infusiones. Agua fresca del Añarbe.