Díaz Ayuso ha ganado. Mejor dicho, ha arrasado. Formará gobierno echando mano del apoyo de la ultraderecha de Vox, le basta con su abstención. Ha sido un triunfo personal, pero también de la política basura, del populismo más barato, de la irresponsabilidad de muchos votantes abducidos por un discurso que promete ganar a la pandemia tomando cervezas.

La democracia pierde y no soy ningún adivino si digo que esta victoria de la derecha multiplicará su oposición al gobierno PSOE/UP de manera brutal y todas las líneas rojas serán cruzadas desde el minuto uno. La obsesión de la ultraderecha es lograr nuevos avances neofascistas hasta hacer caer al Gobierno estatal y acelerar una campaña de persecuciones y de anulación de libertades. En su estrategia, tratará de hacer de Madrid un enclave franquista, levantando un bastión desde el que asaltar al resto del país, si hace falta con la dialéctica joseantoniana de los puños y las pistolas. Sí, se sienten envalentonados con los tentáculos puestos en instituciones, partidos políticos de la derecha, fuerzas militares y de policía, jueces y otros poderes del IBEX 35.

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La afirmación de Ayuso, al proclamar que "ser fascista es estar en el lado bueno de la historia" es toda una declaración de intenciones. Es tan grave su afirmación que sólo podemos esperar malas noticias en forma de crispación y proliferación de violencias contra sectores vulnerables. Su visión de la historia asume el Holocausto como necesario, o lo niega, siendo las dos alternativas las peores. Por cierto, el alcalde de Madrid, Martínez Almeida, ha afirmado en un mitin en Alcalá de Henares: "Seremos fascistas, pero sabemos gobernar". Esta es la gente a la que han votado la mayoría de madrileños. Muy preocupante.

Es doloroso que esta victoria de la ultraderecha encarnada por Ayuso se haya dado en un contexto de amenazas de muerte a quienes piensan distinto, creando una atmósfera irrespirable que nos da el aviso de que cosas graves van a pasar. Las dos Españas han despertado de su letargo, ese en el que creíamos que el PP controlaba a las fieras sedientas de venganza. Ahora no. Ahora es la inspiración de un fascismo del siglo XXI el que dicta la ruta del conjunto de las derechas. Esto no es Alemania con Angela Merkel afirmando que jamás pactará con la ultraderecha. Tampoco es Francia, donde idéntico pacto suscriben los partidos conservadores contra del partido de Le Pen.

Las balas enviadas a Pablo Iglesias (dos veces), Grande-Marlaska y María Gámez son la obra maestra más perversa de una ultraderecha que se mueve a sus anchas por el estado español, con la complicidad de fuerzas políticas y sociales que eligen seguir vinculadas al franquismo. Incluyo como cómplices necesarios a algunos medios de comunicación que ahora se rasgan las vestiduras ante la gravedad de los hechos. El populismo facha se quita la máscara y, al igual que la lluvia fina empapa sin apenas darte cuenta, su maldad ha penetrado en gentes de bien, subyugadas por mensajes abominables y violentos que tal vez oculten malestares sociales que ni el Partido Popular ni Vox podrán resolver.

El avance del neofascismo en Madrid viene de lejos. Hemos concedido demasiado. Para la llamada izquierda moderada nunca ha sido el momento de confrontar con el fascismo del siglo XXI. La transición no lo hizo, más bien se encogió y cedió demasiado espacio al franquismo. Así es como hemos acabado por echar la toalla en unos casos, mientras que, en otros, buenas personas, han caído en la trampa de hacerle el coro a quienes convierten la política en un sucio campo de batalla y lanzan su basura a determinados políticos que representan su antítesis. Durante años el "divertido" e inaceptable juego de arremeter contra Pablo Iglesias -despectivamente El Coletas-, gratuitamente y fuera de toda crítica legítima seria, ha sido un laboratorio de como se puede enturbiar la vida política y deteriorar la imagen de una figura políticamente rival desde todos los ángulos posibles. Tan responsable es quien lanza un WhatsApp que difama como quien lo rebota.

