sta semana, el día 11 de marzo más concretamente, se ha cumplido un año desde que el primer paciente ingresó en nuestra Unidad de Cuidados Intensivos con neumonía originada por coronavirus. Aunque todavía son muchos los aspectos que desconocemos, voy a intentar resumir los que sí conocemos, y resultan relevantes.

Las características del virus hacen que su propagación se produzca de una forma muy fácil. Es muy contagioso, y hay un porcentaje importante de personas que apenas desarrollan síntomas, pero extienden la enfermedad. La dificultad en la detección de estas personas asintomáticas origina la necesidad de medidas muy duras para su control.

La transmisión se produce por dos vías fundamentales. Una de ellas es la inicialmente conocida, por gotas de aire, que se extienden a 1,5-2 metros como máximo de las personas, y condiciona el establecimiento de distancias de seguridad.

Sin embargo, existe una segunda vía de transmisión, producida por aerosoles, que la convierte en mucho más peligrosa. Esta vía se produce en zonas poco ventiladas, en las que las gotas de aire quedan en suspensión, y llegan hasta personas situadas a varios metros de distancia. Se ha constatado que en lugares poco ventilados, en los que se concentran muchas personas y éstas no llevan mascarilla, el riesgo de contagio es 40 veces mayor que al aire libre, sobre todo si las personas gritan o cantan. La prevención de la transmisión mediante aerosoles, evitando lugares poco ventilados, en los que se junta mucha gente sin mascarilla, resulta vital para cortar las cadenas de transmisión.

La infección por coronavirus es leve en su gran mayoría, y el riesgo individual de desarrollar una infección grave es bajo. Sin embargo, si hay un gran porcentaje de población infectada, al final se acumula un gran número de personas con complicaciones, con una alta mortalidad y riesgo de saturación del sistema sanitario.

La respuesta a una pandemia debe ser colectiva. Cada persona, cada ciudadano, debe cumplir las medidas para protegerse a sí mismo, y fundamentalmente, para proteger a los demás. Cada uno de nosotros somos débiles por separado, y una respuesta conjunta nos hace más fuertes.

El fundamento para el control de una epidemia son las medidas básicas que evitan la transmisión comunitaria, más aun considerando la existencia de personas asintomáticas que extienden la enfermedad. En un segundo escalón de control de la enfermedad estarían la detección de contactos y el aislamiento de los enfermos y sus contactos. Y finalmente, en un tercer escalón, estaría la asistencia de los pacientes más graves, con las UCIs en su vértice. Necesitamos pautas claras de actuación, básicas y de cumplimiento por todas las personas para que la enfermedad se controle.

Los gobiernos deben dictar y hacer cumplir normas claras para el control de la enfermedad. No hay lugar para el relajo, salvar épocas del año, o disminución del control. Los mensajes cambiantes, en muchos casos contradictorios, nos llevan a un relajo y a un incumplimiento de las normas.

No existe una dicotomía entre economía y salud. Cuanto mejor sea la situación sanitaria, mayor actividad general habrá, y mejor irá la economía. Si la situación sanitaria lo reclama, las normas deben ser estrictas y adoptadas en el menor tiempo posible, por el bien de la salud de las personas y también por el de la economía.

Los medios de comunicación juegan un papel clave en la concienciación de la población y en la difusión de las medidas a tomar. No es adecuado crear noticias de forma continua, buscar titulares alarmistas o que provoquen la atención sin ningún fundamento por detrás. Además de una epidemia vírica, vivimos en una epidemia de noticias, que en lugar de informar adecuadamente, responsabilizar y poner la justa medida, crean alarma, hastío o confusión.

La salida a esta situación se encuentra en la ciencia y en la medicina. Deberíamos reflexionar en qué situación se encuentran nuestros investigadores, ahora (y siempre) tan necesarios, pero sometidos a una precariedad laboral, bajos sueldos y falta de recursos que resulta vergonzante para una sociedad como la nuestra.

Nunca el conocimiento biológico y médico se ha desarrollado tan rápido como en este año. Aunque estemos impacientes y con necesidad de medidas rápidas, la premura en buscar soluciones hace que en muchos casos el conocimiento no sea totalmente completo al inicio, y cambie en pocos meses.

La vacunación nos conducirá al fin del problema. En estos momentos existe un problema de suministro, ya que la demanda supera por mucho a la producción, y a las previsiones iniciales (y en muchos casos de dudosa ética) de las compañías farmacéuticas. Además de ello, es necesario desarrollar una estrategia adecuada, que permita vacunar al mayor número de personas en el menor tiempo posible. Parece que una política de administrar una primera dosis lo antes posible, posponiendo la segunda dosis a cuando sea posible, ha ofrecido buenos resultados en diferentes puntos. En Escocia, por ejemplo.

La vacunación es una acción de protección colectiva, mucho más que individual. Se habla de personas y grupos de riesgo a los que priorizar la vacunación, y es lógico que así sea.

Sin embargo, no debemos olvidar que las vacunas funcionan evitando la transmisión del virus, cortando las cadenas de transmisión. Cada persona vacunada evita que un porcentaje de las personas de su alrededor se contagien, y si conseguimos vacunar a una gran parte de la población, todos estaremos protegidos. Más que por uno mismo, debemos vacunarnos por todos.Médico del Servicio de Medicina Intensiva del Hospital Donostia y profesor de la facultad de Medicina de la UPV/EHU