lo largo de los siglos, el ser humano se ha hecho preguntas relacionadas con su presencia aquí, en la Tierra, sobre quién o qué la había creado o, también, cúal era el sentido de la vida, el de su vida. Alguno había de tener.

Según el enfoque que quiera dar a esas o parecidas preguntas cada uno a día de hoy, una respuesta transversal y con validez más generalizada, parece más adecuada que otras de tipo jerarquizado y vertical.

Rehagamos la pregunta de esta otra manera: ¿Cuáles son los objetivos del ser humano normal? Me atrevería a encuadrar esos objetivos en un marco cuyos límites fueran la minimización del sufrimiento, la reducción a niveles asumibles y minúsculos de las afecciones de la salud, la maximización del aprovechamiento de alimentos, del bienestar espiritual y de la cantidad y de la calidad del tiempo. Por supuesto, del que dura la vida de cada uno.

En la sociedad en la que nos ha tocado vivir lograr todos o parte de esos objetivos, -en cualquier caso, nunca estaríamos satisfechos-, implica tener recursos, básicamente dinero, para adquirir los bienes y servicios a través de los cuales alcanzarlos. Y los recursos, la capacidad de adquirir esos bienes y servicios se obtiene, mayoritariamente, trabajando.

Y he aquí que hemos dado con el principal y gran objetivo de la ciencia económica que es, ni más ni menos, que articular de manera coherente las medidas de política económica con el fin de lograr el pleno empleo y crear puestos de trabajo para todo aquel que quiera trabajar y, mediante él, adquirir en mayor o menor medida, directa o indirectamente, a través de la Administración, los artículos y servicios deseados y demandados, para alcanzar nuestro individual grado de satisfacción objetivo como ciudadanos.

¿Con qué instrumentos cuentan las autoridades económicas en un país o en un área administrativa determinada? Hablemos de un estado o un área como la Unión Europea. Vamos a explicitar de manera simple lo que técnicamente se denominan ejes de la política económica, y que se agrupan en tres tipos:

a) La política monetaria encargada, tradicionalmente, del mantenimiento de la inflación dentro de un determinado intervalo de valores de incremento, siendo el 2% considerado como el valor máximo aconsejable, aunque discutible. Para ello, cuenta con determinar la cantidad de dinero en circulación -la masa monetaria-, el tipo de cambio de la propia moneda en relación al dólar o a una cesta de monedas determinadas y el tipo de interés.

b) La política fiscal y presupuestaria centrada la primera en la vertiente de ingresos, vía impuestos indirectos y directos, y la segunda, circunscrita a las políticas de inversión y gasto, públicos.

c) Las políticas estructurales que actúan sobre la forma y condiciones de funcionamiento de algunos mercados específicos como, por ejemplo, el financiero o el laboral.

Nuestra realidad de hoy es que estamos subsumidos en la Unión Europea y, por lo tanto, conviene fijarnos en las políticas que aplica y puede implementar. Es decir, hay medidas cuya adopción depende de la UE, otras de los estados, y otras, como nuestro caso, de la Comunidad Autónoma del País Vasco. Debemos deducir que el escenario es muy complejo.

Por lo que respecta a la política monetaria, única con plena competencia europea, hemos podido constatar que el Pacto de Estabilidad y Crecimiento y su aplicación, inspirado en la visión económica neoliberal del norte de Europa, especialmente del Benelux y Alemania, plasmado en los acuerdos de Maastricht, resultó un fiasco. Además fue insuficiente al aplicar el criterio de austeridad tras la crisis financiera iniciada en el año 2008, que terminó en la Gran Recesión de 2010, de la que una parte importante de la UE aún no se ha recuperado.

Por lo que respecta a la política fiscal y presupuestaria hay que decir que la segunda, la presupuestaria, como tal no existe, y la fiscal adolece de varias lagunas de urgente abordaje, si queremos hacer frente al gran objetivo de política económica, ante los cambios globales que aparecen en el horizonte del modelo y la estructura productiva mundiales.

En primer lugar, no existe una política fiscal única, -que no uniforme-, necesaria al igual que la política monetaria, al menos, para los 19 países bajo el euro. Por otro lado, el enfoque teórico existente sobre la fiscalidad ha quedado obsoleto, al menos en los aspectos relativos al concepto de sujeto pasivo, los relativos a quién genera valor y a la fiscalidad real efectiva.

Ahora que se están reconociendo -eso parece-, los derechos de los animales de compañía como diferentes a "las cosas", piénsese en la inteligencia artificial como elemento cada vez más presente en la cadena de valor, tal y como la propia Comisión Europea y el Parlamento Europeo están analizando. ¿Les suena el impuesto a los robots?

Las políticas estructurales no salen mejor paradas en esta revisión. Se dan muchas circunstancias que las hacen, cuando menos, lentas en su concepción y aplicación. El proceso establecido de toma de decisiones en la UE junto con la carencia casi absoluta de solidaridad entre los países miembros en donde la postura adoptada por Alemania y Francia ante la crisis de 2008 en Grecia, que eran sus principales acreedores, fue todo un ejemplo de antieuropeísmo.

Asimismo, la utilización, probablemente inadecuada a día de hoy, de conceptos académicos envejecidos, como la federación, -el Brexit ha demostrado que no es tan horrible una estructura confederal, aunque sea más compleja de gestionar, si uno puede irse cuando quiera-, son lastres que impiden que la velocidad de crucero del proceso de consolidación de la UE sea lento, demasiado lento.

Todavía hay tiempo, pero las circunstancias y los hechos evolucionan a un ritmo excesivo, y el tiempo puede estar agotándose, lo que supone una necesaria aceleración en las transformaciones que se predican sobre la UE, si queremos que esta sea, por fin, un área más que económica, que cumpla con el gran objetivo del pleno empleo.