En un comienzo se eligió al político más políticamente incorrecto, al más perturbador, al más audaz, al que cuestiona el discurso establecido, al que un día habló de conquistar el cielo. Era un blanco perfecto, su vestimenta de tipo de la calle, su pelo, su manera directa de decir y denunciar. Iglesias, el lado más opuesto a la conformidad de una transición trucada, capaz de llegar a vicepresidente del Gobierno desde la nada. A lo largo de los últimos años he podido comprobar la fijación de columnistas y tertulianos contra Iglesias, hiciera lo que hiciera, dijera lo que dijera. Practicar la animadversión no es ejercer sanamente la crítica, es más propio de acomplejados con cero argumentos. Sin duda que ahora su abandono de cargos e incluso de la política hará felices a mucha gente que lo ha odiado con las mismas razones del que hace bullying.

Si personifico en Pablo Iglesias la arremetida del neofascismo es porque no conozco otro político o política que haya sido más acosado, perseguido, vilipendiado, insultado, calumniado, escracheado de manera sistemática, objetivo de bulos en WhatsApp, todo ello con el fin de desacreditarlo en primera instancia y de deshumanizarlo con calificativos de rata, cucaracha, para dar cobertura a todo tipo de formas de odio contra él y su familia. Lo cierto es que no recuerdo, en todos los años transcurridos desde 1978, un caso igual o parecido. ¿Cómo se puede vivir acosado diariamente por semejante odio? Tal vez solo Arnaldo Otegi llegue a compartir con Iglesias el privilegio de encabezar la lista de los políticos crucificados.

Pero Iglesias es apenas la primera pieza de una cacería de las derechas. El cerco a Pedro Sánchez se va a estrechar. Y mientras, por arriba, en el Congreso y el Senado, la vida política soportará discursos de odio que deberían ser aislados y silenciados. Entre tanto, seguirán los envíos de balas y navajas ensangrentadas como la enviada a la ministra Reyes Maroto. Dicen que se la mandó un enfermo mental que, dicho sea de paso, se declara seguidor de Vox. No niego que así sea, pero miren, cuando se crea y se instala una atmósfera social en la que prima la agresión se abre la veda y cualquiera, buena o mala persona, puede amenazar o matar por enajenación. Las camisetas editadas incitando al crimen no es un asunto baladí.

Ese mismo neofascismo ampliará su campo de acción para hacer imposible la normalidad democrática No hay posibilidad de separar los casos de amenaza. Las balas para Ayuso, curiosamente depositadas en un buzón de Sant Cugat del Vallés, o sea de Catalunya, pareciera ser la continuidad de las balas enviadas desde Madrid. Desde luego que condeno, igualmente, las dedicadas a Iglesias y las dedicadas a Ayuso. Faltaría más. Iglesias, Marlaska y Gámez, a los que posteriormente se ha unido el expresidente Zapatero como destinatario de más balas, son figuras elegidas para un escenario enrarecido de bronca y violencia que tendría como fin sustituir la lucha política pacífica por la confrontación sin reglas y el caos organizado por manos siniestras. De el papel de Ayuso en esta historia de balas tengo demasiadas dudas, lo que no quita para que rechace que sea víctima de amenazas.

Para mí, se trata de un desafío al conjunto de la sociedad de matones que buscan confrontaciones violentas y el fin de la palabra. La fanfarronería de Vox sería cómica si no fuera porque va en serio "su reconquista neofranquista", cuyo objetivo más próximo es laminar las autonomías. Y no es buena idea dejar pasar sus bravuconadas para ver si el paso del tiempo las disuelve. Más bien, la pregunta de cómo hemos llegado a este punto tiene una buena respuesta en el hecho de que lo hemos dejado pasar, hemos mirado a otro lado, hemos pecado de ingenuidad, de buenismo, hemos normalizado la violencia verbal.

Vox alimenta a los resentidos sumando dianas a las que disparar. Esto es como el poema de Bertolt Brecht: primero vinieron por los comunistas... ¿Se acuerdan ustedes de los militares que expresaron su deseo de matar a 26 millones de ciudadanos? Ese grupo de militares no se ha disuelto y ni siquiera será castigado. Desean públicamente un genocidio y se les aplica la benevolencia de la libertad de expresión. Ese grupo de militares fascistas está ahí y es muy probable que forme parte del telón de fondo de un golpismo de nuevo tipo que trata de abrirse camino, utilizando de modo perverso, incluso la vía electoral, con el objetivo de hacer crujir la democracia y reventarla.